EL SEÑOR PRESIDENTE

El señor presidente es la novela más célebre del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura en 1967 y uno de los precursores de la literatura latinoamericana en el siglo XX. Allí, describe la vida de quienes estuvieron bajo el régimen de Manuel Estrada Cabrera, el cual gobernó Guatemala entre 1898 y 1920, pese a que en la misma no se identifica explícitamente como marco de la trama a la sociedad de principios del siglo XX de dicho país.

La novela se escribe durante la década de 1920 y se culmina hacia 1933, aunque la censura totalitaria del régimen impidió su publicación por más de diez años. El señor presidente no solo es un destacado ejemplo del realismo mágico, sino también del género literario conocido como novela del dictador, pues se toma el trabajo de explorar la naturaleza del poder absoluto y sus nefastos efectos en la sociedad, considerando por supuesto que para ejercer la tiranía existen patrones. Cabe destacar que el personaje del presidente rara vez aparece en la novela, teniendo más peso otros personajes de esta. Es la radiografía de una desgarradora realidad latinoamericana, una que nos ha alcanzado, en mayor o menor medida, a todos los países. Colombia no ha sido la excepción, ya que desde nuestra concepción como nación independiente hemos tenido un modelo mal planteado, además de los hilos de intrigas y poderío tejidos sobre nosotros.

Partiendo de ello, es evidente que el primer gran dictador que tuvimos fue el mismísimo “Libertador” Simón Bolívar. Me baso en dos razones, entre muchas, para manifestar tan impopular opinión. Una, la creación del Congreso Admirable, asamblea constituyente convocada por el propio Bolívar para evitar la caída de la Gran Colombia a través de una nueva constitución; en realidad, una afrenta directa a la división de poderes al ser una forma sutil, o inclusive romántica, de llamar a la disolución del Congreso. La otra razón está en la orquestación de la muerte y el posterior desprestigio del general José María Córdova, quien aún hoy nos es vendido por la gran mayoría de profesores e intelectuales como un guerrillero de la más baja ralea.

El otro gran dictador que Colombia tuvo fue el General Gustavo Rojas Pinilla. El régimen militar de Rojas Pinilla se caracterizó por mantener un continuo enfrentamiento con la prensa a través de la expedición de artificios lícitos para salvaguardar a sus funcionarios de la crítica. Censuró, persiguió y clausuró a diarios de oposición como lo fueron El Tiempo, El Espectador y El Siglo, viéndose algunos de ellos obligados a operar bajo las sombras o con otros nombres. Una “prensa libre pero responsable” se consolidó como la treta perfecta con la que “Gurropín” instauró el Decreto 2535, artimaña legal que amordazaba la libertad de expresión. Además, Rojas Pinilla persiguió con puño de hierro y botas con espuelas a los cristianos protestantes, y en 1955 llevó el libre porte de armas a la ilegalidad a través del “sistema de salvoconductos”. En últimas, todo dictador que se respete detesta tener a la ciudadanía armada, porque así puede cooptar las instituciones a su antojo y quitar del medio a quien le estorbe.

Además, hemos padecido mandatarios con tintes dictatoriales, a pesar de que no se han mostrado de forma tan clara como Bolívar o Rojas Pinilla. Por ejemplo, Joaquín Mosquera y Arboleda y Tomás Cipriano de Mosquera (miembros de una prestante familia payanesa que no le ha hecho mucho bien a los colombianos); desde luego, Álvaro Uribe Vélez (sí, “Alvarito el bobito”, el que no rompe un plato); y ahora, alguien que podría acercarse en cierta medida a la figura que escribió Asturias, aun cuando carezca de la inteligencia y buen gusto de tal personaje: Gustavo Petro Urrego.

Petro encarna al perfecto megalómano. No por sus constantes escándalos de corrupción e inoperancia administrativa, ampliamente documentados, que él o sus colaboradores protagonizan prácticamente cada mes –o semana–, incluso desde antes de empezar a “gobernar”. No. Lo encarna por ese descontextualizado concepto que tiene de sí mismo, y que está tan elevado. Lo encarna por su rampante narcisismo y sus delirios de grandeza y omnipotencia: al señor presidente le encanta jugar a ser dios. Lo encarna por su arrogancia vestida de filantropía, y su desprecio por todo lo que no tenga que ver con él mismo y sus ideales equivocados. Lo encarna porque sabe a quién hostigar y ante quién debe agachar la cabeza. Lo encarna porque no lo mueve el deseo de hacer las cosas bien y de trascender positivamente, sino el odio y necesidad casi patológica de polemizar con estupideces disfrazadas de razonamientos brillantes.

Gustavo Petro sigue representando un peligro para Colombia y Latinoamérica: no en vano, es “la querida” de la cúpula del régimen venezolano. Sin embargo, una manera ideal de hacer que cada vez pierda más poder e incidencia es comenzar a condenarlo al ostracismo. Ocurra lo que ocurra, pasará a la historia como una gran decepción y el reflejo de todo aquello que no se puede replicar.

No debemos continuar cayendo en su sed de figuración. Por eso, trataré de no escribir más sobre él. A Petro y al gobierno que ha provocado tantas crisis explícitas, siendo la más grave la que vivimos por capricho en el sistema de salud, ¡es momento de ignorarlos! Es hora de debilitarlos, de no llevarlos a ser interlocutores en ningún espacio. Así él tenga un nombre prominente en el libro de nuestra historia, que Gustavo Petro no sea el protagonista. Su peor castigo será caer en el olvido, despojado de todo reconocimiento, de toda tribuna y de toda relevancia.

NOTA:

SOBRE LA OBRA EN LA IMAGEN DESTACADA: David J. L. (1793). La muerte de Marat (Marat assassiné) [Óleo sobre lienzo]. Museo Real de Bellas Artes de Bélgica (Musées royaux des Beaux-Arts de Belgique), Bruselas Bélgica.

Cristian Toro
Cristian Toro

Objetivista. Lector empedernido, y prospecto de novelista y autor. Ingeniero Electrónico de la Universidad Nacional de Colombia Sede Manizales y Especialista en Gerencia de Proyectos de la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Docente de matemáticas, física y estadística. Apasionado del arte, la ciencia, la historia, la filosofía y la buena música (principalmente, salsa, rock y tango electrónico).

Editor Ejecutivo (EIC) de El Bastión y Revista Vottma, miembro fundador de la Corporación PrimaEvo y del movimiento Antioquia Libre & Soberana, y columnista permanente de Al Poniente y el portal mexicano Conexiones. Afiliado al Ayn Rand Center Latin America y colaborador de organizaciones como The Bastiat Society of Argentina y México Libertario.

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