Margaret Thatcher habría cumplido 100 años este 13 de octubre. Fue primera ministra del Reino Unido durante casi doce años, lo que la convirtió en la jefa de Gobierno con más tiempo en el cargo en todo el siglo XX. Ningún otro dirigente político había aplicado antes recortes fiscales, desregulaciones y privatizaciones de manera tan radical para reformar un Estado del bienestar desarrollado. Hoy, cuando muchos países europeos afrontan retos similares, cabe preguntarse: ¿qué condiciones hicieron posible que Thatcher aplicara reformas de tan largo alcance?
Para que puedan emprenderse transformaciones profundas hacia una economía de mercado, deben cumplirse tres condiciones clave. Primero, que la situación económica se haya vuelto insostenible para amplios sectores de la población. Segundo, que exista ya un terreno fértil en el plano intelectual, con líderes de opinión que lleven años difundiendo las ideas idóneas. Y tercero, que aparezca un político carismático capaz de capitalizar ese contexto. Así ocurrió en el Reino Unido que llevó a Thatcher al poder.
Antes de su llegada a Downing Street, el “socialismo democrático” había conducido al país al borde del colapso. La inflación alcanzaba el 27%, el tipo marginal del IRPF era del 83% y quienes tenían rentas de capital soportaban un gravamen del 98%; tres de cada diez trabajadores dependían de empresas estatales, la productividad estaba estancada y la deuda nacional crecía sin control. En 1979, las subvenciones públicas a sectores deficitarios, como la minería, ascendían a 4.600 millones de libras esterlinas, el equivalente actual a unos 29 mil millones. La situación llegó a tal punto que el Reino Unido tuvo que pedir ayuda al Fondo Monetario Internacional, una institución pensada para países en desarrollo, lo que supuso una humillación nacional. Los sindicatos radicales, muchos bajo la influencia comunista, ejercían un férreo control sobre la vida económica: en los años setenta se registraban más de dos mil (2.000) huelgas anuales, con una media de 13 millones de jornadas perdidas, que en 1979 rozaron los 30 millones.
Thatcher comprendió que su misión iba más allá de una serie de ajustes puntuales: se trataba de una auténtica batalla de las ideas. Su biógrafo Charles Moore la describió así: “No tenía una mente especialmente ordenada ni original. Más que desarrollar sus propias ideas, era una admiradora de las ideas de otros”. En su etapa de estudiante le impresionó especialmente Camino de servidumbre, de Friedrich Hayek, y ya como líder política supo rodearse de los principales Think-Tanks liberales británicos: The Centre for Policy Studies, el Adam Smith Institute y el IEA – Institute of Economic Affairs. Entre 1975 y 1979, cuando estaba en la oposición, asistía con frecuencia a actos del IEA y leía sus publicaciones. Fue también a través de este instituto como conoció en persona tanto a Hayek como a Milton Friedman. Tras ganar las elecciones de 1979, reconoció públicamente al IEA como responsable de haber creado “el clima de opinión que hizo posible nuestra victoria”. El Adam Smith Institute, bajo el liderazgo de Madsen Pirie, le proporcionó modelos concretos para sus reformas, incluido su ambicioso programa de privatizaciones.
De este modo, la combinación de una grave crisis económica y de unas bases intelectuales sólidas abrieron la puerta a su triunfo político. Su mayor aportación consistió en saber absorber y comunicar efectivamente esas ideas. Además, como Ronald Reagan y, en la actualidad, Javier Milei, Thatcher dominaba el terreno de la comunicación y la autopromoción. Su relación con los medios era tan hábil que, en el Reino Unido de los ochenta, solo la Princesa Diana rivalizaba con ella en capacidad de generar atención mediática.
La privatización fue el gran motor de su segundo mandato. British Telecom, con 250 mil empleados, salió a Bolsa en la mayor oferta pública inicial del mundo hasta entonces. Dos millones de británicos compraron acciones de la compañía, casi la mitad de ellos por primera vez en su vida. Bajo sus gobiernos, el porcentaje de ciudadanos con participación en Bolsa subió del 7% al 25%. También impulsó la venta de viviendas sociales a sus inquilinos, convirtiendo a un millón de familias en propietarias. Algunos analistas consideran que habría sido preferible transferir ese parque a empresas inmobiliarias privadas o sacarlas a Bolsa, pero lo cierto es que la operación reforzó la cultura de la propiedad. El éxito fue tal que sirvió de ejemplo para una oleada mundial de privatizaciones.
En sus memorias, Thatcher reconoció que le habría gustado privatizar aún más, pero reivindicó con orgullo los resultados:
Bajo mi mandato, Gran Bretaña fue el primer país en revertir el avance del socialismo. Cuando dejé el cargo, el sector industrial estatal se había reducido en un 60%. Una de cada cuatro personas poseía acciones. Más de seiscientos mil puestos de trabajo habían pasado del sector público al privado.
A ella se le atribuye también buena parte de la creación de 3,3 millones de nuevos empleos entre marzo de 1983 y marzo de 1990. En 1976, el país estaba al borde de la quiebra y en 1978 el déficit alcanzaba el 4,4% del PIB (frente al 2,4% de Alemania). Diez años después, en 1989, el Reino Unido registraba un superávit del 1,6%; y la deuda nacional, que en 1980 equivalía al 54,6% del PIB, había descendido al 40,1%.