LA DERIVA DEL FEMINISMO

«¿Qué sucede actualmente con el feminismo?» ha sido la pregunta que ha rondado mi cabeza, como a tanto otros, en los últimos años. A medida que pasaba el tiempo, la pregunta exigía que la resolviera. Para pesar de algunos, hay que contestar que no hay una respuesta unívoca y, por supuesto, tampoco se está a salvo de hordas de enardecidos críticos. Este tema particular resulta difícil de tratar por sus diferentes aristas.

Se suele hablar y referir siempre a “los feminismos” y se hace bien, pues, es cierto que, podemos identificar y categorizar los distintos tipos de manifestaciones políticas y sociológicas del feminismo según, incluso, densidad demográfica o ubicación geográfica. Por ello, sería inútil, autolimitante y poco didáctico ponerme en la tarea de hacer referencia a cada tipo de feminismo y con ello no lograría nunca mi propósito en esta columna.

También hoy se suele mencionar o hacer referencia a un “feminismo hegemónico” para englobar toda una serie de características en las que convergen los feminismos y que serían hoy parte de la ideología dominante. Este “feminismo” es el que hoy puede verse en casi todos los medios de comunicación, en las redes sociales, en la educación (un terreno disputado y peligroso) y, con más profundidad, en la implementación de políticas públicas administrativas, y en la organización empresarial y comercial.

Es en ese sentido que se habla de una hegemonía de ciertas prácticas asociadas al ideario feminista; hegemonía es, pues, y siguiendo a Gramscidirección. Esto quiere decir que en la actualidad, el ideario común de los feminismos dirige buena parte de las decisiones de gobernanza dentro de los países que se perfilan como democracias liberales. Esto no resulta nada baladí. Precisamente, gran parte de estos países pretende –y que han conseguido de hecho de derecho– llevar los destinos de la Humanidad[1].

EL QUIEBRE DEL FEMINISMO EN EL SIGLO XXI

El feminismo que se ha venido configurando en el nuevo milenio, es una transmutación de las luchas feministas desde la segunda mitad del siglo XIX y durante el siglo XX. El feminismo realmente existente, para emplear la expresión de G. Bueno, en lo que corre de este siglo, es un feminismo despolitizado cuyo sujeto de referencia se caracteriza por mantenerse indefinido[2]. Por eso se entiende que, pese a que todos los logros que se han conseguido en pos de las libertades y derechos de las mujeres, ya no solamente se llegue al punto de negarlos, sino a la idea de problematizar, cuestionar, o incluso desechar la idea de “sujeto-moral-mujer”, lo que ha terminado en su oscurecimiento[3].

Siguiendo esto, sostengo que en la actualidad puede decirse que el feminismo como ideología[4], estaría postrado sobre unas bases epistemológicas e interpretativas inestables y relativas a las diversas posiciones que se reivindican, todas igual de válidas y significativas. El feminismo, no obstante, que se presume diverso y plural, acaba acotando su ideario a exigencias no realizables que desafían incluso la lógica más elemental.

Ideología y utopía feminista

En buena medida lo que caracteriza el ideario común de los feminismos –su «horizonte común»– es precisamente su utopismo. Pero la utopía del feminismo no es una utopía plenamente explícita y que todos podamos comprender sólo con escuchar sus cantos de sirena –¡libertad! ¡igualdad! ¡sororidad!– que recuerdan aquellos tiempos donde, desde siempre las buenas intenciones y especulaciones, terminaron en La Vendée.

La utopía permite que las ideas vayan y vengan; que se mezclen, se refuercen, polemicen o terminen excluyéndose; lo que se obtiene, al final, es un popurrí sobresaturado de anhelos y deseos plasmados en posibles realidades completamente alejadas o contrarias a lo que puede ser la realidad no-utópica. La desconexión o descoordinación con la realidad, acaba generando frustración constante, resentimiento, antipatía o animadversión[5].

La ideología feminista –ese prontuario de ideas comunes– está mediada por la utopía. Esto quiere decir que plantea un tipo de realidad irrealizable y que –y esto es lo importante– no está sujeta a obligaciones, lo que le permite entonces condenar lo que existe en nombre de lo que no existe. Lo más controversial de la utopía, es que permite atraer a las personas que creen verdaderamente en todas aquellas posibles realidades para acabar engañándose a sí mismos, pero también a otros que, motivados pero menos astutos, terminan siendo cómplices. En otras palabras, la persecución de la utopía permite evadirse del mundo en el que uno es y está.

¿Postfeminismo o totalitarismo soft?

La pérdida del sujeto de referencia (o su problematización) del feminismo, y con ello la indefinición relativa y cambiante de las categorías en las cuales se basa, son propias de su constitución utópica, lo que hace que la ideología riña con lo real y con ello genere conflictos donde no los hay o, peor aún, que acabe destruyendo aquello que ha costado conseguir. Siendo que la utopía medía los anhelos, motivaciones y esperanzas de quienes hoy abrigan la ideología feminista, los resultados de tener como meta en el horizonte realizar el prontuario ideológico utópico, acaba generando los resultados completamente opuestos a lo que se esperaba.

Si se considera lo que he mencionado más atrás, a saber, que el feminismo es una ideología indefinida mediada por la utopía, despolitizada, que ha perdido su sujeto político referencial –y que por hoy se tratan de recuperar desde cierta “filosofía feminista”[6]–, por ello opera sobre todo a nivel sociológico; es una tesis necesaria, pero no suficiente.

En el plano sociológico, se entiende, demandas como lo pueden ser o que se distribuyan –«porque es un derecho», se suele decir– elementos de aseo personal femenino o el acceso irrestricto al aborto; requerimientos –muchas veces chantajes– ideológicos que, aparentemente, nada tienen que ver con lo político ¿Acaso qué tiene que ver el aborto con la administración gubernamental de un Estado? ¿No es acaso el aborto una manera de dirigir –instrumentalizar– y controlar los cuerpos de las mujeres para mesurar la cantidad de población, o eso que llaman “biopolítica” de control de natalidad? Por ello cuestiono la impresión de que el feminismo realmente existente hoy es algo meramente marginal de unas cientos de personas y que su imaginario se aproxima más a una utopía totalitaria como las del siglo XX , que a una alternativa «progresista» de plenos derechos[7].

«Lo personal es político», tan cacareado lema feminista, significa no que hay que “domesticar” la política, sino que lo político se convierte en lo meramente personal; se hace de la experiencia propia un asunto público que debe de alguna manera imponerse de forma normativa en la sociedad. Esto choca con la naturaleza propia de la política: las negociaciones, acuerdos de interés púbico y debates que se dan en el juego de la política deben ponerse en conocimiento común y, en ese sentido, despersonalizarse. De lo contrario, lo que se está haciendo es proselitismo personalista.

Esta forma de subjetivismo o de individualismo radical, es lo hace que el feminismo realmente existente esté despolitizado y por ello desarticulado del mundo real; y es precisamente esa condición la que hace replegarse y difuminarse en todos los ámbitos de la vida humana. Con ello comienza también a generar conflicto allá donde no lo hay, problematizando trivialidades cotidianas o ignorando las mismas consecuencias de lo que predican.

Semejante deformación del significado mismo de la política, es lo que hace que el feminismo hoy sea una impostura indirecta, cada vez más amplificada y omnipresente. Pero, ¿Y entonces qué está siendo y haciendo en el siglo XXI el feminismo realmente existente?

Xenofeminismo y totalitarismo

Es posible hablar de un postfeminismo, y ese feminismo es un xenofeminismo: un feminismo que pretende servirse de y «democratizar» todas las herramientas tecnológicas que se están produciendo y que se producirán en beneficio de las mujeres (Hester, 2018). Con ello, se plantea un punto de conexión entre el feminismo radical de los 70’s y el posthumanismo, lo ciborg[8]. El xenofeminismo es un feminismo virtual y real que está simultáneamente en todos los rincones en donde exista conexión a la Web. Con ello, se logra difundir los valores comunes del prontuario del feminismo de manera rápida, efectiva y totalizante.

Ese feminismo (¿O xenofeminismo?) realmente existente, no es un totalitarismo utópico intrínsecamente criminógeno como lo fueron el nazismo o el comunismo[9], sino un totalitarismo ideológico soft¸ que se sitúa discretamente y que distorsiona la realidad, la interpreta con sus categorías desconectadas del mundo y se impone mediática, política y jurídicamente; es una ideología dominante, no meramente un movimiento sociológico. Su alcance es global, transnacional, y por ello es que hoy parece que la ideología feminista no sólo se impone, sino que vende también, es rentable, y ello a su vez, explica en buena medida cómo ésta y otras ideologías se comercializan como productos listos a consumir, como eslóganes publicitarios o como campañas de reeducación bajo la fachada de la prevención de la violencia contra las mujeres.

Pues bien, sostengo, por tanto, que eso que suele llamarse “feminismo hegemónico”, la ideología feminista, no son meras emanaciones psicosociales ruidosas y estériles, sino de que ésta se encuentra permeando o siendo transversal a todos los ámbitos de la vida humana, y que su carácter indefinido y vaporoso le impide hacer una autocrítica de los razones de ser y sus demandas.

Hay que destacar particularmente que, en el ámbito jurídico y penal, la ideología feminista se encuentra plenamente insertada, lo que hace que en el ámbito político también tenga sus manifestaciones; que se exijan por ejemplo cursos con perspectivas de género y feminismo para jueces o la creación de ministerios administrativos que aplican esta misma perspectiva. Puede decirse entonces que es visible que el feminismo realmente existente, esa ideología mediada por la utopía, es transversal cada vez más todos a los ámbitos de la vida –si es que ya no a todos–, incluso a nuestra vida íntima[10].

Es con ello que pueden entenderse los excesos a los cuales ha llevado la ideología feminista en países como España o Argentina, donde se ha logrado y se intenta sistemáticamente, reformular códigos disciplinarios y penales, al punto de terminar por socavar la igualdad material (jurídica) ante la ley y con ello las bases del sistema de garantías moderno: la presunción de inocencia, el in dubio pro-reo. Los juristas serios y críticos saben muy bien lo que es.

Me refiero a que, precisamente, la penetración de la ideología feminista está dando lugar a la reproducción de un derecho penal de autor medieval, donde en casos y jurisprudencia en referencia a «violencia de género», se está tendiendo y se quiere tender cada vez más a la inversión de la carga de la prueba, donde es el acusado quien debe demostrar que es inocente o probar algo que no ha tenido lugar[11].

Esto es grave, no solamente porque sería retroceder siglos y con ello ironizar sobre la postura de quienes viven acusando a la sociedad de que es “retrógrada” (¿Quiénes son los retrógrados?). Considero que esta es la muestra más patente de hasta donde se ha llegado con el enfoque feminista de género. Resulta desconcertante que en nombre de la libertad, la justicia, la igualdad y el respeto a la persona humana, se haya llegado a semejante despotismo político y jurídico. Y es que, de nuevo, esta es la tendencia que están siguiendo todas las democracias occidentales.

El carácter utópico del feminismo realmente existente, es el que permite aniquilar la libertad en nombre de la libertad y la igualdad jurídica en nombre de desear ese mismo fin. Así, sentenciaba Ludwig von Mises a modo de advertencia:

Mientras el movimiento feminista se limite a igualar los derechos jurídicos de la mujer con los del hombre, a darle seguridad sobre las posibilidades legales y económicas de desenvolver sus facultades y de manifestarlas mediante actos que correspondan a sus gustos, a sus deseos y a su situación financiera, sólo es una rama del gran movimiento liberal que encarna la idea de un evolución libre y tranquila. Si, al ir más allá de estas reivindicaciones, el movimiento feminista cree que debe combatir instituciones de la vida social con la esperanza de remover, por este medio, ciertas limitaciones que la naturaleza ha impuesto al destino humano, entonces es ya un hijo espiritual del socialismo. Porque es característica propia del socialismo buscar en las instituciones sociales las raíces de las condiciones dadas por la naturaleza, y por tanto sustraídas a la acción del hombre, y pretender, al reformarlas, reformar la naturaleza misma.

(Mises, 2007 [1922]: págs. 107-108)

Con esto, este feminismo realmente existente, al igual que la utopía socialista, busca un gobierno de la idea, una ideocracia que acaba imponiéndose en todos los ámbitos de la vida humana, incluyendo las ciencias, dejan claro su carácter y muy clara su naturaleza totalitaria. El ideario se ha hecho omnipresente y no es posible no tocar un tema que no haya sido pensado desde la ideología feminista.

CONCLUYENDO

Al final lo que se obtiene por hacer crítica al feminismo son calificativos de desprestigio, que uno es un machista o directamente algo tan despreciable como que se es un misógino. Todo esto siempre estuvo en su ADN: las ideologías necesitan criminalizar, purgar, patologizar o proscribir a los que se atreven a cuestionar sus presupuestos. Lo único que hace es confirmar su naturaleza totalitaria, tribal y persecutoria. El feminismo realmente existente termina muchas veces siendo una suerte de doctrina irracionalista que habrá que combatir, con el fin de seguir preservando los derechos y libertades básicas.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

de Lora, P. (2019). Lo sexual es político (y jurídico). Madrid España: Alianza Editorial.

Hester, H. (2018). XENOFEMINISMO: tecnologías de género y políticas de reproducción. Buenos Aires, Argentina: Caja negra Editora.

Mises, L. v. (2007 [1922]). El Socialismo: análisis económico y sociológico (2da. Edición). Madrid, España: Unión Editorial.


[1] Los países que conforman la UE, incluidos Inglaterralos Estados Unidos e Iberoamérica. No entraré a citar todos y cada uno de los documentos que prueban que lo que llaman eufemísticamente “perspectiva de género” o “feminista”, han venido a estar cada vez más presente en tratados, legislaciones, acuerdos, decretos y leyes, sobre todo a partir de los años 90’s donde tiene lugar la Gran Conferencia sobre La Mujer (Beijing, 1995).

[2] Porque nada ni nadie, categorizarlo o darle un nombre propio significativo que sea consistente y estable según ciertos criterios; «definirse es limitarse», dicen algunos, siguiendo a Oscar Wilde. Esto se repite una y otra vez, todavía en la posmodernidad.

[3] En otra ocasión, tendré la oportunidad de atender con mayor dedicación el proceso de génesis y desarrollo de las ideas y discusiones feministas que se dieron en la segunda mitad del siglo pasado. Tan sólo basta recordar que, de forma muy genérica, a partir de los escritos de Monique WittigLuce IrigarayJulia KristevaDonna Haraway e incluso la célebre Judith Butler de la Universidad de Berkley (o el Soviet de California, como le llamó jocosamente Murray Rothbard) que problematizan la idea misma de «la mujer» ¿Qué es ser mujer? ¿Qué significa ser mujer?; no hay esencia mujer, «la mujer» dejar de existir. ¿Tiene entonces sentido el feminismo?

[4] Por ideología entiendo un conjunto de ideas, juicios y proposiciones que, en un intento de entender y operar sobre la realidad, acaba distorsionándola y alejándose de ella. La ideología, sin embargo, tiene un propósito cognitivo, y es, el de servir de guía de ubicación dentro del mundo. El feminismo es una ideología que interpreta en gran medida la realidad a partir de categorías prefiguradas cargadas de prejuicios, y que intenta explicar las experiencias de las mujeres concibiendo causas y razones a priori, espurias que después no demuestra. Un ejemplo de ello es el tipo penal ideológico de «feminicidio»: “que si se asesina a una mujer, se la mata por el hecho de que es mujer”. La falacia moralista y el razonamiento circular es evidente: siendo que debe ser que el hombre mata a la mujer por el hecho de serlo, entonces todo asesinato de una mujer es un «feminicidio». A estos errores lógicos conlleva la ideología.

[5] Lo anterior puede considerarse a la luz de lo que es constatable en la calle (marchas, manifestaciones, entre otros), y en los medios de prensa comunicativa y las redes sociales; son las manifestaciones psicosociales del feminismo; mujeres, muchas con buenas intenciones, pero que están frustradas, tienen miedo, sienten –sobre todo las más radicales– una antipatía hacia los varones; desconfianza, ira, porque el poder político y docente les ha contado que siguen siendo unas miserables, y así hasta el hartazgo…

[6] En especial, “filósofas feministas” como Celia AmorósAmelia ValcárcelAlicia MiyaresRosario Acuña, entre otras, que intentan de nuevo volver y reconstruir un sujeto del feminismo.

[7] El feminismo se reclama progresista, democrático y en muchos sentidos liberal. Esa narrativa comienza a ponerse en cuestión, y cabría más bien preguntarse si el feminismo realmente existente no está siendo más bien, un lastre tanto para los derechos y libertades de las mujeres como para los de los hombres.

[8] Este feminismo pretende arrojar propuestas para superar las limitaciones de las condiciones sociobiológicas de las mujeres a través del antinaturalismo, el aceleracionismo tecnológico y el abolicionismo de género (la idea de que el binarismo femenino/masculino es opresivo y limitante) vinculado a posturas trans y queer. En un mundo cada vez más mediado por la virtualidad, el feminismo debe ir a la vanguardia de la “emancipación de la mujer”.

[9] Los vínculos del feminismo con corrientes marxistas y socialistas, pueden rastrearse desde las propuestas de amor libre del socialista utópico Fourier, pasando por F. Engels y A. Bebel, llegando hasta Simone de Beauvoir y la feminista radical Catharine MacKinnon, que le imprimen ese barniz utópico y totalitario.

[10] En el libro Lo sexual es político (y jurídico) (2019), el filósofo del derecho Pablo de Lora intenta entender, poner sobre la mesa y criticar los excesos a los que ha conducido ese “feminismo hegemónico”, y con ello, replantar también el papel del feminismo hoy en nuestras sociedades. Una lectura necesaria que con lucidez, arroja claridad y objetividad en estas cuestiones.

[11] Es la también llamada prueba diabólica (probatio diabólica, en latín) o inquisitorial, volviendo a tiempos premodernos, «el interpelado deberá, por ejemplo, demostrar que algo no ha ocurrido, la inexistencia de algo, o su propia inocencia en un proceso judicial, cuando lo correcto según el Derecho moderno es que la “carga de la prueba” corresponde a quien ha de probar la existencia de algo, o probar la culpabilidad». Acá el acusado es imputado por su pertenencia a un grupo, por lo que es, y no por lo que hace. Lo mismo que le hacían a la brujas y lo que también practicaron los totalitarismos fascistas y comunistas del siglo XX.

David Santa
David Santa

antropólogo y psicólogo en formación. De tendencia liberal y humanista. Comprometido de manera desinteresado con la verdad y el conocimiento

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