NOTA:
En una respetable decisión editorial del medio La Silla Vacía, esta columna de opinión, publicada la mañana del pasado jueves 29 de julio en la sección Red de la Paz, fue despublicada bajo el argumento de que hago apología a la violencia, particularmente, en el uso de la acepción “me alegra” contenida al inicio del último párrafo del escrito. Como lo plasmo en esta columna, hacer tal reflexión no es algo que muchos consideren políticamente correcto, pero para mí es un mandato moral en aras de la justicia y la libertad de prensa, asumiendo la responsabilidad de lo escrito en mi calidad de periodista titulado y en ejercicio.
“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida […]” reza el estribillo de un popular tema musical del género salsa. Esta afamada canción vino a mi cabeza tras conocer la noticia del trágico bombardeo ruso a una zona residencial en la ciudad de Kramatorsk, en la región del Donbás en Ucrania, donde tres colombianos milagrosamente salvaron sus vidas.
Confieso que en ese momento tuve una especie de epifanía, en donde se mezclaron por unos segundos las imágenes post-bombardeo con estas notas musicales que diera a conocer al mundo el panameño Rubén Blades a finales de los años setenta. Entendí que pocas veces la sabiduría popular se equivoca al interpretar las circunstancias y las vivencias propias de la vida y la realidad humanas.
Me explico: en esta acción violatoria de las leyes y costumbres de la guerra atribuida a las fuerzas armadas de Rusia –que hasta el momento arroja un saldo de once personas muertas y al menos otras veinte heridas–, apreciar entre las víctimas a Sergio Jaramillo Caro, ex Alto Comisionado de Paz de la administración Santos, no dejó de ser una verdadera paradoja.
Jaramillo Caro estuvo a punto de morir en una acción de fuerza de los ejércitos del Kremlin, eterno aliado y promotor de los movimientos insurgentes en Latinoamérica durante la Guerra Fría y en los años posteriores a la caída del Muro de Berlín, vía La Habana Cuba. Uno de esos movimientos fueron precisamente las FARC, con quien este filósofo negoció un desequilibrado Acuerdo de Paz que hoy tiene al país en las peores condiciones de seguridad pública de su historia.
Para los colombianos que tienen la memoria frágil –incluidos aquellos de la “generación de cristal” que no han sufrido los horrores de la guerra en carne propia, pero pontifican sobre lo divino y lo humano–, conviene recordarles que Moscú adoctrinó y preparó decenas de cuadros de mando de las FARC, entrenó centenares de colombianos en tácticas de guerrilla y terrorismo, promovió el reclutamiento forzado de menores de edad, y armó y dotó a las cuadrillas farianas con miles de fusiles Kalachnikov y millones de cartuchos de munición de guerra 7,65.
Estoy seguro de que, en este episodio en Ucrania, Jaramillo Caro supo por primera vez qué es la guerra. Fue su “bautismo de fuego”, cono decimos en el argot castrense. Para nuestro infortunio, no le sucedió antes de haber asumido su rol de Alto Comisionado de Paz, pues quizá así no se habría atrevido a negociar la majestad del Estado y la vigencia del imperio de la ley en el Acuerdo Final. Probablemente, hacer esta reflexión no sea políticamente correcto para muchos, pero creo mi deber hacerla.
Como el gran cobarde que es –y no lo digo por su estatura física sino por el tamaño de su traición a Colombia–, Jaramillo Caro saldrá probablemente despavorido de Ucrania, país al que viajó para participar en la Feria del Libro de Kiev como embajador de la campaña latina “Aguanta Ucrania”. Así lo hizo luego de entregar al país a las corrientes progresistas enquistadas en organismos transicionales claves como la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad (CEV) y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), en otros con carácter subsidiario como el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) y en un sinnúmero de enclaves en el Estado.
Jamás me he alegrado ni me alegraría por la muerte de un ser humano, mucho más si fue parido en este suelo patrio, por lo que celebro que Sergio Jaramillo Caro y los otros dos colombianos que lo acompañaban a la mesa en el restaurante en Kramatorsk –el escritor Héctor Abad Faciolince y la periodista Catalina Gómez–, hayan sobrevivido a este grave crimen de guerra de las fuerzas armadas rusas.
Eso sí, me alegra que él ahora lleve en su piel las cicatrices de la guerra, como la tienen millones de colombianos, incluidos los veteranos y sobrevivientes de este conflicto de nunca acabar. Huellas imperceptibles e indelebles que también están presentes en los corazones henchidos de dolor de las familias de los miles de uniformados caídos, asesinados, torturados, desaparecidos y en condición de rehenes durante las últimas seis o siete décadas de nuestra historia reciente, gracias al patrocinio ruso… “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida […]”.
NOTA:
SOBRE LA OBRA EN LA IMAGEN DESTACADA: Picasso, P. (1949). Dove (La Colombe) [Litografía sobre papel]. Tate Britain, Reino Unido. https://www.tate.org.uk/art/artworks/picasso-dove-p11366.