ESTIGMA | Palabras que hieren vs. Lenguaje que cura

Al hablar de salud mental, casi siempre pensamos en expertos, ejercicio y alimentación saludable, pero pocas veces pensamos que también involucra el uso diario del lenguaje que utilizamos en los medios, en casa y en el trabajo: no reforzar estereotipos y usar frases prácticas que de verdad acompañen. Las palabras no son neutras: construyen realidades y pueden ayudar a salir adelante o destruir.

En materia de salud mental, esto se nota en pequeñas cosas: cómo titulamos una noticia, cómo comentamos una publicación, cómo respondemos cuando un familiar nos dice “no estoy bien”, y demás. Un comentario mal elegido puede agrandar la vergüenza y el silencio; uno cuidadoso puede abrir la puerta a la escucha. Y es por esto por lo que en esta columna propongo un enfoque sencillo y tranquilo para ser conscientes del lenguaje que usamos, sin tecnicismos innecesarios, pero con el cariño y respeto que amerita.

¿POR QUÉ IMPORTAN TANTO LAS PALABRAS?

El estigma no es solo “lo que piensa la gente”: a la par, es lo que decimos y repetimos. Cuando reducimos a una persona a su diagnóstico (“es un bipolar”, “es esquizofrénico”), borramos su historia, sus relaciones y sus fortalezas. Cuando hablamos de consumo de sustancias con términos cargados (“adicto”, “sucio/limpio”), damos por sentado que solo hay culpa y fallo moral, y perdemos de vista que hay tratamientos efectivos y múltiples caminos de recuperación. Cambiar el lenguaje no es maquillaje: es parte del cuidado.

Además, un lenguaje más respetuoso suele mejorar la disposición de las personas a pedir ayuda. En la práctica clínica y comunitaria se ve que, cuando alguien es recibido con escucha y sin etiquetas, baja la guardia y se anima a contar lo que pasa. Si eso ocurre en casa y en los medios, el efecto se amplifica.

TRES PRINCIPIOS SIMPLES

  1. La persona va primero. Decimos “persona con depresión”, “persona que vive con ansiedad”, “persona con un consumo problemático”, antes que etiquetar a la persona por su diagnóstico o conducta.
  2. Neutralidad y precisión. Cambiamos juicios por descripciones: “resultado positivo/negativo en una prueba”, no “sucio/limpio”; “está en tratamiento”, en lugar de “recaído”.
  3. Esperanza y caminos. Señalamos que existen apoyos y tratamientos, y que pedir ayuda es un acto de cuidado, no de debilidad.

Para usar un lenguaje respetuoso, conviene decir: “persona con esquizofrenia” o “persona con trastorno bipolar”, en vez de “esquizofrénico” o “bipolar” como identidad; hablar de que alguien “vive con depresión/ansiedad” y evitar calificarlo de “débil”, “exagerado” o que “no le pone ganas”; respecto del consumo de sustancias, optar por “persona con trastorno por uso de sustancias” o simplemente “uso de sustancias”, y no “adicto”, “drogadicto” ni “abusador”; al referirse a pruebas toxicológicas, usar “resultado positivo/negativo” y no “sucio/limpio”; sobre procesos de recuperación, preferir “en tratamiento” o “en recuperación”, y evitar “recaído” o “irrecuperable”; y, en casos de suicidio, lo más útil es decir “murió por suicidio” –e incluir “buscó ayuda en…”–, en lugar de “se suicidó”, “cometió suicidio” o detallar métodos.

Para lo último recordemos que, al comunicar hechos relacionados con el suicidio, es clave evitar el sensacionalismo y acompañar con información de apoyo y recursos.

AHORA, ¿QUÉ PODEMOS HACER EN CASA?

No necesitamos discursos perfectos: necesitamos presencia. Por eso, algunas frases que abren las puertas son:

  • Gracias por contármelo. Estoy aquí para escucharte”.
  • ¿Qué te ayudaría hoy?
  • ¿Te parece si agendamos una cita con un profesional?
  • Si se complica, buscamos ayuda juntos”.
  • Lo que sientes tiene tratamiento; no estás solo/a”.
  • ¿Prefieres hablar ahora, o salimos a caminar y seguimos?

En paralelo, conviene soltar frases que cierran la conversación y limitan la apertura del otro. “Pon de tu parte”, “a todos nos pasa”, “tienes que ser fuerte”, pueden nacer del cariño, pero suenan a minimización. El objetivo es validar sin dramatizar, y ofrecer pasos concretos.

EN MEDIOS & REDES: CLAVES DE ESTILO

Quienes escriben, editan o publican contenido tienen una responsabilidad adicional. Tres pautas marcan la diferencia:

  1. Titulares sobrios y centrados en la persona. Evitar opciones tipo “epidemia de suicidios” u otras expresiones alarmistas.
  2. Elegir verbos y sustantivos que informen sin etiquetar ni exagerar, y nada de detalles de métodos ni imágenes sensacionalistas. Recordemos que la cobertura responsable reduce el daño, pues no se trata de ocultar, sino de no convertir el dolor en espectáculo.
  3. Cierre con recursos. Incluir siempre orientación básica (cómo pedir ayuda, dónde consultar) y un mensaje de esperanza.

UN CAMBIO CULTURAL, PASO A PASO

Adoptar un lenguaje más cuidadoso no significa censurarnos, sino escuchar con calma. La literatura y la experiencia clínica muestran que las palabras influyen en la forma en la cual nos miramos y en cómo miramos a los demás. En una familia, en un aula, en el trabajo, cambiar “etiquetas” por “personas” suele abrir posibilidades: la persona deja de “ser el diagnóstico” y vuelve a ser hijo, amigo, colega, estudiante. Desde ahí se puede conversar de tratamientos, de apoyos, de barreras y de derechos.

La salud mental no es un asunto de “ellos” y “nosotros”: es un continuo que atravesamos a lo largo de la vida, con días buenos y días difíciles. Cambiar cómo hablamos no resuelve todo, pero sí hace más probable que alguien pida ayuda a tiempo. Ese es el corazón de este enfoque: reducir el daño, aumentar el cuidado y reconocer la dignidad de cada ser humano.

Si tú o alguien cercano está pasando por un momento muy complicado, considera contactar a un profesional o a las líneas de apoyo psicosocial. Pedir ayuda es un acto de valentía, y nuestras palabras, elegidas con calma y respeto, pueden ser el primer paso.

Diana Milena Parra Montaño
Diana Milena Parra Montaño

Psicóloga de la Universidad Minuto de Dios y Neuropsicóloga de la Universidad de San Buenaventura. Candidata a magíster en Psicología de la Universidad de los Andes. Docente investigadora de la Fundación Universitaria San Alfonso (Bogotá Colombia).

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