El libre mercado lo podemos definir como el cubrimiento de las necesidades de una sociedad, por ella misma, mediante el intercambio voluntario de bienes y servicios aplicable en todas las formas y necesidades posibles. No se trata de un sistema puro y dogmático donde se dejan al arbitrio divino las feroces fuerzas de la productividad; esa narrativa contra-mercado solo ha frenado el descenso mundial de la pobreza, mientras que la fórmula de la libertad económica ha brindado las herramientas del florecimiento de la innovación, la tecnología y el mejoramiento progresivo de la calidad de vida.
Todos los indicadores, desde el auge del comercio y la industria, a eso del año 1.800, han mejorado exponencialmente, incluyendo el acceso a la salud, el acceso a la educación, la reducción de la pobreza, la reducción de muertes violentas, entre otros.
En el Índice de Libertad Económica 2022 de The Heritage Foundation (Enlace AQUÍ), Colombia se ubica en el puesto 60 de 177 países clasificados por determinadas variables que constituyen el estatus de “libres”, “más libres”, “moderadamente libres”, “menos libres” y “reprimidos”; los más libres son Singapur, Suiza e Irlanda, y los más reprimidos son Cuba, Venezuela y Corea del Norte, es decir, existe una correlación entre libertad económica y calidad de vida. Colombia no es un caso especial, ya que al igual que la mayoría de los países ubicados dentro de los “moderadamente libres”, está peligrosamente más cerca de llegar a ser “reprimido” que de llegar a ser “más libre”; la complejidad del asunto raya con lo político, lo cultural, lo económico y según el contexto, a excepción de los principios económicos que tendrán consecuencias buenas o malas dependiendo de la medida. Por ejemplo, el control de precios causa escasez y mercados paralelos, aquí, en Venezuela, en Singapur, ayer, mañana, en el año 103 a. C., con Thatcher, con Maduro, con Carlomagno o con la Madre Teresa de Calcuta; no importa el lugar, el tiempo o quien lo haga, siempre el resultado será inconveniente. Asimismo funcionan muchas variables que permiten a un país aplicar el antídoto contra la pobreza, y este es el libre mercado.
La revolución del libre mercado implicaría una completa abolición del establishment político y económico colombiano desde una gran reforma a la justicia, un recorte abrumador de la burocracia, un apretón del gasto público y, sobre todo, una campaña constitucionalista en pro del fuero del derecho de propiedad y garantías jurídicas que aseguren el principio de la conservación de la vida (autodefensa); ello sin contar la eliminación de los formatos TLC y la aplicación del libre comercio sin restricciones absurdas. Sin embargo, la cuestión más importante es la narrativa que se construye en torno al consenso de la sociedad –lo que se da por sentado–, que es en últimas lo que define el éxito de dicha revolución.
La pregunta concreta sería: ¿Están los colombianos de acuerdo con ser libres?, la respuesta es clara: moderadamente.
Si el consenso de los colombianos estuviera en torno a tener gobernantes austeros, comercio sin restricciones, respeto irrestricto a la propiedad y los demás derechos individuales, entre otros, estaríamos cerca de Suiza y no de Venezuela –en el Índice–. Y es que en últimas, la gran parte de las variables que este ranking mide, es elegida por los ciudadanos. No podemos ser libres si el consenso (sufragio) está cimentado a partir de los subsidios, la redistribución de la riqueza, el irrespeto de los derechos adquiridos (inseguridad jurídica), el hermetismo económico y la expropiación en todas sus variantes; lo más probable es que ese consenso inconveniente destruya las condiciones que necesita una persona para ser libre y el país caiga en la represión.
En conclusión, la revolución del libre mercado, fuera de ser la única revolución útil, demanda un gigantesco compromiso de todos, pues a pesar de todo prejuicio “The freedom isn’t free”.