Polémico para algunos, para otros no tanto. La bandera que se usa hoy en día llamada feminismo ha hecho más daño que bien a las mujeres, ha perdido fuerza y representatividad, pero sobre todo y lo más importante: efectividad.
El estandarte por los derechos de las mujeres que tuvo sus inicios en las revoluciones liberales en Francia, Estados Unidos e Inglaterra, nos permitió la igualdad ante la ley que carecíamos respecto al acceso a espacios de participación política, y espacios laborales y académicos. Existía una estructura que relegaba a la mujer por características naturales que nada tenían que ver con nuestras capacidades. Esas mujeres que más que feministas eran liberales, junto con el mercado, nos abrieron las puertas para ejercer hoy nuestro proyecto de vida con libertad.
Hoy las mujeres –especialmente en Occidente– votamos, nos formamos en la carrera de nuestra preferencia y nos desempeñamos en el mercado laboral de la forma que proyectamos. Incluso, la libertad de decidir cuándo y cuántos hijos tener, hace parte de nuestras decisiones libres y autónomas. Los impedimentos u obstáculos a estos, poco o nada tienen que ver con nuestro género. Las banderas presentes en la actualidad relacionadas con la “desigualdad”, parecen victimizar más a la mujer que empoderarle y la sumen en una incapacidad que es imposible de superar a menos que se recurra al feminismo, que con el paso de los años, se ha desvirtuado y ha sido solamente otra herramienta para hablar en nuestro nombre sin representarnos o mínimamente entender lo que verdaderamente necesitamos.
FEMINISMO: DÓNDE SURGE Y HACIA DÓNDE SE DIRIGE AHORA
El verdadero feminismo, sustentado en las bases del liberalismo, fue creado para darnos a las mujeres las herramientas para no seguir dependiendo de él. El feminismo nació para ser superado y brindarnos la verdadera autonomía, aún de él mismo.
El relativismo cultural que permea al feminismo actual hace que las reglas cambien todos los días. Los enemigos son nuevos cada día, nuevas faltas les son atribuidas a los hombres, más razones para desconfiar de ellos, más razones para que las mujeres sigamos siendo dependientes de un feminismo cuyas banderas para acabar con la “terrible opresión” de la mujer, está en que los hombres no nos expliquen una que otra cuestión, que se arrepientan de su pecado natural de sentarse con las piernas abiertas en el sistema de transporte, o en obligar a la sociedad a reconocer nuestra falta de méritos obligándoles a asegurarnos escaños en el Congreso, uno de los muchos espacios donde no solo los hombres nos “oprimen”, sino también en el que se atreven a disentir con nuestro punto de enunciación y perspectiva particular.
Este feminismo, que además de hacernos víctimas incapaces ante estas “injustas y terribles opresiones insuperables por cada una de nosotras”, busca encasillarnos, privándonos de la libertad de ser y de ser diferente a la otra. Razón por la cual, no sorprende que no se hable únicamente de un feminismo, sino de feminismos, cuyo nuevo apellido es producto del fracaso de un feminismo anterior que pretendió colectivizar lo que no se puede colectivizar, y aún más, en un patético intento de involucrar al Estado al ámbito privado de nuestras vidas, y a través de leyes y nuevas normas, querer reducir la particularidad del ser tan arraigada en nuestra intimidad y cotidianidad.
EN CONCLUSIÓN
El feminismo para seguir existiendo y siendo necesario para nosotras, sigue inventando nuevas formas de victimización y conflicto con el sexo masculino. Contrario a la libertad, un derecho que está en continuo peligro –incluso por el feminismo–.
Para defender a la mujer nos basta con ser libres, pues mientras haya libertad, las mujeres podremos exigir nuestro lugar en la sociedad sin necesidad de generar discriminación al hombre o aquel que diverja a nuestro pensar o actuar. Mientras disfrutemos de nuestra libertad individual, de ser nosotras sin necesidad de que nos usen como bandera política, es entonces que disfrutaremos también de nuestra responsabilidad individual: donde caben todos los demás, donde cabe el otro cualquiera que este sea.
“Mientras el movimiento feminista se limite a igualar los derechos jurídicos de la mujer con los del hombre, a darle seguridad sobre las posibilidades legales y económicas de desenvolver sus facultades y de manifestarlas mediante actos que correspondan a sus gustos, a sus deseos y a su situación financiera, sólo es una rama del gran movimiento liberal en donde encarna la idea de una evolución libre y tranquila. Si, al ir más allá de estas reivindicaciones, el movimiento feminista cree que debe combatir instituciones de la vida social con la esperanza de remover, por este medio, ciertas limitaciones que la naturaleza ha impuesto al destino humano, entonces es ya un hijo espiritual del socialismo. Porque es característica propia del socialismo buscar en las instituciones sociales las raíces de las condiciones dadas por la naturaleza, y por tanto sustraídas a la acción del hombre, y pretender, al reformarlas, reformar la naturaleza misma.”
— Mises, Ludwig von (1922). “El socialismo” (8ª ed., 2019). Madrid, España: Unión Editorial.