Antes de cualquier prejuicio que este título pueda despertar en los lectores, es necesario –aunque aburridor tener que explicarlo– justificar que estar en contra de este tipo de iniciativas, no significa estar en contra de la mujer y de la igualdad entre sexos; de hecho, es todo lo contrario. Existen razones de fondo para creer que la medida además de ser descaradamente desigual y lo que algunos llaman, liberticida, resulta ser en ocasiones inefectiva al momento de responder a las demandas sociales de aquellos pocos colombianos que ejercen su derecho al voto.
Estamos hablando de casi 20 años de decisiones legales para buscar la “paridad” o la “igualdad” en la competencia política y electoral del país, y no solamente de la aprobación de la ley de paridad propuesta hace menos de un año. Pero es increíble que en pleno siglo XXI, las discusiones respecto a la igualdad sigan siendo tan pobres, superficiales y populachas, y peor aún, que la gente les compre el discurso.
Explico el porqué: La iniciativa no tiene nada de empoderamiento femenino; al contrario, es una iniciativa de privilegio y de fomento a la mediocridad en la competencia electoral. Las mujeres están en capacidad hoy, de alcanzar si se lo proponen, más del 50% de los espacios electorales. Limitarnos a la mitad es mediocre y produce un efecto social inverso al que se propone, ya que en el imaginario social, la mujer que gane un lugar en la política no se lo habrá ganado por sus méritos sino por una cuota.
Y lo sé, muchos de quienes nos leen o nos cuestionan, no dudarán en remitirse al argumento del patriarcado inexistente en Occidente, o al de las maromas ideológicas de los techos de cristal y los pisos pegajosos para victimizar a la mujer, desconociendo que los obstáculos que poseen ellas los poseen ellos también. No es un tema de sexo; en Colombia si no eres amigo de “el dueño de”, o tienes tantos votos asegurados, simplemente no tendrás las facilidades de acceder al número de la lista electoral que te propones. La desigualdad en Colombia y la deshonestidad política afectan tanto a hombres como a mujeres, es una desigualdad en libertad, no de sexos.
Adicional a esto, en términos de un análisis de primer nivel y meramente superficial, no hace falta ser un genio para entender que la medida es todo lo opuesto a la igualdad, ya que no hace competir a hombres y mujeres con las mismas reglas de juego, sino que, por el contrario, se discrimina arbitrariamente a otra persona en razón de su sexo; es decir, el hombre.
Tan grande es el fracaso de este feminismo político que, en vez de empoderar a la mujer, se le hace víctima para que por medio de la ley se le de una ayudita, eliminando así toda competencia sana y en igualdad de condiciones, y sobre todo, de capacidades.
Esto no condiciona solamente a la competencia política, discriminando al hombre. Condiciona y limita de forma descarada la libertad del elector a elegir a quien prefiera, sea hombre o mujer. Se le limita –más no se le obliga– a votar no por sus capacidades, formación, educación, experiencia y propuestas, sino por algo tan insustancial como el sexo a la hora de gobernar o legislar. Se le hace creer al colombiano que esta idea era necesaria para acabar con la desigualdad de los partidos políticos y su discriminación patriarcal; pero se les olvida que quien elige políticos es el pueblo. A la gente no le importa si es hombre o mujer, aunque no falta y hay que decirlo, el desadaptado y caso aislado, que sigue creyendo que esta es una razón de peso para determinar el rumbo del país que tiene en sus preferencias.
Sin embargo, vale la pena recordar un caso de por qué imponer esta falsa igualdad no soluciona los problemas de fondo.
Son muchos los colectivos y organizaciones que aseguran que la razón por la que muchas mujeres no acceden a oportunidades laborales, es debido al patriarcado presente en la educación profesional que le niega la entrada a mujeres y niñas, a espacios que son fundamentalmente de hombres. Si es así, revisemos este tema.
Existe un fenómeno llamado la paradoja de la igualdad, el cual demostró en uno de los amados países de los progresistas: Noruega –por creer falsamente que este es socialista–, que espacios con fuertes estereotipos como la educación profesional, no se deben a un sistema de opresión que se propone no dejar a las mujeres ser exitosas, sino por elección misma de las mujeres.
Se decía que las mujeres estudiaban carreras más relacionadas a sus roles impuestos históricamente; así que un país como Noruega, decidió ponerle fin a esto y fomentar a través del Estado y sus impuestos, un subsidio como incentivo para el ingreso femenino a ingenierías y no carreras relacionadas con el cuidado, como la medicina, enfermería, biología, humanidades y demás; a manera de fomentar el acceso y generar pedagogía al respecto.
Efectivamente, muchas mujeres hicieron uso del subsidio e ingresaron a estudiar carreras universitarias de ingeniería. Este país nórdico que creyó haber alcanzado por medio de esta herramienta la igualdad, retiró el subsidio y sin esperarlo, nuevamente la tasa elección de las mujeres en ingenierías decayó. Las inclinaciones y afinidades profesionales de las mujeres estuvieron mediadas por un subsidio y no por su preferencia personal. Hoy, este fenómeno demuestra que mientras más libre es un país, más desigualdad de sexo habrá. Y no, no es impuesto por un sistema patriarcal y opresor. Las mujeres eligen si alcanzar determinados lugares en la economía, la política y el mundo laboral intervenidos por los espacios educativos, en el que algunos de ellos serán irremediablemente mayoritarios por hombres y otros por mujeres. Tal vez este ejemplo nos permita ver, las diferencias inherentes entre hombres y mujeres que nos hacen forzosamente desiguales y no por eso menos libres.
No obstante, es necesario finalizar con una cuestión relacionada a la pregunta de ¿Por qué estos colectivos feministas y políticos, no levantan con la misma fiereza la bandera de la igualdad en espacios como, por ejemplo, los de los oficios desempeñados por albañiles o el del obrero raso donde también existe una fuerte desigualdad en razón del sexo? Hace un tiempo, yo misma desconocía que en nuestro país no existe una igualdad total que permita a la mujer si lo desea, realizar trabajos pesados ejercidos hoy día por el hombre, un aspecto que está explícitamente prohibido por la ley permitirle a la mujer laborar en estos espacios. Sin embargo, no vemos a feministas rasgándose las vestiduras por no aumentar la participación de la mujer en espacios de construcción o por qué no, la carrera militar.
No, las vemos rasgándose las vestiduras y exigiendo una falsa igualdad y privilegios en los espacios de poder: de toma de decisiones como lo es el Congreso. Lo que en últimas, demuestra que no les importamos las mujeres: les importan sus intereses políticos.