Si uno observa el listado de los países con mayor libertad económica, uno encuentra también entre ellos a los países más ricos, donde sus poderes de compra per cápita son los más altos del mundo. También encontrará que los países más pobres son aquellos donde hay menor libertad económica (Enlace AQUÍ). En nuestro continente, la evidencia es clara. Los Estados Unidos y Canadá son los más libres y ricos; Venezuela y Cuba, los menos libres y más pobres. Con sólo comparar algunas fotos entre estos países, es suficiente para comprender que existe un romance apasionado entre el respeto por los derechos individuales –vida , libertad y propiedad– y el progreso; y que por otra parte, parece haber otro tipo de romance entre la pobreza y el colectivismo: la idea por la cual, el individuo debe quedar subordinado al colectivo, bien sea en la forma de sociedad, comunidad, nación, raza, pueblo, proletariado, entre otros.
La pregunta clave es: Si la evidencia económica es tan claramente obvia a favor del capitalismo ¿Por qué entonces en varias partes del mundo se sigue insistiendo con diferentes versiones de socialismo/colectivismo? La respuesta es: Porque las razones por las que una persona es –consciente o inconscientemente– colectivista, no son de orden económico, sino de orden filosófico y psicológico.
TIPOS DE COLECTIVISTAS
La mayor parte de los colectivistas lo son por varias razones mezcladas o combinadas. Pero vale la pena, al menos, mencionar algunas de sus características en forma independiente.
Tenemos al colectivista ignorante. Entre ellos hay muchos jóvenes que enamorados de lo que consideran un ideal, solamente ven lo que se ve, pero aún no han logrado captar lo que no se ve. Necesitan sentirse parte de un grupo y la idea del colectivo les atrae. No terminan de relacionar causa y efecto, lo que no les permite percibir, por ejemplo, que la causa de la riqueza de los Estados Unidos no se debió a su geografía ni a su suerte ni a la explotación de países pobres; se debió a una carta de derechos (constitución política) que aseguró a cada ciudadano la libertad de producir, expresarse, comerciar y contratar, como así también su derecho de conservar el fruto de su trabajo. Este tipo de colectivista, en cuanto desarrolla su observación y capacidad de relacionar conceptos, deja de serlo.
El colectivista inseguro no confía en sus habilidades para vivir en forma independiente. Internamente cree que su supervivencia depende de la mente y capacidades ajenas, y por ende, estará dispuesto a obedecer órdenes, repetir consignas y perder toda dignidad a cambio de la seguridad de vivir sobre la espalda ajena. Todos los fervientes seguidores de un líder autoritario y despótico son ejemplos de este tipo de personaje.
Por otro lado, está el envidioso que ve en el colectivismo una solución para sus debilidades psicológicas. Odia todo lo bueno por el simple hecho de ser bueno. Desea la destrucción, la pobreza, la angustia y la muerte por sobre la producción, la riqueza, la felicidad y la vida. Por eso, será un ferviente defensor de un sistema que logre lo primero y opositor del sistema que favorezca lo segundo. El Che Guevara es un claro ejemplo de este tipo de psicología que dejó plasmada en la carta que escribió a su padre confesando el placer que le generaba matar.
El colectivista hipócrita no se opone al mercado ni a la libertad durante el proceso de creación de riqueza, pero al momento de disfrutar los frutos de dicha creación, maldice al capitalismo y bendice al colectivismo de su agrado. Ama los productos generados por el capitalismo, pero prefiere que sean otros los que los produzcan para luego demandar una tajada. Ciudadanos comunes y corrientes, y políticos y líderes espirituales como el Papa Francisco I, defienden la propiedad privada a la hora de la producción y la propiedad colectiva a la hora de la distribución. Halagan a la madre Teresa de Calcuta, pero proponen distribuir la riqueza de Jeff Bezos. Usan el discurso colectivista para vivir como capitalistas.
El colectivista fashion es lo que yo llamo “puro verso”. Se ha sabido ganar su propia buena vida, pero su discurso contradice todos los valores que le permitieron progresar. Escuchen no más a los actores de Hollywood. Todos ellos millonarios gracias al sistema capitalista, pero levantan la bandera del colectivismo cada vez que tienen una audiencia a su disposición. Son una contradicción viviente y parecen sufrir del mismo virus que ataca a algunos jóvenes: no logran relacionar conceptos.
Para terminar con esta clasificación general e informal, quiero mencionar al que considero el más peligroso de todos los colectivistas: aquel que no sabe que lo es. Nunca se definiría a sí mismo como tal, es productivo y sus intenciones son nobles. Pero fue educado en el altruismo y considera que en esta vida la meta es vivir para nuestros hermanos. Se siente culpable de su suerte, méritos y logros, y cree que los demás tienen derechos adquiridos sobre su existencia. No van a votar por Petro, ni por Maduro ni por CFK, pero halagan la intervención del Estado benefactor, los impuestos, la redistribución de la riqueza y los planes sociales, mientras condenan la moralidad y egoísmo de un Messi, por poner un ejemplo, por esconder su plata en un paraíso fiscal.
Son mayoría y están escondidos entre los socialistas, los radicales, los socialdemócratas, los nacionalistas, los conservadores, e incluso, entre los liberales. Posiblemente sin mala intención, son quienes fertilizan el campo moral con semillas de culpa para que luego los colectivistas puros y duros cosechen el resultado y proclamen su “derecho” a vivir de los demás.
Todo colectivista –consciente o inconscientemente– considera que el fin justifica los medios, que el grupo es el valor supremo y, por ende, que vale sacrificar a algunos de sus miembros en su nombre. Dado que los sacrificios raramente son voluntarios, terminan justificando el inicio de la fuerza como herramienta para obtenerlos, transformándose en cómplices –por acción u omisión– de gobiernos autoritarios y tiranos.
Para terminar con el colectivismo, se requiere que aquellos que no somos ni ignorantes ni envidiosos ni hipócritas ni inseguros, revisemos con cuidado la moral que hemos adoptado y cuestionemos sus bases. Se requiere que volvamos a poner al individuo por sobre el grupo, a los derechos individuales por sobre la necesidad, a la razón por sobre el capricho y a la vida por sobre la muerte.
Si piensan que esto es exagerado, repasen la historia y vean lo que el colectivismo dejó en la Unión Soviética de Lenin, la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la China de Mao, bajo el pretexto del bien común. Y luego, vuelvan a pensar.