NOTA:
La parte anterior a esta entrega puedes leerla AQUÍ.
¿Qué pasa cuando las normas morales excluyen personas? Pensemos en cuál era la situación con respecto a la homosexualidad o la presencia de las mujeres en las universidades o en puestos de gran responsabilidad hace pocas décadas. Esto para hacernos una idea de que el proceso moral tiene un lado tiránico que se parece a una especie de “dictadura de las mayorías”. El problema no es que lo tenga, sino que no sea posible vencerlo sin violencia.
LA ACCIÓN AFIRMATIVA NO ES LA RESPUESTA AL TABÚ MORAL, AUNQUE SI ES EL “CABALLO DE TROYA” DE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL
Hay muchos ejemplos de exclusiones por motivos morales. Oscar Wilde, Alan Turing o Porfirio Barba Jacob, son ejemplos de individuos discriminados por su homosexualidad. Oscar Wilde, incluso, estuvo en la cárcel por cargos relacionados con su orientación sexual. El caso de Wilde es paradigmático, porque siendo inglés, alguno dirá: ¿Entonces dónde estaba el libre mercado para defenderlo en la nación más liberal de la tierra para ese momento? La respuesta es simple, porque precisamente ya no sucede, como si sucede en otras partes del mundo que ni siquiera han empezado su proceso de liberalización; tal es el caso del mundo musulmán, en donde ser gay es penado con muerte por la ley islámica, sencillamente, porque es un tabú cuestionar el dogma.
¿Fue bueno para la computación y el avance de la electrónica haber dispuesto a Alan Turing para los vejámenes y las humillaciones a las cuales fue sometido, solo por ser homosexual? ¿Fue bueno para la literatura haber encarcelado a Oscar Wilde? ¿Fue bueno para las artes y la poesía en Colombia haber exiliado a Porfirio Barba Jacob, por la misma razón que los otros dos? La respuesta, claramente, es NO. En esos tres casos, ¿es bueno excluir a las mujeres de participar en la fuerza laboral o en política? NO. Conjuntamente, ¿es bueno excluir a alguien porque es negro, blanco, amarillo o de cualquier color de la fuerza laboral, o de participar en la política? NO.
Y qué pasa si una persona es incompetente, pero no puede ser despedida de su puesto de trabajo, o tiene que ser aceptada en una universidad a pesar de su bajo nivel académico, o contratada a pesar de ser mediocre solo por llenar una cuota de cada grupo: mujer, negro, indígena, miembro de la población LGBTIQ+, entre otros. La acción afirmativa –o discriminación positiva también– es solo un tipo de sexismo-racismo envuelto en buenas intenciones que acaba con el incentivo para competir y ser mejores. Se convierte en la profecía autocumplida de los sistemas cerrados, en los que cada vez más la discriminación y la mediocridad se resuelven con más mandatos y más fuerza, que a su vez, producen más mediocridad y más declive.
La acción afirmativa, como forma de romper el tabú moral o el prejuicio racial, es inefectiva, y lo que es más grave aún, ¡Contraproducente! Imponer desde arriba no funciona. En muchas empresas que han introducido el credo de la “diversidad”, la “inclusión” y la “equidad” (no voy a decir cuáles): las tres formas de imponer homogeneidad ideológica, formando la máscara de la “justicia social”, se empieza a notar un declive en los resultados: productos sin innovación y sin atractivo.
Hay un dicho en inglés que está tomando fuerza: “get woke, go broke”. Este dicho sirve para describir la situación, lo que implica que toda acción empresarial esté supeditada al conformismo ideológico y no al mercado, sin importar si sus resultados financieros son malos. Eso fue la URSS, que como notarán, ¡ya no existe!
La importancia del libre mercado radica en este caso: que aun asumiendo como base una de las más simples motivaciones humanas como la codicia, es incompatible mantener prejuicios con respecto a la orientación sexual, el sexo biológico de una persona o el color de su piel. Es estúpido, desde el punto de vista económico, mantener la discriminación como tesis moral, puesto que el mercado la rechaza; evitar que el mejor neurocirujano sea contratado por ser negro o mujer –o varón, como está pasando hoy en día–, es objetivamente malo si la idea es hacer dinero, si se pretende sumar al equipo al individuo más competente que se pueda encontrar. Si la meta es hacer crecer una empresa, la discriminación es muy mal negocio.
Hay, desde luego, quienes sin mucha evidencia y por motivos ideológicos, declaran que todo es culpa del complot del “heteropatriarcado del hombre blanco” y que el capitalismo de libre mercado es “excluyente”. Pero solo basta leer Discrimination and Disparities (Basic Books, 2019), del Dr. Thomas Sowell, para darse cuenta de que los mandatos de salario mínimo y las acciones afirmativas eran (son) racismo encubierto, y afectaron (afectan) de forma desproporcionada y negativa a la población negra en los EEUU. Al parecer, para Harvard, los asiáticos son demasiado buenos.
En Colombia, debido a la falta de libre mercado, muchos problemas de discriminación y exclusión no se pueden resolver mediante la competencia entre empresas, por los mejores individuos en un extremo, y en el otro, por la simple escasez de mano de obra que hace que hasta el menos calificado tenga donde trabajar y hasta el más prejuicioso se tenga que someter si quiere contratar a alguien. Se recurre equivocadamente a herramientas como la acción afirmativa, que, en primer lugar, son aberraciones ideológicas de la misma enfermedad: planificación central, que no reconocen la falla fundamental del sistema donde se asienta nuestro modelo económico: simple falta de libertades individuales y ausencia de libre mercado.
Quiere esto decir que, a pesar de la existencia del libre mercado y las libertades individuales, una persona que está siendo discriminada o agredida, sin más razón que por el color de su piel, su sexo biológico (varón o mujer) o su orientación sexual, ¿no debe recibir apoyo del sistema judicial o la policía? Claro que no. El sistema judicial al igual que la policía deben proteger al individuo, pero sin convertirse en herramientas del régimen para imponer el ideal del colectivo o el Gobierno de turno. Ni el sistema judicial, ni la policía, deben siquiera preguntarse a quien defienden, sino defender, en infinitivo, los derechos del individuo, empezando por su vida. ¿Necesitan algunos individuos protección especial? A veces sí, pero dentro del marco de los derechos negativos, no como parte de los derechos positivos, que se le han otorgado a un grupo específico como privilegio, en detrimento de otros grupos o individuos y como parte de una estrategia de mantenimiento de poder, porque cuando el poder cambia de manos, quienes tenían “derechos”, los pierden.
La discriminación se debilita o acaba cuando el prejuicioso tiene que escoger entre superar lo que piensa o contratar. Si la decisión es económica, casi siempre gana quien está del lado “débil” de la ecuación; la excepción es que no quiera o pueda aprovechar la oportunidad, y lo contrario es válido. Para que un empresario o grupo económico se sostenga en condiciones de ausencia de libre mercado y libertades individuales, tiene que recurrir a artimañas como la compra y extracción de privilegios al “ente de autoridad”, y eso lo pagamos todos, no solo los que están siendo directamente discriminados. El empresario termina sufriendo y pagando por su error, porque mientras más conformistas y homogéneos sean sus empleados, menos innovación hay y, por tanto, la tasa de creación de riqueza se reduce o simplemente se vuelve negativa, la empresa empieza a perder valor y se convierte en una espiral descendente de la que es casi imposible recuperase.
Sin embargo, la acción afirmativa tuvo un giro negativo adicional, y es que su cobertura se amplió hacia criminales, a quienes se los está equiparando con un grupo discriminado, el cual, además, dice que es culpa de los demás que ellos hayan tenido que matar, robar, secuestrar y/o violar. ¿Creen ustedes que un gay o una lesbiana perseguidos son lo mismo que un secuestrador o un terrorista? Pues eso es lo que ha estado pasando con todos los “procesos de paz” en Colombia al tratar de rellenar el ya catastrófico error de la discriminación positiva o acción afirmativa, con la “justicia social” y la “responsabilidad social”. En este país se abrió paso a punta de bombas y masacres, a la tesis de que, si uno tiene propósitos y objetivos “altruistas” (altruistas-colectivistas en realidad), entonces tiene autorización para destruir a cualquiera que se interponga en su camino para lograrlos; secuestradores, asesinos, ladrones, pedófilos, entre otros, con ambiciones de poder político, son individuos que se justifican usando la trampa de la responsabilidad social como herramienta para victimizarse y convencer a los demás de que fueron empujados a cometer atrocidades, culpándolos además de lo que ellos individualmente decidieron hacer y de lo cual son sus únicos responsables.
Una prueba que tenemos es el compás moral perdido hace muchos años. Fueron las aberrantes palabras de quien alguna vez ocupara una silla en la Corte Constitucional de Colombia, el Dr. Carlos Gaviria Díaz, quien dijo: “Una cosa es matar para enriquecerse, y otra matar para que la gente viva mejor”, en conversación con el Dr. Luis Carlos Restrepo. ¿Qué habría dicho el exmagistrado Gaviria, si Carlos Castaño (el jefe paramilitar asesinado por sus propios hombres) le hubiera pedido que se dejara matar porque pensaba que era lo mejor para el futuro de Colombia? El argumento de Gaviria es tan ridículo como peligroso. Desde que este las pronunció, las cosas han empeorado.
Secuestradores, asesinos, ladrones y pedófilos son individuos que cometen actos que destruyen la sociedad física y psicológicamente, mas no son miembros productivos de la misma. Esos personajes, a veces, motivados por el resentimiento ante el fracaso de sus tesis morales defectuosas rechazadas por la sociedad, se dan a la tarea de destrozar todo aquello que se parezca al ideal que no pudieron alcanzar, y luego, usan la acción afirmativa como vehículo de la responsabilidad social, para consumar su fraude y acceder a lugares en una sociedad que por vía del consenso social nunca hubieran podido obtener, como puestos en el Congreso, las cortes y la Presidencia –basta con observar quién es nuestro actual mandatario y quiénes sus huestes–.
Todo este desastre es producto de personas como Hans Kelsen, el artífice teórico, tanto de la solución final de los nazis que por decreto ordenó el genocidio de más de seis millones de judíos en los campos de concentración, como de las diez curules de las FARC en el Congreso y el resto de los Acuerdos de La Habana. Ven ¿Por qué la moral y la ley no pueden estar separadas? ¿Por qué el libre mercado de las ideas y los productos es una protección contra el mal? Y ¿Por qué la delegación de autoridad no funciona en la práctica?
La imposición de una idea (acción afirmativa, cuotas de género, responsabilidad social, y demás) a la fuerza, amenazando con persecución judicial a quienes no la quieren seguir, me recuerda mucho a la Alemania Nazi o a la Unión Soviética, porque al final, fueron lugares en donde no hubo libre mercado, ni libertad de expresión, ni nada que pudiera de forma natural resolver las diferencias, y así, secuestradores, asesinos, ladrones y pedófilos, gobernaron. El Reino Unido no encarcela más a los homosexuales, porque la discusión franca y abierta, con la posibilidad de aportar pruebas científicas, permitió llegar a nuevos acuerdos normativos; pero si eso no hubiera existido, esa etapa nunca se habría podido superar.
Las consecuencias de las políticas identitarias y la acción afirmativa, las pagamos todos con nuestros bolsillos, indirectamente o no. Las consecuencias de la discriminación en un mercado libre, abierto y de competencia, las paga quien discrimina.
En la siguiente entrega de este artículo hablaremos sobre la copia: ideas, normas, costumbres, productos…
NOTA:
SOBRE LA OBRA EN LA IMAGEN DESTACADA DE ESTA ENTREGA: Leutze, E. (1851). Washington cruzando el río Delaware [Óleo sobre lienzo]. Nueva York: Museo Metropolitano de Arte. https://www.metmuseum.org/art/collection/search/11417.