Recuerdo que compré una matera, como acto simbólico creyendo que sembraría una nueva vida contigo. Tú bien sabes que le doy significado a todo, ya sea porque he desarrollado una adicción a las metáforas o, como sueles, solías decir, “porque sobre-pienso todo”. Pero el tiempo en el que viví junto a ti, solo fue eso: un recipiente con tierra seca. No es que no lo intentara. Traté de mil maneras que esa matera contuviera algún indicio de vida. Pensé que era la tierra, entonces compré abono, y puse diferentes especies de plantas y en diferentes lugares de la casa; incluso una vez, me preguntaste por qué estaba cerca del lavaplatos y te dije que trataba de darle vida. Vi tutoriales, puse mi empeño en cuidarla y el resultado era el mismo: la planta moría y la tierra volvía a secarse.
Por mucho tiempo creí que era yo, que era incapaz de dar vida a nada. Mal augurio. Me hallé sola empecinada en revivir una planta que no tenía futuro y mientras la planta moría, no vi que era un reflejo de nuestra propia relación. Solo me di cuenta cuando ya no había remedio, y seguía empecinada trabajando sola por una planta; empecinada también, en dejar vivir una relación ya agonizante.
Las repisas se quedaron sin colgar, por más que te pregunté si las colgaríamos y tú me respondías: “debo ir por el taladro”. El colgador de ropa se quedó sin el último tornillo, no organizamos el espacio de lavado, jamás conseguimos la espuma para el sillón de la sala y así puedo nombrar una lista interminable de cosas a medio hacer que siempre estuvieron ahí, pero que no atendí, con la esperanza de que algo entre nosotros creciera, obsesionada con darle vida a una planta y a una relación, ambas destinadas a morir.
Y así pasaron mis días rodeada de cadáveres domésticos. Hasta que me fui y te dejé todo lo que compartimos: el espacio, los electrodomésticos, también las desilusiones. Tal vez por si algún día sentías el impulso de acabar lo que empezaste, tal vez por si ahora que estabas solo sentías el sepulcro de los deberes inconclusos.
Dejé todo, menos esa matera con tierra seca; la abracé todo el camino a casa de mi madre, sintiendo el miedo y el peso del fracaso a cuestas. Después de llorar, empecé a salir más, vivir más, recibir el sol, hacer ejercicio, conocer gente nueva, amar y amarme. Sorprende saber que la planta crece cada día, quizá porque la sombra de la infertilidad no la persigue, o quizá porque ahora el olor de los cadáveres domésticos no la atormenta.
NOTA:
SOBRE LA IMAGEN DESTACADA: Dalí, S. (1937). Metamorphosis of Narcissus (La Metamorfosis de Narciso) [Óleo sobre lienzo]. Londres: Tate Modern. https://www.tate.org.uk/art/artworks/dali-metamorphosis-of-narcissus-t02343.