A diario, es común encontrar en las redes sociales –sede No. 1 de la opinión pública contemporánea–, miles de ciudadanos manifestando sucesivamente inconformidades sobre el estado económico de sus finanzas, y ello principal razón de no poder acceder a bienes y servicios considerados como imprescindibles, para un nivel de vida cómodo de acuerdo con los estándares de la sociedad latinoamericana.
Dentro de los principales responsables a quienes se suelen atribuir los males en general por parte de la ciudadanía del común, tenemos al Estado: el perfecto joker o comodín para eludir la responsabilidad individual que tenemos todos de forjarnos nuestro destino.
LA HABITUAL EVASIÓN DE LA RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL
Ya en ocasiones anteriores, este medio ha resaltado la responsabilidad individual como eje fundante de las sociedades desarrolladas, donde se esquiva ese colectivismo dañino que pretende uniformar a la ciudadanía como los soldados que marchaban frente al Führer, carentes de iniciativa propia y a expensas de lo que el padre Estado indique.
El abstracto contrato social ha sufrido un sinfín de abusos por parte de la clase dirigente de las últimas ocho décadas, permitiendo un crecimiento exabrupto del Estado al punto de interferir sobremanera en todos los aspectos personales de la vida. Los ciudadanos por su parte; han omitido su deber natural de gestionar su propia vida hasta el punto de reclamar todo tipo de prebendas y comodidades.
EN OTRAS PALABRAS
Hemos involucionado –en menos de un siglo– de ciudadanos que procuraban por su crecimiento personal con sus propios medios, hasta un estado de pereza colectiva provocado por los promotores de la masificación como método de control social. Para ello nos adherimos al contrato social y renunciamos a todas nuestras libertades. Nuestra vida y la de nuestra descendencia nos dejó de pertenecer.
Juan Ramón Rallo, en su obra Liberalismo: Los 10 principios básicos del orden político liberal, expone:
“(…) El liberalismo rechaza de raíz todas estas cosmovisiones anti-individualistas por cuanto, como decíamos, sólo camuflan la imposición de las preferencias personales de algunos individuos –preferencias acerca de cómo debería organizarse la sociedad o la naturaleza– sobre otros individuos. (…)”
EL PESIMISMO SE HA APROPIADO DE LA SOCIEDAD
Las nuevas generaciones –y aquellas que no han conseguido los logros trazados en su juventud–, han constituido una unísona voz de protesta, la cual atribuye la responsabilidad de todo al Estado, desconociendo su característica de universalidad, y por ello, omitiendo la responsabilidad como individuos del destino propio. Sin embargo, lo que realmente genera un sentimiento de preocupación es una actitud de pesimismo enfermiza que está constituyendo una generación fallida, carente de proyectos y promotoras de políticas que sólo se podrían costear con décadas de productividad; la contravía de la actitud tomada.
UNA JUVENTUD MIMADA
La juventud en el siglo XX fue el origen de grandes iniciativas que revolucionaron la ciencia, la tecnología, el arte, la escritura, el deporte, entre otras disciplinas. Generaciones enteras que colocaron su pecho ante la adversidad, sufragaron propiamente sus estudios universitarios y afrontaron el reto de formar hogares a temprana edad, además de numerosas crisis económicas y hambrunas. Todo ello como el opuesto de una juventud totalmente mimada, sensible, con dificultades de adaptarse a la empleabilidad y postrada en una tribuna virtual; demandando un Estado de Bienestar inviable financieramente por la baja productividad generada por una población ociosa.
CONCLUSIÓN
Trasladar la responsabilidad individual al Estado como si se tratara de la carta comodín o joker, no será una solución a los problemas que aquejan la sociedad. El populismo latinoamericano ha realizado una tarea lenta pero efectiva, de reunir a la ciudadanía en una masa maleable que no asume las riendas de su propia vida, precursora de caudillismos dañinos, y emisora de esa dinámica de países que han logrado el desarrollo, en la cual se evidenció una revolución desde las cosas pequeñas, es decir, desde lo que está a la mano de resolverse por las propias manos.