Por allá a mediados de la primera década de este nuevo milenio, este pecho andaba perdido en una sección de libros de una universidad pública estatal. Era aún muy temprano –alrededor de las 10am–, cuando, de repente, me topé con un libro que me despertó especial atención por su título. El pobre libro yacía en un estado deplorable, pero, aún así, quise saber que era lo que había detrás de ese título que, de entrada, despierta interés hasta en el más fanático de los comunistas –incluso más–. La mentalidad anticapitalista se titulaba. Como noté que no le pertenecía a nadie y no formaba parte del inventario de dicha biblioteca, lo tomé para mí sin el más mínimo reparo y esperé hasta la hora del almuerzo para poder leerlo. Llegado ese momento, me dispuse a hacerlo en las estancias de aquella universidad de medio pelo, y finalmente lo abrí. Tardé alrededor de una hora en terminarlo –tenía si mucho unas 120 páginas–; no obstante, la claridad, el discernimiento y la franqueza de sus letras, produjeron en mi un mar de emociones de dimensiones cataclísmicas, primordialmente, porque mi mente había mudado de ideas, o, más bien, porque por fin había comprendido la ineludible realidad. ¿Quién era ese sr. Mises? Me preguntaba ¿Y por qué se dio a la tarea de hacerme sentir tan incomodo y tan estúpido, pero al mismo tiempo tan feliz?
A través de las páginas de ese libro viejo a punto de descuadernarse, el tal Mises me había contado la verdad sobre la situación del contexto económico, social y político que nos envuelve. Curiosamente, el libro había sido escrito unos cincuenta años atrás, cuando yo no estaba todavía en los planes de nadie; pero que a pesar de ello, gritaba ante la rabiosa actualidad. Ese libro maltrecho, aunque rico en contenido, acababa de demoler a todos mis ídolos pop, en especial a Marx y al Che Guevara.
Antes de proseguir con este escrito, quisiera definir en qué consiste el capitalismo, dado que para muchos, el concepto no se encuentra muy claro todavía. El capitalismo es entendido como un sistema de economía libre y abierta, cuya característica principal es producir bienes en masa para su consumo, consumo favorecido por la premisa fundamental de este: el ahorro, y que ha elevado considerablemente el nivel general de vida de los habitantes en los países en los que su ideal ha sido aplicado. Digo ideal, ya que un capitalismo puro y duro aún no se puede decir que exista en el mundo; lo que si existen son economías más libres y abiertas que otras. La vuelta es que, a pesar de su innegable éxito y, paradójicamente, entre sus más privilegiados beneficiarios, el capitalismo padece de muy mala fama, pues es presentado como un ensalzamiento al “egoísmo” y la “explotación”, y que siempre tiende a ser salvaje e inhumano. En lo que acabo de mencionar, se concreta, especialmente entre los mal llamados “intelectuales”, esa “mentalidad anticapitalista” que se mantiene desde la revolución industrial hasta nuestros días.
A analizar ese fenómeno que, resulta ser tan extraordinario, pero al mismo tiempo tan inverosímil, el gran Ludwig von Mises –ya no es el “tal”, porque yo ya me había puesto en la tarea de averiguar quién era– dedicó ese librito; un libro sumamente comprensible y con un contenido invaluable. Allí, Mises puso de manifiesto los motivos por los cuales se produce esa “mentalidad anticapitalista”, motivada esencialmente por traumas psicológicos y sentimientos negativos como la frustración, el resentimiento y, sobre todo, la envidia; pero también, por la ignorancia sobre cómo funciona verdaderamente la economía de libre mercado. Esto último que digo fueron las razones por las que Mises, produjo sobre mi toda aquella vorágine de sentimientos de la que hablé al inicio.
En la que es mi parte favorita del libro, Mises señala que la mayoría de las personas no son conscientes de cómo funciona la generación de riqueza, pues, dicha mayoría simplemente lo atribuye a la necesidad del hombre de progresar y evolucionar a un estado superior. El ser humano es básicamente inconforme, y por muy bien que se encuentre, siempre tendrá el deseo de tener un poco más, algo que el mismo Mises aprueba como sumamente importante para la mejora económica constante. El asunto es que, para nuestra desgracia, esas insatisfacciones que surgen por no poder tener más y que, por no saberse controlar, llevan muchas veces a incurrir en malas acciones para la consecución de esos anhelos de mejoría; son además, casi siempre achacadas como culpas al capitalismo.
Un ejemplo claro de ello es el siguiente: un hombre ya no quiere más su viejo televisor y quiere obtener un LED de 43 pulgadas. Trabaja por ello hasta que lo logra; pero su vecino, por el contrario, adquiere un UHD Smart Tv de 75 pulgadas, lo que hace que el primero se sienta menos, ya que no tiene los recursos para echar mano de algo similar o mejor ¡Por supuesto! ¡La malvada mano del capitalismo opresor ha generado tan insoportable situación!
Aunado a ello, la distinguida clase política y las élites con las que están en cama (algunos empresarios e intelectuales), cuyo odio por el capitalismo es mucho más enfermizo, se valen de insatisfacciones sociales como la del ejemplo, y luego la refriegan con todos los recursos retóricos posibles; veneno puro inyectan en las mentes y corazones de estos incautos que ignoran las dinámicas del mercado y contemplan al empresario promedio como lo peor que ha pisado este planeta, consolidando a la mentalidad anticapitalista en un pensamiento propio de idiotas y de miserables.
La razón por la cual, el empresario o capitalista promedio es tan aborrecido, se debe a que visualiza el mundo desde una óptica diferente, utilizando sus habilidades para liberar el potencial de cosas que otros pasan por alto. Ellos piensan en problemas –es decir, productos y/o servicios– de manera sistémica, y se caracterizan por ser descubridores y promotores por naturaleza, y por juzgar basados en el conocimiento de un momento determinado. A medida que un dueño de negocio se esfuerza por aumentar su participación en el mercado, soportan la tarea –desagradable para algunos– de sus competidores de presentar ideas nuevas, creativas e innovadoras y, claro está, ponerlas en marcha.
La verdad es que el empresario promedio muestra muchas más facultades intelectuales y maneja mucho mejor la intuición que los que se llaman a sí mismos intelectuales o artistas; y mucho más sobre esos que también creen ser empresarios porque toda la vida han sido contratistas del Estado, o son íntimos amigos de la clase política y buscan monopolizar el mercado al cual están orientados. La inferioridad de ellos se muestra en el hecho de que no reconocen las capacidades requeridas para desarrollar y operar con éxito y con valores una empresa; y en su banal arrogancia, no soportan que sus ideas, a diferencia de como si lo hacen en las empresas asentadas sobre la honestidad, nunca logren ser una estructura de cooperación que contribuya a mejorar su estilo de vida y el de sus colaboradores.
En su vida íntima, estos personajes, además de todas las características previamente descritas, suelen ser: mantenidos, mediocres, flojos, incapaces de hacerse cargo de su cotidianidad y, muy, muy mentirosos; gente que, fuera de que no cumplen las funciones básicas para el cargo por el cual fueron seleccionados y ganan dineros a manos llenas, se creen peritos en hablar de generación de riqueza ¡Por favor! Se mantienen destilando odio y difundiendo ideas aún más estúpidas y controversiales en redes sociales. Ni siquiera hacen su propia cama porque tienen empleada doméstica que se encarga de ello, y si lo llegasen a hacer, sería lanzando aspavientos ¡Son una bola de inútiles! Y, para colmo ¡Son amigos de lo ajeno también! Todo aquello que no se puede tomar como ejemplo.
Es hora de que la gente deje de lado tantas ideas preconcebidas e implantas que no tienen razón de ser ¡El capitalismo es el mejor antídoto contra la pobreza! No permitamos que una masa de ignorantes en la materia y de personas con fines muy oscuros, continúen manipulando nuestro criterio y los hechos a su antojo. Recordemos además que, la clase política y sus amiguitos viven gracias a nosotros ¡Ellos son nuestros empleados! Por ende ¡Nosotros no somos ni nunca debemos vernos como sus súbditos!… ¡El capitalismo cura, estabiliza y engrandece al individuo! Mientras que el socialismo, es y será siempre enfermedad, caos y podredumbre.