Estaba en la tienda de mi barrio comprando un par de cervezas, cuando escuché a dos vecinas hablando sobre una bella camioneta Lexus, blanca e imponente, con cristales negros y rines de lujo. Una de las vecinas le dijo a la otra: “Mira qué carro tan bonito el que compró aquel, que bueno que les está yendo bien a los muchachos” –los muchachos son “la razón”, jóvenes de alguna banda delictiva del barrio–. Sin mucha sorpresa, volví a mi casa a disfrutar las cervezas. Tiempo después, regresé a la tienda para entregar los envases vacíos y llevar un par de cervezas más. En ese momento, llegó el hijo del señor tendero en un carro que no habíamos visto antes, un Chevrolet Spark pequeño; no era nuevo, sus puertas tenían un par de abolladuras y el techo descolorido por el paso del tiempo. El chico bajó del carro y abrazó a su padre, agradeciéndole por el gran regalo que le había hecho. En ese momento las mismas vecinas le gritaron al tendero: “¡Jum! Chucho, vos si sos muy ruin, nos estás vendiendo todo tan caro, que hasta para darle carro al niño tenés ya”. Ellos se quedaron hablando y yo me fui con mis cervezas.
Son muchas las veces que ignoramos el saludo del obrero que comparte asiento con nosotros en el bus que nos transporta cuando tenemos pico y placa. O lanzamos malas palabras contra la vendedora ambulante que obstaculiza unos cuantos centímetros del andén por el que caminamos, que hasta llamamos a la policía cuando, un domingo a las 7:00 a.m., se parquea un camión vendiendo fruta en frente de nuestro edificio y no nos deja dormir plácidamente. Sin embargo, callamos cuando se comete una injusticia, y muchas veces admiramos los logros de aquellos quienes han conseguido todo lo que tienen robando a los demás.
En nuestra sociedad, el salir adelante y lograr una moderadísima mejora en la condición de vida, cuando es fruto del trabajo y esfuerzo matutino, es castigado, y no solo con impuestos, pues se ha arraigado en nuestros corazones la idea perversa de que el empresario que se enriquece, lo ha hecho empobreciendo a los demás, mientras que los delincuentes que se enriquecen, no son más que víctimas del sistema que solamente están reclamando lo que los empresarios nos han quitado a todos. ¡Oh, qué equivocados estamos! ¿Desde cuándo es loable el robar el fruto del trabajo ajeno y vergonzante el triunfo fruto del trabajo propio? A las vecinas se les olvida que cada quince (15) días deben pagar 500 pesos a “la razón” para poder parquear sus vehículos en su propio andén sin que sufran daños o hurtos, y que don Chucho, el tendero, les fía el mercado y los útiles de sus hijos a más de treinta (30) días, sin cobrar ningún tipo de interés. Olvidamos que la vacuna que pagamos para que no nos roben, se la pagamos a los mismos que nos robarán.
El empresario es un delincuente, ¡pero el delincuente es un berraco! (es el nuevo eslogan). Es hora de empezar a ver las cosas por lo que son y no por lo que nuestro corazón anti-empresa cree que son. Los empresarios han hecho de Colombia un país próspero, y es gracias a ellos, y a pesar de los delincuentes, que hoy todos gozamos de una mejor condición de vida a la que llevaron nuestros abuelos. Incluso, los más pobres de hoy comen mucho mejor y tienen acceso a más alternativas que los pobres de hace 50 años.
Mis vecinas deberían admirar a don Chucho que pudo darle un carro a su hijo, a pesar de que medio barrio le adeuda la mitad de su inventario. Y deberían despreciar esa camioneta y cada zapatilla que usa “la razón”, pues todo eso es riqueza que le arrebataron a algún vecino que, como le robaron, don Chucho le debe fiar el mercado hasta su próxima quincena.
¡Los empresarios son nuestros héroes! Ellos se desvelan haciendo cuentas de cómo pagarle a Hacienda y Crédito Público los impuestos y la vacuna a los delincuentes, y de cómo soportar los altos costos de ser una persona honesta, para que cada día tú puedas gozar de una mejor condición de vida.
Acá vivimos en los barrios tomando frías, haciendo asados y mirando el fútbol, respetando a la gente que va temprano a trabajar. Por favor, no nos vengas a molestar con tu discurso anti-empresa.
NOTA:
La versión original de este artículo apareció por primera vez en el Diario La República (Colombia).