Ok, ok, ¡me convencieron! Es pecado, definitivamente. Sobre todo porque el liberalismo clásico se podría caracterizar como el conjunto de libertades y garantías reconocidas por la Constitución de la Nación Argentina (1853). Ergo, se podría decir que el liberalismo es nuestra Constitución entre los artículos 14 y 19. Entonces sí, ¡obviamente es pecado!
Para reforzar esta evidencia, veamos los pecados de dichos artículos.
Bueno, ya con esto sería suficiente. Aquí tenemos las libertades de perdición denunciadas por Gregorio XVI ¡Pecado total! Es decir, el Vaticano 2.0. Y, por supuesto, el pecador principal es Benedicto XVI, quien explicó la continuidad y reforma del Vaticano 2.0 el 22 de diciembre de 2005. Terrible, además, porque no se arrepintió nunca de su inmundo pecado.
Pero, para mayor abundamiento, veamos cómo el Artículo 15 ratifica lo anterior. Porque si no hay esclavos, hay libertad. O sea, lo condenado por Gregorio XVI y Pío IX. El que no es esclavo puede irse de la granja católico; puede, por ende, apostatar ¡Mayor pecado no puede haber! Maldito sea este Artículo 15.
Más aún. Se sanciona aquí la pérfida igualdad de los tiempos modernos. Ya no hay más siervo de la gleba ni sistema feudal que, por supuesto, el sistema católico de la “cristiandad”. La igualdad es ante Dios, no ante la ley del pérfido liberalismo… ¡Pecado¡ ¡Pecado! ¡Pecado!
Aquí tienen la propiedad privada, contraria al “derecho natural” como decía San Ambrosio. Aquí tienen la codicia, la ganancia empresarial explotadora, y el dinero: el estiércol del diablo. Aquí tienen al pecado que quiere servir a dos señores: a Dios y el dinero. Aquí tienen la sociedad capitalista liberal donde el dinero es Dios ¡Que Dios se apiade del alma de quienes redactaron semejante abominación!
Seguimos con las libertades de perdición, ahora normas del derecho nuevo condenado por Pío IX y León XIII. Aquí tienen la esencia de la sociedad protestante anglosajona, herética y cismática. ¿Por qué, pecadores, querrían garantías ante un buen rey católico, sino para pecar como les plazca? ¿Por qué, pecadores, querrían garantías ante la función educativa de la ley, sino para que no los puedan atrapar en su voluntad desordenada? ¿Por qué prefieren, pecadores infinitos, el Estado de Derecho ante el “Derecho de Dios”?
Y finalmente, lo peor de lo peor: prohibir a la autoridad que pueda prohibir al pecado como todo príncipe justo debe hacer. La garantía total del pecado ¡Horror de los horrores!
Por ende, amigos defensores de Félix Sardá y Salvany, me arrepiento de todos mis pecados y propongo firmemente defender totalmente a la Iglesia que condenó a Antonio Rosmini-Serbati, a la Iglesia que echó a Luigi Sturzo de Italia y pactó con Benito Mussolini, y a la Iglesia del “pueblo”, de la “liberación” y de la Pachamama. Abjuro totalmente de los pecadores Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo II y, sobre todo, Benedicto XVI ¡Que Dios me lo tenga en cuenta!
NOTA:
La versión original de este artículo apareció por primera vez en el blog Filosofía para mí, de Gabriel Zanotti.
Académico especializado en la relación entre liberalismo y catolicismo; difunde el pensamiento de la Escuela Austriaca de Economía y es autor de numerosas publicaciones. Doctor en Filosofía por la Universidad Católica Argentina, es también conferencista y profesor en universidades argentinas y de otros países.
Entre otras, funge como Director Académico del Instituto Acton Argentina, organización que promueve ideas liberales dentro de la tradición católica. Zanotti es profesor invitado de la Universidad Francisco Marroquín, donde ha impartido diversos cursos, seminarios y conferencias.