Hace algunas décadas todo era más fácil: CONSERVADORES ERAN TODOS. En la Mont Pelerin Society de los años 40 y 50, todos eran pundonorosos caballeros de impecable saco y corbata o corbatín, ya fueran católicos, vulcanos, ateos, agnósticos o argentinos (esta última es una religión muy especial). Todos tenían el casco puesto contra los soviéticos y, de la homosexualidad, directamente no se hablaba.
Ahora las cosas se han puesto más difíciles. Ahora hay liberales que dicen que si estás en contra de las políticas de género, eres un fascista; y liberales que dicen que si estás de acuerdo con ellas, eres un marxista ¡La miércoles!
¿HAY ALGÚN MODO DE SOLUCIONAR ESTA CUESTIÓN?
Se dice de manera muy insistente que la diferencia entre un conservador y un liberal es que si eres liberal, “estás a favor de” la homosexualidad, las drogas, entre otras cosas. Se dice también, pero al revés, que si eres liberal tienes que estar en contra del colectivo LGBTIQ+.
Creo que nunca dije que cuando tenía unos 13 o 14 años, recibí no sólo la influencia de Ludwig von Mises, sino también de un salesiano: Mario Alexander Miozzo, que había escrito, bajo la influencia de Pío XII y Jacques Maritain, unos libros sobre educación democrática[1] que absorbí como esponja. Eran los difíciles años 1973, 74 y 75 en Argentina. Fue mi primer contacto, antes de Friedrich von Hayek, con el Estado de Derecho. Allí aprendí por primera vez lo que era una constitución limitante del poder, la división de poderes en serio y los derechos individuales; allí comprendí que el liberalismo eran los artículos 14 al 19 de la Constitución Argentina de 1853; allí aprendí que el liberalismo era, por ende, una cuestión esencialmente política y jurídica; y allí, vi por primera vez la influencia del cristianismo en esa cosmovisión.
En esa época establecí contacto con Alberto Benegas Lynch (padre) y el Centro de Estudios sobre la Libertad. Eran todos caballeros muy conservadores en sus costumbres, pero que también, decían: la libertad propia termina donde comienzan los derechos de los demás. Ese “pero que también” se explicaba perfectamente en el artículo 19 de nuestra constitución: “(…) las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”. Listo, me quedó claro: allí está el liberalismo clásico. No puedo imponer mi cosmovisión del mundo por la fuerza de la ley positiva. Me acuerdo muy bien de una “terrible” discusión que tuve con un amigo católico para convencerlo de que no podía entrar al departamento de dos homosexuales para “impedir el mal”. Terminé citándole el artículo 19 ¡Por suerte era abogado! No lo convencí, pero hubo unos dos segundos de silencio.
Por lo tanto, sí hay liberales más conservadores en su escala personal de valores y otros más liberales en el sentido moral del término. Pero eso no los define como liberales en lo político. En lo político son liberales porque no atentan contra derechos de terceros. Por ende, si eres liberal, no lo eres porque consideras que está moralmente bien todo lo que se haga en materia sexual, mientras no atentes contra derechos de terceros, sino que eres liberal porque, en ese ámbito, el de las acciones privadas, no atentarás contra el derecho a la intimidad personal. Y si eres liberal, no serás liberal porque estés en contra de la pluralidad de géneros o las operaciones trans: lo serás porque en ese ámbito tampoco impedirás el derecho a la intimidad personal. O sea que un liberal puede estar moralmente a favor de la homosexualidad o de ser un vulcano, y otro liberal no; pero lo que los define como liberales es que ninguno de los dos impedirá el ejercicio a la intimidad personal de homosexuales, heterosexuales, vulcanos, marcianos y venusinos.
¿ES TAN DIFÍCIL?
Parece que sí. Tal vez el liberalismo clásico, ese del que habla Hayek, no era algo tan fácil. Yo ya no tengo problemas en que los “liberales pro-gais” me dejen de llamar liberal porque soy cristiano. Finalmente no es cuestión de palabras, sino cuestión de ser lo que se es.
[1] Tomado de Instrucción cívica (Ediciones Civismo, Buenos Aires, 1era. ed. 1963), de Mario Alexandre Miozzo. Valga esta referencia como homenaje al gran sacerdote en mención, al cual le debo paz y claridad a unos difíciles 16 años en los que creí que tenía que elegir entre León XIII y Ludwig von Mises.
NOTA:
Este artículo apareció por primera vez en el blog Filosofía para mí, de Gabriel Zanotti.