DE LA CIUDADANIZACIÓN, LA VIDA Y OTRAS REFLEXIONES

A propósito de la entrevista que le hicieron a Andrés Felipe Arias en estos días; Camus en su libro El extranjero, nos regaló una de las más bellas reflexiones sobre la libertad:

“Precisamente para eso los ponen a ustedes en la cárcel –¿Cómo para eso?–, Pues sí, La libertad es eso. Se les priva de la libertad.”

El extranjero | Albert Camus

Es verdad, si no, ¿Dónde estaría el castigo? Dice el protagonista a su carcelero mientras lamenta no poder fumarse un cigarrillo. Siempre pensé que la capacidad de gestionar nuestra libertad, era un acto meramente individual y, que el castigo a su mal uso en sociedad, era justamente no permitirte utilizarla.

ALGUNA VEZ SE HAN PREGUNTADO ¿QUÉ ES SER CIUDADANO?

Si tu respuesta a esta pregunta está asociada a cumplir la mayoría de edad, lamento informarte que perteneces al grupo poblacional que gestiona su libertad siguiendo otras reglas, y no construyendo las suyas propias; pues bien, nos ha dicho la literatura en torno al ejercicio de la ciudadanía que ésta es un escenario multidimensional y cotidiano, allegado principalmente a dos grandes variables del individuo: el sentido de pertenencia hacia un territorio y el reconocimiento de éste como sujeto de derechos y deberes.

Por tanto, concebir el ejercicio de la ciudadanía como una acción concreta, no corresponde a la predisposición natural de las sociedades a avanzar –y nosotros, sí que sabemos de ello–. Vivimos la era del Internet, la inteligencia artificial, el marketing político y, como si fuera poco; la memética como forma de masificación de información y conocimiento. Es por eso por lo que se me hace prudente que juntos nos preguntemos ¿Qué papel juega nuestra individualidad en el uso y goce del poder? Y, adicional a ello, ¿Cómo damos respuesta a esta pregunta atendiendo al reconocimiento del mundo como un escenario transcultural?

LA PRIMERA VEZ QUE ESCUCHÉ EL TÉRMINO “TRANSCULTURALIDAD”

Fue en una conversación de amigos en la que discutíamos sobre el por qué los países asiáticos, estaban lejos de convertirse en potencias mundiales –aclaro, eso no descarta su posición como potencias económicas–. Pero, justamente la hipótesis de mi interlocutor era que Asia no generaba una transmisión cultural de forma masificada como si lo había hecho el Occidente con nosotros; y después de negarme a entender su argumento –porque yo también disfruto del manga y las novelas coreanas–, empecé a darle la razón.

Occidente no sólo nos ha influenciado en cómo vivir, qué comprar y, hasta cómo sostener una relación amorosa; sino también, nos ha mostrado una y otra vez cómo debemos someternos al poder y defender la libertad, que es todo, menos ser libres –pregúntenle de esta afirmación a los norteamericanos–. Gracias a eso, desconocemos lo público como parte de nuestra cotidianidad y entendemos al Estado como un ente externo a nosotros que controla la soberanía territorial, el reconocimiento internacional y, por supuesto, el PODER.

Ahora bien, hay un término faltante en los elementos constitutivos del Estado, y sí, es justamente: la ciudadanía. Una ciudadanía que en la actualidad pierde su connotación como agente local, y muta hacia la agencia global; lo que genera que las decisiones del mundo pesen sobre nosotros con más empuje en la vida diaria. Que ejemplo más claro, que la facultad de elevar una enfermedad a grado de pandemia y, así, poder intervenir con fuerza en las decisiones de los Estados de todo el mundo.

Con esto –lectores– no ataco a la globalización en sí misma, pues, como lo he mencionado antes, nuestra ciudadanía recubre una connotación de mixturas culturales arraigadas a las épocas de conquista que se agudizan con la llegada del Internet; lo que nos convirtió a todos en nómadas del mundo: con derechos, deberes y sujeción del poder. Por tanto, podríamos pensar que, uno de los fracasos más grandes de los sistemas políticos, no es en sí misma la separación ideológica del poder, sino la exclusión consiente del individuo como sujeto transcultural en la gestión del poder mismo.

COVID-19

La cuarentena por COVID-19 me ha llevado a la búsqueda del entendimiento de esa ciudadanía global y, que yo prefiero llamarle “ciudadanía migrante”; en atención de comprender el alcance que representa la apertura comunicativa e informacional de las redes sociales en el poder. Entendiendo que la tecnología es creadora y limitadora de la libertad y, adicional a ello, integradora y excluyente de la misma, al mismo tiempo.

Hoy dependemos del Internet para amplios sectores de la productividad, la educación, la innovación y el desarrollo. Incluso dependemos de él para los procesos electorales, las campañas políticas, el manejo de las masas, la trasmisión de la información y la construcción de datos. El contrato social que estaba suscrito entre el Estado y el individuo, hoy se constituye entre el Internet y el poder. Y, siendo optimistas con el desarrollo de nuestra sociedad, no es descabellado pensar en suscribir ese contrato también entre el individuo, el ejercicio de la ciudadanía y la gestión del poder.

Acciones como recoger la basura, segmentarla y reciclarla nos permite aprovechar su uso de forma circular; lo que nos genera ingresos que son relevantes para la economía del hogar. Inclusive, pensemos que tan provechoso sería reconocer las capacidades de cada individuo según su aporte hacia acciones concretas a la sociedad; que no estén supeditados a los exámenes de Estado o a validación por parte de terceros.

¿Utilidad? Al mil por ciento. Así, comportamientos que parecen fútiles como decir buenos días, y gestionar nuestras emociones y conflictos; nos hace comprendernos como parte del mundo globalizado como sus creadores y dinamizadores. Nos hacer ser cada día, y de forma más cotidiana, ciudadanos que se valen de dos pilares fundamentales: la autogestión y el autodesarrollo.

FINALMENTE

Querido lector: hay cuatro cosas que son inherentes al ser humano; nacer, construir y gestionar nuestra propiedad privada, hacer uso de nuestra libertad y, por supuesto, entender que ser miembros de una sociedad y gestores de su evolución –naturalmente– nos otorga la cualidad de ciudadanos. Esto, sin importar de dónde seamos, en dónde estemos o hacia dónde vayamos.

SOBRE LA AUTORA:

Esta columna fue escrita por Paola Eljaik: CEO del Centro de Consultoría y Pensamiento del Caribe Colombiano. Profesional en Derecho y Administración Pública territorial. Global shaper del Hub Barranquilla. Investigadora, activista y, sobre todo; caribeña.

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