Una manera de entendernos a nosotros mismos es mirándonos a través de los ojos de otros. Hace unos días leí la siguiente opinión de un periodista argentino: “Al revisar la propuesta constitucional chilena, te puedes dar cuenta de que al lado de la cordillera hay más enfermos mentales que en el comité de Cristina Fernández de Kirchner. Básicamente, proponen crear una especie de «Estado islámico» mapuche controlado por terroristas”.
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La mirada de Jorge Lanata no es un juicio a la ligera. A la base se encuentra la propuesta de los sistemas de justicia y la consecuente creación de ciudadanos de primera y segunda categoría según su origen racial. En este marco algunos tendrán derecho a territorios que hoy son propiedad de otros, y lo más desquiciado es que nadie sabe cómo se van a distinguir los no indígenas en un país mestizo donde solo el 10% de la población reconoce ser miembro de un pueblo originario.
Peor aún, es el impulso y anhelo por institucionalizar el control de todos los organismos del Estado por parte de simpatizantes del narcoterrorismo. Este es un anhelo que empapa la propuesta de nueva Constitución. No solo en la medida en que reserva cupos a miembros de cierto grupo de extrema izquierda en todos los organismos del Estado tejiendo una red de control por parte de una minoría que no representa a los pueblos originarios (recuerde que solo el 22% del total del padrón indígena votó en la papeleta verde), sino que además, empodera al narcoterrorismo al debilitar a las FFAA y de Orden. El proyecto de nueva Constitución excluye el rol que les cabe en la seguridad interna, facilita la creación de policías diversas, desmilitariza a carabineros y termina con el estado de excepción, promoviendo el avance del narcoterrorismo. En suma, Lanata no está tan perdido.
Del mismo modo que lo hicimos con el proceso constituyente, resulta fundamental analizar el proyecto de reforma tributaria desde otra perspectiva. En esta materia no necesitamos de las opiniones del país vecino, puesto que ellos baten los récords mundiales en ignorancia y estulticia. Para entender lo que se está cocinando, basta con recordar nuestra historia reciente y, desde el aprendizaje obtenido por la experiencia, situar la propuesta en medio de una estanflación que se cruza con el proyecto revolucionario. ¿Qué sucederá con este intento por recaudar 4,1% del PIB, aproximadamente USD$12 mil millones? Pensemos en la reforma de la expresidenta que terminó por darle un bacheletazo a las expectativas de crecimiento, aumento en los salarios, mayor empleo, mejoras en salud y educación gratis. ¿Qué pasó?
En su programa presidencial, Michelle Bachelet prometió recaudar USD$ 8.200 millones con la reforma tributaria, “constituyéndose en la fuente más importante del esquema de financiamiento, sin la cual resulta inviable plantearse el conjunto de transformaciones propuestas, en particular la gran reforma educacional que emprenderemos”. Así funcionan las mentes afiebradas de quienes mal comprenden el mercado. De ahí que hayan intentado planificarlo tantas veces, con resultados desastrosos. ¿En qué terminó la reforma que aportaría los fondos para financiar un gran avance en educación?
En los años de gobierno de Bachelet la tasa de crecimiento de la recaudación de impuestos se desplomó, respecto del Gobierno anterior. En detalle, si entre 2010 y 2013 –el período inmediatamente anterior a la reforma– el Fisco tuvo una tasa de incremento promedio en los fondos recaudados por impuestos de 12,4%, tras la reforma –entre 2014 y 2016– cayó a 3,4% (De acuerdo con Dipres – Dirección de Presupuestos del Ministerio de Hacienda de Chile) precipitando el estancamiento en la magra cifra de 1,8% de crecimiento económico. En suma, entre 2013 y 2017 la recaudación lograba apenas un 0,3% del PIB en lugar del 3% prometido. Usted podrá decirme que, en parte, fue producto de un menor aporte tributario de la minería privada, pero ese factor está muy lejos de explicar los resultados.
Padecer las consecuencias de una ignorancia forzada por la camisa ideológica estatista no es lo peor que pueda pasarle a un Chile que agoniza con cifras de crecimiento negativas para los próximos dos (2) años. Desde una mirada histórica, nuestro posible peor escenario se vislumbra cuando nos preguntamos a qué dedicó más de la mitad de los fondos extra recaudados por la reforma tributaria el Gobierno de Bachelet. Se lo respondo en breve: el gasto en personal, y en bienes y servicios del Estado se incrementó en USD$ 3.500 millones, casi la mitad de todo lo que recaudó la reforma tributaria en un año.
En otras palabras, la Presidenta, con la plata de todos los chilenos, capturó el Estado con operadores políticos. Se cumple así la observación que Cayetana Álvarez de Toledo hiciera en una de sus exposiciones: “aunque la derecha gane una elección, jamás gobierna, porque el Deep State está controlado por operadores que nada tienen que ver con el ethos del funcionario público, del burócrata profesional”. Para que se haga una idea de las consecuencias que trae este tipo de engaños políticos, Bachelet puso a trabajar bajo la protección de sus polleras a más de 45 mil nuevos funcionarios. Si el actual Presidente hace lo mismo con sus amigotes revolucionarios, no solo tendrá usted la tormenta perfecta para otro bacheletazo a la economía, la democracia y las expectativas de millones de chilenos; además, verá cómo se termina por capturar el Estado y se consolida, en los hechos, su control por parte de una izquierda que desprecia la democracia, el crecimiento económico y la igualdad ante la ley.
Es de esperar que la derecha no ceda un centímetro en la aprobación del proyecto hasta no asegurar un marco apropiado para la inversión de los recursos que se obtengan en caso de implementarse. ¿Cómo lograr este tremendo desafío? Francamente, no lo sé.
NOTA:
La versión original de este artículo apareció por primera vez en el medio El Líbero de Chile.