No hay un error gramatical ni de sintaxis en el título de este escrito. La no concordancia de número entre el artículo y el sustantivo de esta frase encuentra explicación en el decurso que vienen tomando las conversaciones entre el ELN y la administración Petro, en el marco de la llamada paz total.
Un camino espinoso porque los negociadores del Gobierno –tan testarudos y miopes como su jefe, el inquilino de la Casa de Nariño– no han querido entender que en México están sentados delegados de más de un ELN y que faltarían en la mesa otros invitados de este grupo alzado en armas.
El cariz federativo que ha caracterizado al ELN, desde su génesis, se traduce en un ejercicio de comando y control que históricamente se ha diluido entre intereses personales y regionales, y discusiones intestinas de interpretación político-ideológica sobre cómo abordar la lucha armada para la toma del poder. En palabras castizas: un gran imperio dividido en múltiples reinos, feudos y señoríos.
He aquí el porqué de las diferentes posturas que los colombianos observamos por parte de la organización alzada en armas en el día a día. Por ejemplo, mientras la delegación del ELN iniciaba el segundo ciclo de conversaciones con el Gobierno en CDMX, estructuras en los territorios, como los llamados frentes de guerra Occidental y Nororiental, decretaban un paro armado en Chocó y se atribuían el asesinato de un soldado en Ocaña y de un policía en Sardinata (uno y otro, municipios de Norte de Santander), en forma respectiva.
De hecho, el frente de guerra Oriental –quizá, la estructura armada más fuerte del ELN y que delinque en el área conocida como ABC– actúa desde hace bastante tiempo por su cuenta y riesgo, en el entendido de que su cabecilla, alias “Pablito”, ha marcado distancia del Comando Central (COCE) y de los diálogos de paz con Petro. El secuestro en Arauca del sargento del Ejército Libey Danilo Bravo ilustra esta verdad de Perogrullo.
Aunque Antonio García, el supuesto máximo cabecilla de esta guerrilla, trató de aplacar las aguas turbulentas, tras publicar en su cuenta de Twitter que el sargento Bravo es considerado por su organización como “prisionero de guerra” y que por tanto será tratado con respeto, queda claro que al menos tres (3) de los siete (7) frentes del ELN toman sus propias decisiones. Por algo, los frentes Occidental, Oriental y Nororiental, son responsables de la mayor parte de la actividad armada del ELN en los últimos años.
Las divisiones al interior del grupo alzado en armas son evidentes en el lado de la mesa de diálogo donde se sienta el ELN. Pablo Beltrán, segundo al mando y quien reside en Cuba desde hace ya un buen tiempo, está alejado de la guerrillerada y no goza del respeto de cabecillas como “Pablito”, “Fabián” y “Francisco”. Desde su retiro por motivos de salud, “Gabino” ni llueve ni truena en el movimiento, condición que explicaría su rol de asesor del ELN en el proceso.
Ni Aurelio Carbonell, Gustavo Martínez, Violeta Arango o Consuelo Tapias –quien ha comandado cuadrillas del frente Darío Ramírez Castro– son cercanos a los cabecillas de las estructuras elenas más beligerantes. Si bien cada uno ha mantenido estrecho contacto con Antonio García y Pablo Beltrán, valga la aclaración, ambos permanecen resguardados en Cuba con el beneplácito del Gobierno de La Habana.
La lista de negociadores del ELN la complementa Silvana Guerrero, quien hace parte de la dirección del frente de guerra Nororiental, con radio de influencia en Norte de Santander, en especial, en la región de El Catatumbo. Ella, grosso modo, es posiblemente la única negociadora que realmente personifica al ELN presente en las regiones. Ante una eventual firma de un acuerdo entre las partes, las disidencias elenas superarían en número a las de las FARC-EP ¡no le quepa la menor duda!
A final del día, en tanto que Danilo Rueda, el Comisionado de Paz de Petro, no comprenda que el ELN no es una guerrilla de corte monolítico como las FARC y que este proceso requiere la confluencia de varios modelos de DDR (Desarme, Desmovilización y Reinserción), la negociación no avanzará y la “paz total”, como lo dijo el abogado de Los Pachelly y La Oficina, seguirá siendo un mar de “(…) confusión, desorden, caos, desconcierto, desconfianzas, deslegitimación de las instituciones del Estado y escándalos ante la opinión pública”.