Se conoce como superávit comercial a la diferencia positiva entre exportaciones e importaciones. Si un país vende al mundo más de lo que le compra, entonces tiene un saldo positivo en la balanza comercial, o superávit. Si ocurre el caso inverso, entonces se habla de déficit.
No deben confundirse estos conceptos con los de superávit o déficit fiscal. En este caso, se hace referencia a la diferencia entre la recaudación de impuestos y el gasto público.
Ahora bien, en Argentina existe cierta obsesión con la balanza comercial. El exministro de Economía, Martín Guzmán, hablaba de la necesidad de que al país le ingresaran “dólares genuinos” (Fuente AQUÍ) que surgieran de las exportaciones netas. Muchos economistas, a ambos lados de la grieta, coinciden: hay que exportar, exportar y exportar. Al mismo tiempo, miran con recelo a las importaciones.
Recientemente, el “flamante” Ministro de Economía le sumó una nueva propiedad al saldo positivo de la cuenta corriente del balance de pagos. Según Sergio Massa, se necesita –entre otras cosas– superávit comercial para bajar la inflación.
En una entrevista con un medio extranjero, Massa afirmó que, “la inflación requiere de un camino a recorrer por la Argentina de orden fiscal, superávit comercial, cuidado de las reservas y una tasa de interés que aumente las operaciones en pesos”.
¿Es esto cierto? Parte de lo que dice, como cuando menciona el tema fiscal o la tasa positiva de interés, sí lo es. Pero la referencia al superávit comercial es totalmente inadecuada. A continuación, explicaremos por qué y también de dónde proviene esta extraña “teoría de la inflación”.
PRIMERO, LOS DATOS
Lo primordial que hay que decir es que de los 174 países para los que el Banco Mundial tenía datos de la Cuenta Corriente en 2019 (el último año “normal” con abundancia de datos), nada menos que 115 presentaban un déficit. O sea que, si se nos permite la simplificación, el 66% de los países del planeta tuvieron en 2019 déficit comercial y, no obstante, no tuvieron ni remotamente el 50 y pico por ciento de inflación que experimentó Argentina.
Otro dato interesante: entre 2020 y 2022, Argentina habrá mantenido tres años consecutivos de superávit comercial. Sin embargo, la inflación habrá pasado de 36% a 90% anual en el mejor de los escenarios para 2022.
Por último, durante gran parte de la década de los años 90’s, cuando Argentina eliminó prácticamente la inflación, las cuentas externas fueron deficitarias. ¿Cuánta más evidencia es necesaria para comprobar que no existe relación de causalidad entre el saldo de la balanza comercial y la inflación?
A lo sumo puede ocurrir lo inverso. Si se genera mucha inflación en el país, pero no sube el valor del dólar, entonces los precios en dólares de los productos argentinos se vuelven muy caros y los productos hechos en el extranjero muy baratos. Este proceso, a la larga, disminuye el saldo comercial, porque se incentivan las importaciones a la vez que se castigan a las exportaciones. Pero la lógica acá va de la inflación a las cuentas externas, no al revés.
STOP & GO
Ahora bien, ¿de dónde viene la extraña teoría que propone el ministro? En primer lugar, de la observación irrefutable de que cuando el dólar sube en Argentina y, especialmente, cuando se catapulta producto de una crisis de balanza de pagos, entonces el país atraviesa un salto inflacionario. En segundo lugar, de las teorías estructuralistas del “Stop & Go”, propias de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) de los años 50’s.
Es que los estructuralistas liderados por Raúl Prebisch creían –y aún creen– que la inflación no tiene un origen monetario, sino que es consecuencia de la “restricción externa”. Además, sostienen que la restricción externa tampoco tiene que ver con las malas políticas macroeconómicas, sino con una característica propia del crecimiento argentino: que cuando crecemos, nuestras importaciones suben más que nuestras exportaciones.
Para el estructuralismo, entonces, el ciclo arranca con crecimiento económico (el “Go”), pero en la medida que suben las “IMPO” y no crecen al mismo tiempo las “EXPO”, entonces va cayendo el saldo comercial, nos vamos quedando sin dólares y todo termina con un salto del tipo de cambio que nos lleva a la recesión con inflación (el “Stop”). La teoría puede parecer atractiva cuando uno ve que las altas inflaciones de los últimos años vienen precedidas de un salto cambiario. No obstante, sostenemos que el razonamiento es algo precario.
A NIVEL MONETARIO Y FISCAL
En primer lugar, porque, como decíamos antes, en ningún otro país del planeta el saldo comercial está correlacionado con la inflación. En segundo lugar, porque incluso cuando el crecimiento argentino tuviera la característica de ir reduciendo el superávit comercial, eso en ningún caso tendría que terminar con una crisis cambiaria.
De hecho, es totalmente esperable que, si Argentina finalmente comienza a crecer a tasas elevadas, lo haga con un creciente y sostenido déficit comercial, que será el reflejo de la enorme cantidad de insumos, maquinaria y tecnología que estaremos importando del mundo para promover dicho crecimiento. La contracara de eso será el ingreso de capitales genuinos que vendrán a financiar todos esos proyectos productivos.
A la postre, si el país logra generar un entorno amigable para la inversión, no van a “faltar dólares”, sino todo lo contrario, terminarán sobrando.
Ahora bien, un requisito para que todo esto ocurra es que baje la inflación.
Y la misma va a bajar cuando, como dijo el “gran” Premio Nobel de Economía (Bernanke en el 2005), abandonemos las ideas estructuralistas de Prebisch y las reemplacemos por “el consenso actual entre los economistas: que el crecimiento de la cantidad de dinero generado por el déficit fiscal es la fuerza motora detrás de casi todos los episodios de muy alta inflación”.
La inflación no es un fenómeno comercial, sino un fenómeno monetario, y ya nadie discute eso.
NOTA:
La versión original de este artículo apareció por primera vez en el portal Infobae: Hacemos periodismo.