En la última clase/debate que tuvimos en el Programa de Formación de Líderes del UCEMA Friedman-Hayek Center for the Study of a Free Society estuvimos hablando de Jürgen Habermas. Les había prometido a los alumnos que lo íbamos a ver más, pero, además de eso, no es común en ambientes de liberales clásicos y libertarios hablar de este gran autor de la Escuela de Fráncfort, a la que ciertos influencers presentan como opuesta a todas las ideas de la libertad. No es así en varios de sus autores, y menos aún en el mencionado Habermas. Y no es así porque –más allá de la obviedad de que no es ni será un economista austríaco– su defensa de las “condiciones del diálogo” presenta una renovada visión de lo que nosotros llamamos Principio de no agresión (PNA).
Habermas es el optimista de la Escuela de Fráncfort. Para Max Horkheimer y Theodor Adorno, la dialéctica autoritaria de la razón ilustrada no tiene salida. Para Habermas en cambio sí; la emancipación prometida por los ideales de la Ilustración se cumplen en la acción comunicativa: en la razón dialógica, esto es, una razón que no busca manipular al otro, sino “comprenderlo” (palabra cuasi-sagrada en la tradición filosófica alemana), es decir, tratarlo “en tanto otro”.
“En tanto otro” significa que no trato a nadie como un mero instrumento a mi servicio, sino como un ser racional cuya dignidad, en sentido kantiano, no debe ser pisoteada al tratarlo como un medio y no más. Por lo tanto, el diálogo tiene ciertas condiciones, entre ellas NO utilizar actos del habla ocultamente estratégicos, o lo que es lo mismo, no hablar de tal modo de manipular al otro sin que este se dé cuenta, para lo cual, es indispensable abrir en parte el propio horizonte (sinceridad) en un intercambio discursivo donde el otro pueda aceptar críticamente mi propio discurso, ergo, una aceptación de mi discurso NO causada por el premio o el castigo –como lo hacen los discursos autoritarios–.
En consecuencia, “no agredir” al otro comienza por el discurso. La no agresión NO es solo no violar físicamente la libertad del otro (verbigracia, matar, robar o secuestrar), sino además, no invadirlo con la propia palabra (respeto). El Principio de no agresión comienza por un discurso NO manipulador, no propagandístico y no proselitista: por un discurso que se ubique en el espacio del otro con el permiso del otro, algo que únicamente se logra cuando el otro tiene una distancia crítica para escuchar con calma y puede ejercer su derecho a la pregunta (a la interpelación) sin ser insultado por ello.
El liberalismo comienza, por ende, por la palabra, aunque ello no sea justiciable. Los autoritarismos de todo tipo no comenzaron con un ejército invadiendo Polonia, de la noche a la mañana. No. Comenzaron con discursos efectistas que apelaban a lo más bajo de nuestra condición humana: alienación, falta de conciencia crítica, odio, resentimiento, conflictos psicológicos no resueltos, y demás. Un futuro líder de una sociedad libre debe saber que su liberalismo comienza con su palabra: la forma del mensaje es al mismo tiempo el contenido del mensaje.
Hay una forma liberal de hablar que pertenece al ámbito del deber moral, y autores neokantianos como Habermas lo tienen claro. Tenemos mucho que aprender de él.
NOTA:
La versión original de este artículo apareció por primera vez en el blog Filosofía para mí, de Gabriel Zanotti.