Hoy, después de tanto tiempo, he vuelto a llorar por tu pasado. Fue cuando trataba de hacerme un batido, de esos que me enseñaste y me pedías después de entrenar. No te miento, te vi y escuché con tu voz tierna, esa que impostabas cuando me pedías algo con cariño y yo entonces no me podía negar.
Me pregunté si ya lo hacías de nuevo, quiero decir, fingir la voz como un niño, pero con alguien más. Me pregunté si yo lo haría de nuevo, prepararle ese batido de papaya y avena a alguien más… Escenas paralelas en una obra con otros personajes, ¿secundarios?
También me preguntaba si cambiaría ingredientes o alteraría algo de ese cuadro tan familiar. Quizá ya no miraría con disgusto que me pidieras cocinar después de que ambos habíamos entrenado, porque a ver: haciendo a un lado la cursilería, tampoco es que fuera un idilio. Quizá no reclamaría el hecho de que lo había hecho el día anterior y en ese orden te tocaba a ti.
Tal vez haría un nuevo trato con esa persona y lo prepararíamos juntos. Él pelando la papaya –sin duda la parte que más odiaba– y yo agregando el agua y la avena. Así nos haríamos compañía. Así, tal vez, nos evitaríamos la guerra de a quién le toca o de cargarle la responsabilidad al otro de si quedó aguado o le faltó avena o “la papaya que elegiste estaba muy verde”. Porque entonces, si queda mal, por lo menos lo haríamos mal juntos.
Qué acto más complejo y extraño el de resignificar un batido.
El punto es, y se lo digo a tu recuerdo que se niega a apartarse, que no dejaré de hacer este batido, así no estés, así me lo hayas enseñado tú. Porque ya no es tuyo, hace parte de mí, de la nueva versión que no existía antes de ti.
Me he dado cuenta de que estas lágrimas no son como antes. No son de rabia ni tristeza. Una especie de sensación de estar sanando, de que puedo mirar en tu recuerdo algo que no es ira, sino aceptación: fuiste y ya no eres. Le he dado un espacio a mi memoria de conmoverse con lo bonito que fue amar, sin intoxicarme con un color rosa chillón y cursi, sin deificarte ni menospreciarte.
Hoy he avanzado mil pasos con cada lágrima.