Trump, Rubio y el chavismo libran una guerra de gestos: poder mediático, cálculos electorales y represión interna en Venezuela, en un teatro donde la libertad solo es retórica.

EL BLUF DE WASHINGTON

La supuesta ofensiva del presidente Donald Trump contra el régimen criminal chavista no es una estrategia de cambio de régimen, sino un acto cuidadosamente ensayado de política doméstica. No busca liberar a Venezuela, sino reafirmar el “mito del hombre fuerte” que protege a su nación del caos externo.

Trump entiende la lógica del espectáculo: la imagen de un presidente que desafía dictadores genera más titulares que los resultados de una política real. Por eso su despliegue naval en el Caribe, sus discursos sobre el “narco-régimen” y las operaciones selectivas contra embarcaciones venezolanas no son acciones de guerra, sino gestos teatrales.

Detrás de esa demostración de fuerza se esconde una debilidad muy humana: la obsesión del presidente Trump por el Premio Nobel de la Paz. Desde que el comité noruego lo ignoró tras sus acuerdos de distensión en Oriente Medio, el mandatario vive atrapado por el deseo de consagrarse como un pacificador global.

La noticia reciente de que Trump se reunirá con Vladimir Putin en Budapest para discutir un posible acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania solo confirma esa obsesión. Su prioridad es consolidar su imagen como el presidente que “acaba con las guerras”, no el que inicia nuevas. Y aquí la pregunta es inevitable: ¿un hombre que busca el Nobel de la Paz se arriesgaría a perder su racha iniciando –aunque fuera justificadamente– una guerra contra el régimen criminal chavista? No lo creo.

Trump no iniciará un conflicto abierto en Venezuela porque arruinaría la narrativa que tanto ha cultivado. Prefiere la paradoja: proyectar poder sin usarlo. En su mente, hundir una lancha, ordenar una operación encubierta o sancionar a un funcionario irrelevante bastan para consolidar la imagen del protector sin manchar el aura del pacificador. Es el arte del bluf: una guerra simbólica que nunca pretende ganarse.

EL NARCOTRÁFICO COMO COARTADA

La llamada “guerra contra las drogas” ha sido durante décadas el disfraz moral de la política exterior estadounidense. Y Trump la utiliza hoy como guion reciclado. Hablar del “narcotráfico venezolano” suena patriótico, conmueve a los votantes conservadores y ofrece un enemigo exótico que distrae del verdadero problema: los Estados Unidos es el mayor consumidor de drogas del mundo, y su mercado interno mueve más dinero que el de los combustibles fósiles.

El régimen chavista participa del negocio, pero está lejos de controlarlo. El llamado Cártel de los Soles existe, sí, pero es un cartel parasitario: una red de intermediarios dentro de las Fuerzas Armadas venezolanas que cobra peaje a los grandes operadores regionales. No dirige el tráfico global: lo facilita.

El grueso de la cocaína que entra a los Estados Unidos no zarpa de Venezuela, sino del Pacífico y de la frontera con México, donde el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación controlan la mayor parte del flujo. Mientras Washington exhibe su guerra selectiva contra el “narco-chavismo”, esos carteles operan con poder económico, influencia política y, en algunos casos, capacidad de hacer lobby dentro del propio sistema estadounidense.

Nadie propone bombardear Sinaloa. Nadie exige sancionar a los bancos que lavan miles de millones de dólares cada año en suelo norteamericano. El “combate” al narcotráfico venezolano no es una política de seguridad, sino un recurso de comunicación. Sirve para sostener el mito del orden moral y para alimentar el gasto militar sin tocar la raíz del problema.

MARCO RUBIO: LA CONTINUIDAD DEL FRAUDE

El segundo actor de esta farsa es Marco Rubio, hoy Secretario de Estado, que ha hecho de la crisis venezolana su vitrina política personal. Su papel no es nuevo: fue uno de los arquitectos del fallido gobierno interino de Juan Guaidó, aquel proyecto diseñado en Washington más como estrategia de relaciones públicas que como esfuerzo real de transición.

Cuando Rubio era congresista, fue él quien intercedió ante la USAID para que el “gobierno interino” recibiera más de 600 millones de dólares en fondos destinados –según los comunicados– a la reconstrucción institucional y la asistencia humanitaria. Ninguna de esas promesas se cumplió. El dinero se diluyó en consultorías, gastos diplomáticos y estructuras burocráticas que sirvieron más para mantener empleos que para recuperar la libertad de un país.

Rubio no ignoraba el destino de esos fondos: lo promovió. Su relación personal con Leopoldo López y su respaldo incondicional a Guaidó fueron parte de un esquema que garantizaba control externo sobre la oposición venezolana mientras el régimen chavista seguía intacto. El interinato fue la coartada perfecta: un gobierno sin territorio, sostenido con dinero extranjero y útil para justificar que “algo se estaba haciendo”.

Hoy, desde el Departamento de Estado, Rubio repite la fórmula. Su retórica se endurece, pero su estrategia es la misma: discursos de condena, sanciones sin dientes y promesas que se disuelven al contacto con la realidad. Es improbable –por no decir imposible– que quien ayudó a perpetuar el fraude del interinato busque ahora el colapso del régimen que ese fraude terminó legitimando. Lo que busca Rubio no es liberar a Venezuela, sino capitalizar la causa venezolana. En política, pocos capitales son tan rentables como una tragedia ajena.

EL RÉGIMEN & LA ECONOMÍA DEL CERCO

Del otro lado, el chavismo ha aprendido a sacar provecho de cada amenaza. Cada despliegue militar estadounidense es combustible para la propaganda. Cada sanción es una oportunidad para centralizar el control económico y político del país. El régimen se alimenta de la hostilidad exterior: sin enemigo no hay revolución.

El relato de “resistencia antiimperialista” es su seguro de vida. Le permite justificar la represión, censurar la prensa, encarcelar disidentes y gobernar bajo un permanente estado de excepción. En el plano económico, el aislamiento es rentable: genera mercados negros, arbitrajes de divisas, rutas clandestinas y alianzas con: Rusia, Irán y Turquía. Cuanto más se aísla Venezuela, más control acumula el poder sobre lo poco que queda de su economía.

Sin embargo, es importante aclarar que las sanciones son necesarias. Por imperfectas que sean, representan el único castigo real que ha recibido el régimen criminal chavista en más de dos décadas. No lo destruyen, pero lo hieren. No lo tumban, pero lo exponen. Castigar a quienes violan derechos humanos, trafican drogas y saquean los recursos de un país no es una opción: es una obligación moral. Lo que ha fallado no son las sanciones, sino la falta de una estrategia política y diplomática coherente que las acompañe.

El resultado es una paradoja: la guerra declarada contra el chavismo ha terminado fortaleciendo su capacidad de adaptación, pero también limitando su margen de maniobra internacional. Y mientras Washington habla de libertades, Maduro habla de soberanía. Los dos obtienen lo que buscan: visibilidad y poder.

EL MITO DE LA GUERRA MORAL

El gran error –o la gran mentira– es suponer que alguien quiere ganar esta guerra. Trump necesita mantenerla viva para preservar su imagen de líder decidido. Rubio necesita prolongarla para sostener su carrera diplomática. Y el chavismo la necesita para sobrevivir.

Si el régimen cayera, se acabaría el enemigo ideal de la política exterior estadounidense. Si Washington retirara la presión, se derrumbaría la narrativa de resistencia del chavismo. Y si el narcotráfico realmente se combatiera con efectividad, colapsaría uno de los mercados más lucrativos del mundo.

Ninguno de los tres actores tiene incentivos para cerrar el ciclo. Por eso el conflicto se recicla cada año con nuevos titulares, nuevos barcos, nuevas sanciones y las mismas excusas. Se invoca la libertad, pero se protege la utilidad.

EN CONCLUSIÓN: UNA FALSA GUERRA ENTRE SOCIOS

Trump ladra porque su electorado necesita oírlo. Rubio administra el eco porque le da poder. Maduro finge temerlos porque le da legitimidad. Y así todos ganan.

La llamada “ofensiva” contra el chavismo no es una cruzada moral, sino una alianza tácita entre enemigos que se necesitan. Washington mantiene su relato de supremacía, el chavismo su discurso de resistencia, y ambos comparten el mismo producto: EL MIEDO.

El régimen venezolano seguirá traficando drogas y discursos, los políticos estadounidenses seguirán vendiendo sanciones y esperanzas, y el ciudadano venezolano seguirá atrapado en la frontera entre la mentira y la supervivencia.

Y mientras tanto, ¿María Corina, la Premio Nobel de la Paz? Pues es precisamente eso: la nueva pacifista. La política que confunde diplomacia con docilidad, convertida en símbolo internacional de “resistencia democrática” a cambio de no desafiar al poder real.

Su papel es el mismo que el de todos los que el sistema premia: mantener la calma, hablar de libertades y no atreverse a organizar un ejército real que le haga frente en armas al chavismo. Cada aplauso, cada premio, cada entrevista laudatoria es una advertencia disfrazada de reconocimiento: “no te salgas del guion”.

En esta farsa, nadie busca justicia, ni libertad, ni paz. Solo perpetuar la utilidad del conflicto. Porque, como siempre, perro que ladra no muerde.

Carlos Alberto Espinoza
Carlos Alberto Espinoza

Venezolano, médico de profesión y activista político libertario. Actualmente vive exiliado en Viena (Austria), donde se dedica a la defensa de la libertad individual, el pensamiento crítico y la denuncia de los regímenes autoritarios en América Latina. Es director de contenidos del Libertarian Forum (un Think-Tank internacional que promueve las ideas del libre mercado, el Estado de derecho y la libertad individual) y Editor-in-Chief I (EiC I) de El Bastión.

Desde su exilio, Carlos Alberto se ha convertido en una voz firme e independiente en el debate público, enfocado en articular una crítica ética y racional al populismo, al socialismo del siglo XXI y a toda forma de coerción estatal. Su trabajo combina análisis político, estrategia comunicacional y formación de opinión en redes sociales y medios.

Artículos: 7

Actualizaciones del boletín

Introduce tu dirección de correo electrónico para suscribirte a nuestro boletín