IGUALDAD DE MENTIRA

El pasado martes 16 de Agosto de 2023, la selección colombiana de mujeres regresó al país luego de su participación en el Mundial de Fútbol Femenino. Dicha selección logró llegar a los cuartos de final, pero fue eliminada al perder contra la de Inglaterra. A las jugadoras colombianas las recibieron como si se tratase del equipo masculino de fútbol, con una gran fiesta en el Estadio Nemesio Camacho El Campín (en Bogotá) donde celebraron lo lejos que había llegado el equipo colombiano en el mundial, igualándolas con la selección de hombres, quienes también llegaron a cuartos de final en el Mundial de Fútbol de 2014. Sin duda es un reconocimiento que todas ellas se merecen, pues en cada partido que jugaron dieron lo mejor de sí, sin embargo, hace tan solo un par de años la selección femenina de fútbol no sonaba en ningún lugar; solo tuvieron trascendencia hasta 2022 con el Mundial de Fútbol Femenino Sub-17, en el cual llegaron a la final. La noticia llenó las redes sociales donde se aplaudía su gran esfuerzo. Dentro de los elogios se reclamaba que ellas jugaban mejor que los hombres, y que debían exigir un pago igual al de la selección masculina; tales reclamos de “igualdad de género”, avivaron nuevamente el debate de la brecha salarial en el país.

En primer lugar, la discusión sobre la diferencia salarial entre los jugadores de ambas selecciones, y que fue la que encendió el debate, se ha dado a lo largo de los últimos años a nivel mundial dentro del deporte. Un claro ejemplo de esto es el seleccionado de fútbol femenino de los EE. UU., que por medio de una demanda, exigía que a las jugadoras se les pagara igual que a los hombres. Este debate acerca de la desigualdad salarial y el famoso “techo de cristal” es un tema que sin duda no se limita al campo deportivo, sino que se extiende a la participación, representación e inclusión de las mujeres en distintos ámbitos profesionales como la política, las empresas, la academia, entre otros.

LEYES DE CUOTAS

A causa de la “discriminación” y “exclusión” que han sufrido las mujeres “históricamente”, el Estado, en este caso el colombiano, se ha propuesto ser más inclusivo al fomentar la participación igualitaria entre hombres y mujeres en una mayor cantidad de espacios. La mano paternalista del Estado frente a las mujeres, donde con leyes se nos garantiza esta “inclusión” en los ámbitos previamente mencionados es, realmente, una bofetada para todas nosotras.

Dichas medidas inclusivas se agrupan en lo que se conoce en Colombia como Ley de cuotas (Ley N.º 581 del 2000), muy aplaudida por el lobby feminista y la izquierda progresista; no obstante, es un chiste mal contado. La ley exige que mínimo el 30 % de los cargos públicos sean ocupados por mujeres, una completa burla para nosotras: se nos están riendo en la cara con una inclusión de mentira. ¿Por qué de mentira? Se preguntará usted, ¿por qué una mujer vería como negativa esta Ley de cuotas?, ¿no se supone que medidas así han favorecido la participación de mujeres en distintos campos de la sociedad?

Es importante reconocer que la ley ha tenido el efecto simbólico que pretendía, empero, tiene efectos negativos y perjudiciales para todas nosotras. La Ley de cuotas lo único que hace es fomentar lo que dice destruir. Este tipo de leyes, no solo en la política, sino en las empresas, lo que hacen es generar mayor discriminación. Por más que esta ley ayuda, hasta cierto punto, la entrada de mujeres mejor capacitadas y preparadas que hombres al sector público y/o privado, le está quitando el valor e importancia al mérito. La ley favorece prejuicios como el hecho de que una mujer ha llegado lejos no por sus capacidades, sino porque es mujer; que ha llegado lejos no por sus capacidades, sino porque es la novia, esposa, hija, sobrina, y demás, de algún hombre que le regaló el puesto. En otras palabras, nos están diciendo en la cara que no podemos, que no nos dio para llegar solas, y que ahora “Papá Estado” tiene que llevarnos de su manita.

EL VALOR DEL MÉRITO

Seré muy franca, y para ello usaré un ejemplo personal que demuestra que si se puede superar a los hombres con méritos, específicamente, en estos casos deportivos. Durante mi paso por el colegio formé parte del equipo de fútbol femenino; nosotras siempre llegábamos a la final de todos los torneos que se realizaban en cada año escolar, mientras que el equipo masculino no era capaz de pasar de fase de grupos. Esto generó que con el tiempo las chicas pudiéramos pedir mayores y mejores beneficios, como los permisos de ausencias a clases, que nuestros compañeros de clase pudieran asistir a la final, mejores uniformes, entre otros. Por el contrario, el equipo masculino poco a poco fue perdiendo esos privilegios, ya que no estaban contribuyendo a exaltar el buen nombre de la institución. Situación semejante es equiparable a la que sucedió con la Selección Femenina de Fútbol Colombiano. Al principio no eran rentables, no daban suficientes resultados positivos como para invertir dinero, mientras que los hombres sí; sin embargo, ahora es al contrario, y por eso vemos el resultado actual, donde con mucho trabajo estas mujeres se han ganado el respeto y la admiración de todo un país.

Para ir concluyendo: si se puede, y si es posible llegar lejos con méritos y sin ayuda. Con trabajo duro y honesto es posible.

Yo como mujer que participa en política, no me interesa que me den una cuota y no me interesa que me elijan por “ser mujer”. No. Lo que me interesa, es ser elegida por mis cualidades, mis logros, mis ideas y mi recorrido profesional. La Ley de cuotas, junto con las otras que imponen tener un 10, 20 o 50 % de mujeres en empresas o en cargos públicos, son absurdas, ridículas y denigrantes para todas las mujeres. Tales exigencias de pagos igualitarios solo “porque sí” o “porque soy mujer y me lo merezco por ser una víctima histórica”, son simplemente estúpidas y sin sentido. A uno le interesa que la gente lo reconozca como a las jugadoras de la selección: por haberlo dejado todo en la cancha, darlo todo hasta el final y demostrar que soy mejor que muchos hombres –y mujeres también–.

A todas nos debería interesar que la sociedad y el Estado nos permitan llegar a donde queramos trabajando duro y superando barreras sexistas, de clase, raciales, u otras que puedan aplicar. Esto solo se alcanza con la libertad: libertad de elegir donde trabajar, de elegir libremente la profesión. Con libertad, no con coacción, y no con mentiras tipo de que si te gusta ser ama de casa y atender a tu familia es porque “tienes machismo interiorizado”.

Las mujeres somos seres humanos libres, autónomos y capaces de decidir a qué nos queremos dedicar, de decidir lo que nos gusta y el estilo de vida que prefiramos. Las leyes de cuotas, que garantizan cupos en universidades por ser mujer, o puestos de trabajo por ser mujer, resultan humillantes. Verlas como algo bueno es aceptar que como mujeres somos menos capaces que los hombres: es aceptar que ellos siempre tendrán la ventaja y que todas las luchas por la igualdad femenina nunca sirvieron para nada en realidad, que las feministas de primera ola perdieron su tiempo y que las actuales lo siguen perdiendo –aunque, quizás si sea verdad– al aplaudir y aceptar esta igualdad de mentira.

SOBRE LA AUTORA:

Gabriela Besedicheck: Estudiante de Derecho en la Universidad de los Andes. Rola al 100 %, se define a sí misma como antifeminista, pro-vida y libertaria. “In order to think you have to risk being offensive” | J. B. Peterson.

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