En Venezuela se habla de diálogo. Una vez más, por decimoquinta vez en 22 años de régimen. A pesar de ello, pareciera que cierta parte de la oposición no ha entendido nada; o, quizás, lo ha entendido muy bien y es parte de su negocio.
Lo cierto es que dos décadas después de inútiles procesos de “conversación” entre el régimen y la oposición, el gran perdedor ha sido el país, mientras el chavismo se ha fortalecido ganando tiempo, que es en realidad lo único que le importa.
En esta oportunidad, el episodio es peor: el régimen está urgido de legitimidad y de reconocimiento; pero, sobre todo, está urgido de que le quiten de su frente las etiquetas de criminal, ilegítimo, usurpador y genocida. Para tal fin, requiere a una oposición dócil, dispuesta a hacerlo bajo la lógica de la participación electoral, en un contexto en el que ya no hay solución política para Venezuela, si antes no se sale del régimen chavista. Esa participación electoral es tan falsa como la intención o la buena fe del régimen de querer un acuerdo político. El régimen lo único que quiere es su supervivencia y su permanencia en el poder. Ese es su fin.
Tanto es así que ya han fijado sus exigencias públicamente: que se le levanten las sanciones, que se le reconozca su legitimidad y que se le devuelvan los activos de Petróleos de Venezuela y del Banco Central de Venezuela. Nada más y nada menos, piden que se borre todo lo que ha hecho avanzar una ruta de presión y, sobre todo, de caracterización correcta de su naturaleza: criminal, usurpador y corrupto. Lo hacen a viva voz, humillando al gobierno interino y retándolo; a cambio, están dispuestos a dar supuestas condiciones electorales para elecciones a alcaldes y gobernadores, que en realidad no son otra cosa que asignaciones acordadas para dar barniz democrático a un conglomerado criminal.
Lo revelador de esas exigencias es que plantean ya, de por sí, un pésimo panorama para ese nuevo diálogo: todo lo que pide el régimen es para quedarse en el poder, no para irse; y he allí el gran problema: cualquier negociación que no parta de la necesidad de salir del régimen y que, por el contrario, plantee la permanencia de éste en el poder, es una sentencia de muerte para los venezolanos.
El régimen busca engañar al mundo haciendo creer que está dispuesto a ceder. En verdad, por cada concesión que den, pretenden que se les concedan diez a ellos. Lo más grave es que parte de una oposición oficial derrotada y arrastrando su fracaso, dispuesta a hacerlo. El régimen, hoy, con un gobierno interino débil y consumido por sus propios errores y contradicciones, ha ganado tiempo. Ese tiempo le permite conceder cosas que pudieran ser vistas como significativas –liberación de algunos presos, permitir ciertas mejores en la farsa electoral, entre otros–, y aún así, su posición sería inamovible desde el poder. Dicho de otro modo, el régimen pretende hacer creer que, quitándole las sanciones, ellos darán condiciones, cuando en realidad buscan quedarse sin sanciones y sin condiciones para nadie. Un juego en el que ganan reconocimiento, legitimidad y, además, se perpetúan en el poder.
El régimen se vale de sus aliados geopolíticos predilectos para ejercer presión en el hemisferio y mostrar que son capaces de imponerse, aún estando cercados. Lo hacen en Apure, en la frontera con Colombia, con la presencia militar rusa, mientras le dan poder y apoyo a la guerrilla colombiana que se va apropiando de nuestro territorio, al tiempo que el país se encoje y el régimen plácidamente cede nuestra soberanía; y lo hacen con Irán, mientras en puertos venezolanos se recibe armamento misilístico iraní como manera de amenazar y decir que están listos para forzar cualquier “solución” cuyo resultado sea permanecer en el poder al costo que sea. Esto, sin hablar de sus secuaces aliados: Rodríguez Zapatero, Josep Borrell, el gobierno de Pedro Sánchez, y otros tantos más. Entretanto, la “flamante” oposición plantea sentarse con ese régimen para pedirle votar “libremente”, lo que demuestra su incapacidad para negociar en los términos correctos, su rendición rumbo a la capitulación y la monumental derrota de cara a un país que puso toda su confianza en el gobierno interino, y corroborando su poca asertividad en convencer al mundo de actuar contra un régimen que es amenaza y peligro para todo el hemisferio.
Esta farsa de diálogo no se diferenciará de procesos anteriores, si quienes representan al país y a la oposición son los mismos; siendo muchos de ellos quienes han visto en ser oposición, un negocio muy lucrativo. Seguir creyendo que se lidia con políticos y no con criminales, seguirá llevándonos al abismo, con el agravante de que en esta ocasión el régimen hará hasta lo imposible para quitarse lo que tanto costó estos años: su prontuario. Eso, mientras venezolanos cruzan el Río Grande, en Texas, desesperados; eso, mientras las víctimas son pisoteadas por segunda vez cuando se plantea impunidad para un régimen que acabó con un país intencionalmente; eso, mientras el régimen clama a su oposición leal a que le hagan un “referéndum revocatorio”, dejando atrás todo vestigio de ilegitimidad cuando el primero de esos “opositores” tenga que decirle “presidente” a quien usurpó el poder, para así poder intentar revocarlo y ser burlado en el intento.
Desde luego que la salida en Venezuela tendrá que culminar en una negociación, pero una de verdad donde quede claro el qué y para qué (la salida del régimen), el quiénes (actores y garantes confiables) y el cómo (a través de una serie de condiciones previas que deben cumplirse y que deben forzarse con presión de verdad y asumiendo que se busca derrotar a unos criminales y no a políticos convencionales, asumiendo la fuerza real que se tiene para imponer cosas). Mientras el régimen criminal muestre balas y la oposición mendigue votos, será el régimen el que siga ganando, gracias a la negligente actitud de una oposición oficial que habiéndolo tenido todo en los últimos dos años para recuperar la libertad, terminó convirtiéndose en la nada y en la burla de un país.
Como decía Winston Churchill: “El que se arrodilla para conseguir la paz, se queda con la humillación y con la guerra”. Si no se negocia partiendo de que el régimen es criminal y de que sólo es aceptable su salida, quienes terminaremos derrotados seremos los venezolanos.
NOTA:
Este artículo apareció por primera vez en el Blog de Fundación Disenso.