EL CULTO A LA IGUALDAD COMO FORMA DE SEDUCCIÓN

Hay una gran diferencia entre tratar a los hombres con igualdad e intentar hacerlos iguales. Mientras lo primero es la condición de una sociedad libre, lo segundo implica, como lo describió Tocqueville: «una nueva forma de servidumbre».

F.A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: The University of Chicago Press, 1948).

Lamentablemente nos encontramos en una época en la cual destacar la importancia de las diferencias entre los hombres, y más aún, concederles valor, nos condena irremediablemente a ser señalados y escarnecidos públicamente por algo que, más que una cuestión inherente a la opinión es un hecho. Pero muy a pesar de lo que promuevan y pretendan los que integran la que yo llamo Policía de la Corrección Política, la verdad es que somos muy distintos los unos de los otros; lo cual surge desde el instante de la concepción y se arraiga conforme el individuo crece y se desarrolla en todos los aspectos que le competen. No es real eso de que «todos nacemos iguales».

Dicha frase podría emplearse para expresar el ideal que moral, jurídica y legalmente, a todos los hombres nos corresponde ser tratados de la misma manera. No obstante, si el objetivo es entender lo que este ideal de igualdad puede o debe significar, de lo primero que estamos obligados es a librarnos de la creencia en la igualdad de facto.

Uno de los que más ha contribuido en los últimos tiempos a estimular dicha creencia y a sembrar el “culto a la igualdad” ha sido el Premio Nobel de Economía (2001) Joseph Stiglitz. El personaje en mención en su libro Cómo hacer que funcione la globalización (2006), por ejemplo, destacó que el gobierno de Hugo Chávez fue «injustamente castigado por ser populista», sobresaliendo eso de que su gobierno se enfocó en «brindar beneficios de educación y salud a los pobres, y luchar por unas políticas económicas que no sólo generen un mayor crecimiento, sino que también aseguren que los frutos de ese crecimiento se distribuyan más ampliamente».

En la actualidad, Stiglitz no dice mucho sobre el caso Venezuela. En una de sus más recientes obras, El malestar en la globalización (2017), analiza diferentes éxitos y fracasos económicos; salvo referencias muy puntuales, no habla sobre el desastre al que el socialismo del siglo XXI condujo a Venezuela, ni mucho menos justifica por qué derrochaba adulaciones al fallecido Chávez. Contar con un premio Nobel u otros similares no garantiza que se entienda cómo funciona la economía o que se es honesto intelectualmente; no por nada la obsesión casi patológica de Stiglitz por la igualdad, especialmente en materia económica, y pese a lo perversa que ha demostrado ser, se conserva.

Por su parte, F.A. Hayek manifestaba que la igualdad ante la ley –única igualdad que vale la pena–, trae consigo el florecimiento de múltiples desigualdades, ya que todos diferimos en pasiones, talentos, capacidad laboral u otros; así, un trato igual desde el gobierno –que en países en vía de desarrollo como el nuestro evidentemente no existe–, se traduce en desigualdad de resultados inevitablemente. Una desigualdad en la que alguien disfruta más porque ha ahorrado, trabajado e invertido más que otros es una desigualdad completamente justa.

Ninguna política pública tiene por qué arrasar con esta desigualdad tan natural en nuestra especie. Conviene abolir la atrofiada idea que Stiglitz y otros colegas suyos –que no sé cómo pueden llamarse economistas– han difundido acerca de que a los impuestos les corresponde financiar la redistribución de la riqueza, para mejor persistir en la de establecer igualdad de oportunidades. Aclaro, igualdad de oportunidades no equivale a igualdad de resultados; convertir ambos conceptos en sinónimos provocaría que la cura fuese más letal que la enfermedad misma.

El “culto a la igualdad” promovido por los demagogos de turno que comprenden a la perfección el populismo como una estrategia para hacerse al poder, siendo variante a su vez de la ya conocida insurrección de las masas, es una forma para seducir incautos deseosos de un mundo mejor, pero que ignoran los medios requeridos para lograrlo. Todos los seres humanos somos ineludiblemente diferentes, por lo que siempre vamos a obtener resultados distintos; he ahí la importancia de que seamos iguales ante la ley.

Cristian Toro
Cristian Toro

Cafetero. Ingeniero Electrónico de la Universidad Nacional de Colombia Sede Manizales y Especialista en Gerencia de Proyectos de la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Docente de matemáticas, física y estadística.

Editor Ejecutivo (EIC) de El Bastión y Revista Vottma, miembro fundador de la Corporación PrimaEvo y del movimiento Antioquia Libre & Soberana, y columnista permanente de Al Poniente y el portal mexicano Conexiones. Afiliado al Ayn Rand Center Latin America y colaborador de organizaciones como The Bastiat Society of Argentina y México Libertario.

Artículos: 33