NOTA:
El autor de la presente columna, ha autorizado a El Bastión para la plena divulgación de esta.
La historia nos demuestra que los grandes tiranos no han surgido sólo como producto de profundas crisis sociales, políticas o económicas. Hitler, Mussolini, Lenin, los hermanos Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Nicolás Maduro, por solo mencionar algunos; no hubieran podido llegar y mucho menos mantenerse en el poder, si en dichas sociedades no hubiese habido un grupo significativo de ciudadanos con una o más de las siguientes características:
- Odio irracional hacia un grupo de personas por el simple hecho de representar un estilo de vida, una raza o una religión.
- Adoración o apego ciego a una idea o creencia.
- Falta de autoestima y de confianza en las propias habilidades, para sobrevivir en forma independiente.
- Sumisión por miedo.
- Pereza mental (para analizar, relacionar conceptos, evaluar, entre otros).
Si bien todas estas características están relacionadas entre sí, todas ellas, sean causa o consecuencia de las demás, demuestran un grado de inmadurez psicológica y emocional importante.
Lo cierto es que es difícil imaginar un pueblo de adultos independientes –conocedores de sus derechos, seguros de sus habilidades para enfrentar los desafíos de la vida, con mentes inquisitivas y alertas, y capaces de identificar falacias, palabras vacías y promesas mágicas en un discurso– gobernado por un tirano.
La Carta Magna, la abolición de la esclavitud, la Revolución Gloriosa, la Independencia de los Estados Unidos; no surgieron de la mano del miedo, de la sumisión o la espera de un milagro. Surgieron de la rebeldía de adultos que comprendieron una situación y que estuvieron dispuestos a luchar para limitar el poder que otros hombres, o que el gobierno, pretendían ejercer sobre sus vidas.
Muchos dirán que somos producto de la crianza y de la educación que recibimos, y dado que no podemos elegir las ideas que nuestros padres o las escuelas nos presentan como buenas o como malas en nuestra etapa formativa, no hay manera de cambiar el panorama.
Asimismo, es cierto que en América Latina la educación está fuertemente influenciada por la tradición católica (en el seno familiar) y la filosofía continental (en el sector académico); en donde el individualismo, la confianza en la razón, el espíritu crítico, el orgullo, la independencia y la ambición no son los rasgos que más se valoran.
Ahora bien, aunque es innegable que lo que se planta de chico echa raíces fuertes, no significa que el destino haya quedado escrito. Es posible que necesitemos coraje y una dosis de rebeldía para replantearnos las premisas y principios que nos han inculcado. Pero negarse a ese replanteo, por miedo a descubrir un error o por la comodidad que resulta de lo conocido, sólo demuestra inmadurez y vagancia mental.
Aceptar verdades sin cuestionarlas y dejarse seducir por los parloteos del primer seductor que nos guiña un ojo, puede ser admisible hasta la adolescencia. Pero no más allá.
La clave para sacar a un país de su relación tirano-sumiso a largo plazo, no está entonces en un cambio político o económico. Está en el cambio cultural, en la revisión de la filosofía imperante, y en lograr fortalecer y empoderar a sus ciudadanos.
Un país libre necesita individuos capaces de pensar en términos de principios, es decir, que sean capaces de ver lo que no se contempla a simple vista; que en lugar de aplaudir ante los monumentos construidos por un gobierno, vea los sueños y proyectos que no pudieron ser para poder pagarlos.
Que se rebelen cuando alguien los llame delincuentes por evitar entregar su propiedad al gobierno en forma compulsiva. Que se indignen al tener que abrir su valija para que un funcionario de la aduana controle sus compras. Que sepan responder, sin dudar, cuando alguien cuestione su derecho a portar armas, a consumir marihuana, a burlarse de Mahoma, a no vender sus productos a quien no deseen y/o a no contratar a quien no quieran por las razones que quieran.
Adultos que comprendan que el principio a defender detrás de esas cuestiones, es siempre el mismo: su derecho a la libertad. Un país libre necesita una manada de leones y no de corderos para mantenerse en el tiempo. Un país por liberar necesita una manada aún más fuerte de leones, pues a los corderos, se los seguirán comiendo los lobos.
SOBRE LA AUTORA:
María Marty: Licenciada en Comunicación Social de la Universidad del Salvador (Buenos Aires, Argentina). Directora Ejecutiva de la FRI (Fundación para la Responsabilidad Intelectual) con base en Buenos Aires y Miami. Escritora, ensayista y guionista; fue columnista del diario digital latinoamericano PanAm Post y del programa de radio Informe Económico (de Roberto Cachanosky). Ha sido también colaboradora de Objetivismo.org y del Cato.org. Actualmente, su principal labor es como CEO del Ayn Rand Center Latin America; organización independiente que tiene como misión fomentar una mayor conciencia, comprensión y aceptación de la filosofía objetivista en América Latina.
Puedes seguirla en: