UN PAÍS CONDENADO | Parte 2

El fundamento del Derecho estará constituido por aquello que una sociedad considere valioso”. Esto lo afirmó la Doctora en Derecho, Margarita Beladiez Rojo, en su importante libro y monografía, Los principios jurídicos, una sentencia que se debe tener en consideración durante la lectura de esta columna, puesto que me permite trazar una línea inquebrantable entre mi explicación del germen de nuestra condena como país y esa discusión banal e innecesaria sobre los fundamentos académicos de nuestro actual e ineficiente aparato estatal y legal.

Arranquemos pues con la pregunta que desata todo…

NOTA:

La primera parte de esta entrega puede leerla AQUÍ.

¿QUÉ CONSIDERA VALIOSO LA SOCIEDAD COLOMBIANA?

Como una persona liberal –en su acepción anglosajona–, formular preguntas con fuerte carácter individual a una entidad que, para mí, carece de toda personería, es anti-intuitivo o hasta contradictorio. Sin embargo, no siempre se pueden analizar las cosas desde el periscopio del sesgo que se posea; de ser así, caería en una contradicción aún peor y más dañina, que es la del sesgo de confirmación o negación, dejándome en la conocida posición de “sabelotodo ignorante”.

Tras esta obligada, pero imprescindible contextualización, los resultados del ejercicio han sido más que fascinantes, teniendo como evidencia de campo el vergonzoso caso de los alumnos amotinados que relaté en la primera parte de esta entrega (que sugiero leer para comprender todo de mejor forma). Al final de esa parte, señalé que, si bien la sociedad colombiana mostraba serios síntomas de padecer el síndrome de Peter Pan, diagnosticar a una sociedad como un individuo solo puede ser válido para comprender de mejor forma el severo problema al que nos enfrentamos. Teniendo eso claro, recapitulemos los síntomas que consideré más notorios:

  • Comportamiento impulsivo, y si algo no sale bien ¡es culpa de los demás!
  • Inmadurez generalizada.
  • Vivir fuera de la realidad o en un mundo de fantasía: hablar de proyectos no alcanzables, negocios prósperos o amores increíbles, y exagerar los logros.
  • Baja tolerancia a la frustración: por lo que se siente insatisfacción, se reacciona fuera de lugar y se es intolerante a las críticas.
  • Intentar conseguir grandes cosas sin grandes esfuerzos.

Como se puede observar, estos no están presentes exclusivamente en el amotinamiento que mencioné, sino en la mayoría de las marchas y comentarios sobre cómo manejar las cuestiones públicas.

No se necesita un mega estudio de campo para asegurar que, si yo mañana me lanzo a cualquier cargo de elección popular, prometiendo que destinaré la mayoría de los recursos públicos en subsidios monetarios directos, las probabilidades de ser elegido son muy altas. Ocuparé las primeras páginas de varios medios, seré entrevistado y, si a esas promesas le agrego un comentario de algún “intelectual”, pues me gradúan de estadista y gran pensador moderno.

Caso contrario: tratar de exponer las problemáticas de estos subsidios, proponer intervenciones estatales en pro de crear condiciones para que los individuos puedan emprender –lo que se traduce en la obligatoriedad de trabajar–, y hablar de subsidiar a la demanda en vez de a la oferta y ser honesto en que, aún con todo ello, no hay garantías de éxito en el corto plazo. Honestamente, me sentiré bien si a duras penas solo me acusan de fascista y explotador, lo que inequívocamente me arroja al mismo resultado que me he encontrado al tratar de repasar en el fracaso que somos como país y sociedad:

UNA PIRÁMIDE DE VALORES INVERTIDA

No se trata aquí de acusar de ser “flojo” a nadie. De hecho, ese es el gran problema al presentar este tema. Aquellos que se han “dado cuenta”, víctimas tal vez de este, recurren a esa conclusión facilista sin ver a través de esa herida y poder señalar con certeza el meollo del asunto; sin contar además que, citan cierta frase famosa de un expresidente que no vale la pena mencionar.

En realidad, la sociedad colombiana posee una pirámide de valores y principios invertidos o mal organizados, si así desean llamarlo. Muy seguramente, el trauma generador se encuentre en el nacimiento de nuestra vida republicana, empeorado por una figura “materna” bastante disfuncional como lo fue el Imperio Español.

Vivir pensando en que el éxito de la vida es no hacer nada y ganar una cantidad de dinero absurda, resalta esa opulenta, pero improductiva forma de manejo que tenía la oligarquía española incluso antes de llegar a América. Lo anterior, no se debe confundir con pensar productivamente. El concepto de productividad de hacer más con menos, no hace referencia a una posición parsimoniosa y cómoda, sino a la de trabajar todos los días en que los procesos puedan maximizar los recursos empleados.

Tampoco acuñen algunas palabras al clásico discurso populista latinoamericano de “todo es culpa del saqueo español”. Es más bien, mostrar esas malas conductas que se adquieren por herencia de crianza, como cuando el niño ve a papá o mamá fumar o beber alcohol y lo asimila, no simplemente como algo normal, también como bueno y natural por eso que llaman “ser adulto”.

Lastimosamente, esta inversión en los principios no solo afecta en la forma en que consideramos el éxito, sino a los derechos fundamentales que debemos tener como seres humanos. Un gran ejemplo de ello, es la visión que se tiene de los derechos en general, los cuales, se han homologado a punta de sentencias y leyes del tipo “denme todo lo que pido y quiero”.

Para el colombiano promedio, el Estado debe dar casa, carro, estudio, trabajo, familia, seguridad, salud, y más, aún si eres un irresponsable de primera. La cereza del pastel sobre esta definición desviada de los derechos es que, si de alguna manera mística logramos que el Estado otorgue todo lo que la sociedad exige sin pagar el gran precio que conlleva, todavía con ello seríamos un país absolutamente fracasado en virtud de problemas como la pobreza, la violencia o la intolerancia.

Si creen que lo anterior no es más que fanfarronería de este servidor, miren no más el desastre migratorio que tiene los Estados Unidos hoy día con la diáspora venezolana. Un tema que inclusive se ha vuelto burla en redes sociales como TikTok, pero que es prueba inequívoca de mi anterior afirmación. Con la última ola, muchos ciudadanos estadounidenses empezaron a publicar las fiestas fuera de control, la ingesta de alcohol en sitios públicos y el aumento de altercados en lugares donde las riñas eran una anomalía.

Ese tipo de comportamientos antisociales llevaron a que el Gobierno Biden, de un demócrata –siendo un dato no menor–, lanzara una directiva migratoria que reforzara la prohibición de inmigrantes de ese país, pudiendo realizar deportaciones exprés hacia México.

En ese mismo pesaroso camino se encuentra hoy el colombiano que, a punta de una sobredosis del cóctel de la lástima, la ira, el inconformismo y las soluciones “fáciles y rápidas”, empieza a trivializar las bases de una sociedad exitosa, como lo son la democracia, los derechos –en su concepción real–, la economía y, por supuesto, los valores necesarios que debemos tener para vivir en una sociedad del primer mundo.

Carlos Noriega
Carlos Noriega

Barranquillero. Administrador de empresas y maestrante de finanzas públicas. Director ejecutivo (CEO) y miembro fundador del medio digital liberal/libertario El Bastión y de la Corporación PrimaEvo.

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