NI MADURO ES NORIEGA, NI VENEZUELA ES PANAMÁ | El mito de la intervención

Sin el respaldo de Moscú y Pekín, los únicos buques estadounidenses que ingresarán a las costas venezolanas serán los de la Corporación Chevron. Algunos analistas vendedores de humo se empeñan en comparar la situación actual de Venezuela con la invasión de los Estados Unidos a Panamá en 1989, que derrocó al dictador, narcotraficante y exmiembro de la CIA, Manuel Antonio Noriega.

Por supuesto que existen similitudes, pero el fanatismo y la ignorancia impiden a estos analistas mediocres documentarse mínimamente y revisar la historia, para realizar un análisis serio que pueda explicar las profundas diferencias entre ambos países y sus contextos geopolíticos.

En primer lugar, la invasión militar realizada por los EE. UU. el 20 de diciembre de 1989, fue ejecutada horas después de la juramentación del presidente electo, Guillermo Endara, en la Embajada de los Estados Unidos ubicada en territorio panameño, obteniendo así la legitimidad que necesitaba para justificar la intervención.

En segundo lugar, Noriega fue colaborar-agente de la CIA por más de 15 años. Pese a que El Pentágono conocía perfectamente sus vínculos con el narcotráfico, los gobiernos de Carter y Reagan lo protegieron por considerarlo una pieza valiosa de inteligencia durante los tiempos de la Guerra Fría.

No obstante, en junio de 1987, el amparo de la Casa Blanca hacia Noriega llegaría a su fin, pues su mano derecha, el Coronel Roberto Díaz-Herrera, al ser relevado de su cargo como jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Panamá, lo denunció públicamente acusándolo de manipular las Elecciones generales de Panamá de 1984, liderar una red de narcotráfico y ordenar asesinatos y violaciones a los derechos humanos. Tal testimonio fue usado por la oposición para movilizar protestas que los medios de comunicación internacionales amplificaron, dándole un golpe fatal a Noriega y generando el desplome inmediato de su imagen y legitimidad.

Su caída se acercaba, puesto que se descubrieron sus estrechos vínculos con Cuba y Libia mientras actuaba como doble agente encubierto bajo nómina de la CIA. El escándalo ya era imposible de contener para Washington. Y por eso la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la DEA y el FBI coincidieron en que Noriega ya no era un activo, sino un estorbo digno de su lista negra.

El narco-dictador panameño selló su destino cuando le declaró la guerra a los Estados Unidos, tras anular las Elecciones Presidenciales de 1989, que claramente había perdido. Pero el punto de no retorno llegó el 16 de diciembre de ese mismo año, cuando el teniente de la Marina estadounidense Robert Paz fue asesinado en un retén militar panameño, hecho que le dio al presidente George H. W. Bush el empujón que necesitaba para activar la Operación Causa Justa el 20 de diciembre.

En la operación fueron movilizados 26 mil soldados estadounidenses, más del doble del ejército panameño, lo que culminó con la rendición de Noriega el 3 de enero de 1990. El saldo oficial fue de 202 civiles y 314 militares muertos, 325 heridos y 1.908 detenidos –en su mayoría miembros de las fuerzas locales–, según documentos desclasificados y publicados en los Papeles de Panamá.

LA HISTORIA NOS OBLIGA A HACERNOS VARIAS PREGUNTAS…

¿Dónde está Edmundo González Urrutia?, ¿qué hizo cuando huyó de Venezuela?, ¿fue a reunirse con Donald Trump?, ¿en algún momento tuvo la intención de juramentarse o de solicitar una intervención militar? … Las respuestas a estas interrogantes explican por qué es ilógico comparar a la Venezuela de 2025 con la Panamá de 1989, ya que el supuesto presidente electo y exembajador de Hugo Chávez en Argentina, Edmundo González Urrutia, hoy vive cómodamente en España, la cuna de la izquierda internacional, y desde allá ha dejado bien claro que nunca apoyará ninguna intervención militar para derrocar a Maduro. Igualmente, su compañera de fórmula, María Corina Machado, quien ha sido fuertemente criticada en redes sociales por rechazar una intervención militar extranjera en una de sus últimas entrevistas.

Cuando González Urrutia huyó del país el 7 de septiembre de 2024, en lugar de visitar a Donald Trump, se reunió únicamente con Joe Biden, principal aliado de Maduro en los EE.UU., quien durante su mandato liberó a sus sobrinos narcotraficantes, a su principal testaferro Alex Saab y alivió las sanciones que le había impuesto Trump en su primer periodo presidencial.

Por otra parte, es determinante entender que ninguna decisión tomada por la Casa Blanca es gracias a María Corina, Edmundo o cualquier otro falso opositor. Y eso se debe precisamente al poco entendimiento que tienen sobre geopolítica, escaso nivel de estrategia pragmática y la nula voluntad de derrocar al régimen.

Trump no tiene un canal de comunicación directo con María Corina ni con Edmundo, mucho menos atiende sus exigencias. Marco Rubio no es la Casa Blanca, y su historial solo confirma que no es un aliado de Venezuela, sino otro politiquero obsesionado con figurar en la agenda mediática, buscando complacer al voto latino y a sus financistas de ExxonMobil.

La Casa Blanca tampoco mantiene un canal directo con Maduro, pero ha dejado claro que no le incomoda negociar con él ni con sus padrinos: Xi Jinping y Vladimir Putin, los actores que en realidad sostienen el poder político, económico y militar de Venezuela.

A NINGÚN GOBIERNO DE LOS EE. UU. LE HA IMPORTADO NUNCA SI VENEZUELA ES GOBERNADA POR UNA DICTADURA, SIEMPRE QUE SUS INTERESES GEOPOLÍTICOS NO SE VEAN AFECTADOS

El pasado 28 de julio, la falsa oposición y los supuestos “analistas políticos” al servicio de Machado, vendían un absurdo triunfalismo tras cumplirse un año del fracaso electoral. Entretanto, la Casa Blanca mantuvo sus negociaciones con Maduro y Chevron para impedir el ingreso de China al negocio del petróleo venezolano, sumadas a las negociaciones para recibir en Caracas más vuelos de venezolanos ilegales deportados por el ICE (Servicio de Control de Inmigración y Aduanas).

La inmigración y el petróleo son las únicas dos cosas que le interesan al “Tío Sam” de Venezuela. Algo incluso, no reprochable, puesto que Trump es un empresario pragmático y un político conservador-nacionalista que ganó la reelección en aras de “rescatar a su país”, no a los venezolanos. Mucho menos cuando hacerlo implicaría volver a despilfarrar dinero en una nueva aventura para intentar derrocar a Maduro, y ahora no colocar a Juan Guaidó en la Presidencia, sino a la influencer política María Corina Machado.

Por eso el 12 de agosto el primer buque petrolero de Chevron llegó a Venezuela para cargar crudo hacia los Estados Unidos después de la aprobación de su nueva licencia. Y aunque muchos vendedores de humo, incluso de la misma administración Trump, fabrican campañas para posicionar en la opinión pública la idea de una intervención militar estadounidense en Venezuela, la verdad es que eso nunca sucederá sin el previo respaldo de Rusia y China.

Mis queridos lectores, ustedes son libres de no creerme. Por eso los invito a que observen la entrevista del hijo de Donald Trump (Donald Trump Jr.) al subsecretario de Estado Christopher Landau, donde explicó que: “El pueblo venezolano debe alzarse y reclamar su libertad. Si no se ganan su libertad es porque no la aprecian. No podemos ir por el mundo cambiando gobiernos a nuestro antojo”. Landau advierte que las experiencias de Irak y Afganistán demuestran los riesgos de los cambios de régimen impulsados desde el exterior, sin ningún tipo de planificación política, militar, económica y social para el día después de una invasión; insiste en que la salida a la crisis debe estar encabezada por los propios venezolanos.

De la misma manera, el exembajador de los Estados Unidos en Venezuela, James B. Story, en una entrevista a NTN24, afirmó que “con cinco mil infantes de marina, no se puede hacer una acción militar”, dejando claro que la operación militar es solo para combatir el ingreso de cargamentos de droga a Norteamérica, y en general, al narcotráfico en la región.

Por supuesto, nunca veremos a los propagandistas de María Corina Machado –mal llamados periodistas– replicar este tipo de entrevistas por obvias razones, pues si recibieron dinero de la USAID al igual que su líder política, deben mantener en pie su falso discurso. Muchísimo menos veremos a Marco Rubio dando este tipo de declaraciones; de nuevo, él debe continuar con su venta de humo para mantener el apoyo del “voto latino” y el lobby petrolero de ExxonMobil.

Sin embargo, es importante destacar que la maquinaria propagandística de Maduro tampoco hablará de estas entrevistas. ¿Por qué, entonces, el régimen no ha logrado salir airoso en el plano mediático con estas declaraciones? La estrategia es clara: solo se difundirán los comunicados de apoyo que reciba de sus jefes en Rusia y China, así como de sus aliados ideológicos en la región –Petro, Sheinbaum, Lula, Díaz-Canel, entre otros– para luego presentarse como el líder que derrotó al “imperialismo invasor”, cuando la tan anunciada intervención militar no se lleve a cabo y pueda así capitalizar políticamente una “nueva victoria”.

Además, tengan la plena seguridad que mientras el teatro geopolítico se desarrolla, Chevron seguirá extrayendo petróleo venezolano con total normalidad. Aunque ojo, este plan de Maduro solo podría concretarse si ningún chavista cercano a él lo traiciona para quedarse con el poder. Es por eso por lo que en las próximas semanas veremos una nueva depuración en el régimen: quién no le muestre lealtad al Cartel de los Soles sufrirá las consecuencias.

ENTONCES, ¿QUÉ GANA TRUMP CON ESTA ACCIÓN MILITAR?

Como suele ocurrir con las jugadas de Trump, el envío de destructores a aguas internacionales responde a una estrategia de múltiples capas, lo que en ciencia política se conoce como estrategia de recompensa asegurada o dominancia: una maniobra diseñada para que, cualquier resultado, siempre produzca algún beneficio. En este sentido, el final más dramático ya sería una ganancia, mientras que el mejor resultado se vendería como una victoria aplastante.

En el peor de los escenarios, Washington se limitaría a bombardear algunas embarcaciones y capturar a determinados narcotraficantes, desmantelando solo aquellos carteles que resulten convenientes para la DEA, la CIA y el FBI, a pesar de llevar años en su persecución.

Con eso bastaría para vender la operación como un éxito rotundo. Y claro, antes que los medios critiquen la ausencia de marines desembarcando en La Guaira, o la permanencia de Maduro en el poder, la Casa Blanca tendría cómo lavarse las manos recordándole a los venezolanos, con las palabras del subsecretario Landau, que la libertad de su país depende solo de ellos y no de los marines estadounidenses.

En el mejor de los casos, la presión militar fractura internamente al régimen chavista, generando traiciones internas que precipiten la caída de Maduro y algunos de sus aliados. El desenlace sería una transición controlada, pactada entre los EE. UU., China y Rusia, que mantendría a salvo sus intereses económicos, pero con nuevas marionetas en el poder.

Trump presentaría el hecho como un éxito histórico donde “gracias a él y a los valientes marines estadounidenses, Venezuela recuperó su libertad, y por eso parte de su petróleo ahora es de Norte América”. Un relato perfecto para subir su aprobación en las encuestas, aunque la realidad detrás de la propaganda será que la Fuerza Armada criminal bolivariana, el Consejo Nacional Electoral y todo el engranaje social chavista seguirían intactos.

A la administración Trump no le puede importar menos si hay o no un cambio real en Venezuela: solo necesita la foto de varios narcos esposados y videos de bombardeos a embarcaciones, símbolos que pueda exhibir como ganancia política. Porque tras prometer que acabaría “en cuestión de días” con las guerras en Ucrania y Medio Oriente, y no estar ni cerca de cumplirlo, debe revivir urgentemente su popularidad.

Hoy la aprobación de Trump ronda el 38%, 15 puntos por debajo del pico de 53% alcanzado en febrero. Una caída que no solo amenaza su liderazgo, sino la viabilidad del Proyecto MAGA si los republicanos fracasan en las próximas Elecciones Legislativas de 2026.

Por su parte China y Rusia solo necesitan asegurar sus inversiones en Venezuela y por eso no importa si es Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Delcy Rodríguez o cualquier otro títere, lo único que les importará es que se mantenga de rodillas ante ellos y pague las deudas. Es decir, el final de Maduro sí está cerca, mas el final del régimen aún es muy lejano, ya que Trump solo necesita una victoria mediática para incrementar su nivel de aprobación: el Proyecto MAGA solo quiere depurar las instituciones y la sociedad estadounidense.

MAGA pretende disminuir el narcotráfico o ganar dinero controlándolo, fuera de reducir la inmigración ilegal con deportaciones cobrando miles de dólares por visas de turista para al menos tener alguna garantía. El proyecto no quiere emprender nuevas guerras que no pueda controlar, pues necesita detener las que ya existen porque son una fuga para la economía de los Estados Unidos.

Así que no podemos creer que Trump o cualquier otro presidente o multimillonario van a intervenir para liberar y regalarle la democracia a Venezuela. Es momento de reflexionar, asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos y dejar de consumir el humo que promueven los que dicen ser opositores al régimen.

Juan José Mollegas
Juan José Mollegas

Periodista y locutor venezolano, con estudios de Maestría en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Exiliado desde 2017, luego de sufrir una fuerte persecución por parte de la dictadura de Nicolás Maduro y tras denunciar sus vínculos con el narcotráfico y la banda criminal «El Tren de Aragua». Durante cuatro años formó parte de la sociedad civil de venezolanos en Lima (Perú) alzando su voz en contra de la dictadura de Maduro; fue, entre otras, Coordinador Local de Students for Liberty Colombia (SFL Colombia) en la ciudad de Cúcuta (frontera con Venezuela).

Actualmente, con residencia en Colombia, se desempeña como periodista y analista político independiente. Se autodenomina defensor de las ideas de la libertad, afín a la derecha liberal, provida, antiprogresista y anticomunista, así como opositor a cualquier forma de colectivismo.

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