Es evidente que el 2020 es lo más cercano que hemos podido estar a una serie de Netflix con narrativa apocalíptica. Aprendimos –a las patadas– que una situación, más allá de que ocurra al otro lado del mundo, puede trascender no sólo en nuestro país, sino también en nuestros hogares.
Esta columna busca resumir, muy brevemente, la visión de un liberal sobre este año caótico. Hay mucho que decir, quizás tanto que no me alcanzarían 100 columnas para exponer mi sentir de lo que hemos tenido que ver, pero prometo hacer un esfuerzo adicional y dar continuación a esta columna con otros temas que no trataré acá, y que no por ello son menos importantes. Así pues, pasemos a lo que corresponde, esto es, desarrollar la perspectiva de un liberal preocupado por todo lo que tuvo que ver con 2020.
1. LA PANDEMIA, LA OMS Y LOS LINEAMIENTOS DESACERTADOS DE TEDROS
Entrar a definir el virus y sus repercusiones en la vida cotidiana ¡Ya está de más! Por meses, muchos han comentado el tema y no quiero agregar un grano de arena más a la playa de opiniones que hay sobre el COVID-19; sin embargo, si quiero que este tema se analice desde una perspectiva muy particular que tengo y que seguramente más de uno comparte con el suscrito.
¿Realmente era necesario que un virus se apoderará del mundo para develar la ineficiencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS)?
Sí esta columna fuese un homenaje al peor manejo de la pandemia, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus y la institución que dirige se harían merecedores de un par de párrafos. Parecerá gracioso y quizás hasta metafórico, pero tristemente, más que chistoso, esto es lamentable y muy peligroso. La OMS, quien se supone tiene en su misión resguardar la salud del mundo, demostró estar permeada por la burocracia más repulsiva que pueda existir, y por ello el manejo que se le dio a la pandemia desde ese circo ha sido cuestionado fuertemente. Insisto, no quiero ser redundante en lo que ya se ha hablado del tema, por eso no pienso profundizar en cómo la OMS desatendió el llamado de alerta que diferentes países le expusieron desde el 2019; tampoco voy a entrar a dar detalle de sus constantes cambio de directrices patéticas –tapabocas sí, y tapabocas no–, como tampoco la forma que tuvo de evadir la obligación que tenía de señalar al responsable, fuese quien fuere, del virus y su exportación al mundo.
Desde mi perspectiva personal, y como ya lo he señalado en escritos previos, considero que ya va siendo hora de ir planteándose la finalización de instituciones supranacionales; que no sirven para nada distinto a dar participación burocrática a gobernantes que salen a darse golpes de pecho y a robar titulares de primera página sin hacer mucho. No podemos seguir integrando el comité de aplausos que, despojado de la capacidad de reflexionar, se resiste a alzar la voz y quejarse a la imposición de instituciones que más que resolver problemas, los causan con su inoperancia, y que con su permisividad, acolitan que algunos países hagan lo que se les antoja, y todo por afinidades ideológicas.
Celebro profundamente que Donald Trump haya decidido apartarse de ese despropósito y retirara el apoyo financiero de ese circo. No obstante, con la llegada de Joe Biden al poder (esto hará parte de la segunda entrega), todo se reversará y la OMS seguirá guiando al mundo a su colapso. Que triste es vivir con la certeza de saber que si aparece una nueva pandemia, no nos matará el virus que la cause, sino las decisiones y directrices patéticas de la OMS.
2. LOS GOBIERNOS, SUS MEDIDAS LIBERTICIDAS Y LA IMPOSICIÓN DE PAPÁ ESTADO COMO ÚNICA OPCIÓN PARA SOBREVIVIR
Acá tampoco hay mucho que decir que otros no hayan dicho. Los gobiernos –unos más repulsivos que otros– parecen haber fraguado una agenda globalista en la que el guion es simple: limitar al individuo en todo lo que se pueda y robarle su libertad, su proyecto de vida y hacerlo lo más dependiente posible de papá Estado.
Toda regla tiene su excepción y no pretendo meter a todos los presidentes en un mismo saco; aquí hago alusión a la regla general, en especial a algunos presidentes de LATAM, los cuales parecen estar compitiendo para ver cual resulta más liberticida, destructor de economías y empobrecedor. Acá Argentina me resulta ser un caso muy especial, porque en su afán de imponer esa clase de “el papá Estado es el salvador”, no sólo ha generado restricciones a la movilidad y vulnerado la libertad de la manera más ruin, sino que también ha implementado barreras para que los ciudadanos, cautivos y presos del Estado, ni siquiera puedan opinar en redes.
Esto no sólo es exclusivo de “Argenzuela”, pues en países como España, la mancuerna Sánchez-Iglesias también impuso censura a quienes diferían de las formas en que el gobierno había usado sus instituciones para promover una marcha masiva (8M), y después de las manifestaciones, si proceder a ordenar el cierre de todo el país.
Colombia, mi amado platanal, ese que parece estar empecinado en sucumbir a las garras del colectivismo apodado progresismo, no se quedó atrás; si bien el presidente Duque no fue tan roñoso como Fernández o la mancuerna Sánchez-Iglesias en la restricción de opiniones, en la cuarentena generó decretos que hacían más torpe el funcionar del Estado –y ya esto es mucho decir– y otorgó facultades a mandatarios locales (como Claudia López, Alcaldesa de Bogotá, si, de “centroizquierda”), haciéndose cómplice de una quiebra masiva de negocios que hoy no sólo abandonan el sector productivo y comercial del país, sino que también dejan de brindar empleo a cientos de miles de colombianos. Más allá de eso y su horroroso programa de televisión, al mejor estilo Chávez, no hay mucho más que decir.
3. EL CAPITALISMO: SU ADAPTACIÓN A LA PANDEMIA Y SUS HATERS
Titulares como este nos bombardearon de manera sistemática y encarnizada. A diario, “expertos”, “académicos” y “opinadores” insistieron en sugerir el fin del capitalismo. Mientras decían babosadas del calibre que comento, el sector privado del mundo daba una batalla por sobrevivir a las restricciones proferidas por los gobiernos; a causa de la pandemia y la contingencia que esta creó.
Muchos empresarios no soportaron el colapso; otros en cambio resistieron, y no sólo eso, en medio de la crisis innovaron proponiendo soluciones a problemas del diario vivir y se adaptaron al panorama funesto que derivaba en pérdidas y poco más. Mientras muchos se enfrascaron en hablar del fracaso del capitalismo, el sector privado no se resignaba a perder la batalla e implementaba estrategias que le garantizaran a los empleados su salario, y a los dueños de las empresas el funcionamiento y sostenibilidad de ese proyecto por el que lucharon por tantos años. El teletrabajo, las clases virtuales y el comercio en plataformas se adueñó de nuestra realidad; realidad que no nos dejaba salir a la calle, pero que no nos hacía retroceder en el tiempo como muchos hubiesen deseado para alimentar su discurso rancio.
Quiero zanjar de una buena vez alguna posible duda que derive del uso del «capitalismo» en este escrito. Yo hablo de capitalismo refiriéndome al sector privado que no está trabajando con amiguetes políticos, hablo de las Mipymes que representan la mayor contratación de mano de obra del país y por los emprendedores que enfrentaron con gallardía estos malos tiempos. Hablo de capitalismo porque es el concepto más coloquial que hay para hacer referencia al libre mercado, que de libre poco tiene. Pretendo ser asertivo con los lectores que no están empapados en el tema, pero que por “x” o por “y” han escuchado algo de lo que acá se habla. Sé bien que el concepto se acuñó con Marx, y no pretendo defender a ese señor y sus posturas; quiero ser, como dije antes, lo menos técnico posible para darme a entender de la mejor manera que se pueda.
Quiero acotar algo que es evidente, pero que seguro los haters están esperando a que no lo mencione para venirme con cuchillo al cuello: El capitalismo no es infalible, es apenas obvio, nada que provenga del hombre puede ser perfecto; sin embargo es, y de sobra, el mejor modelo económico (existente) que hay en relación a sus contrapartes (socialismo-comunismo). Por lo anterior, es oportuno precisar que el modelo que hoy destaco admite mejoras, y muchas, pero esas mejoras no provienen del intervencionismo del Estado y de la intromisión de políticos en el mercado; por el contrario, cada día que pasa me convenzo más de que el capitalismo para pulirse, requiere de ausencia del gobierno.
CONCLUSIÓN FINAL
El 2020 fue un escenario que destapó lo perverso del colectivismo y de los políticos más ineficientes. Algunos optaron por subir impuestos, otros por emitir moneda, y la gran mayoría, por endeudarse hasta más no poder; pero pocos, pocos fueron los presidentes que decidieron restringir la movilidad de manera razonable para evitar daños colaterales a la economía que no se pudieran reparar. El diagnóstico es simple: el 2020 fue el año en el que la mayoría de los Estados crecieron más y el individuo se diluyó. En otras palabras, debemos prepararnos para el 2021 ¡Porque tenemos mucho por hacer, mucho por divulgar y mucho por desmontar!
¡Sigamos dando la buena batalla!