Los dos programadores informáticos estadounidenses, Brian Acton y Jan Koum, crearon y fundaron WhatsApp LLC y lo vendieron a Meta Platforms, Inc. (anteriormente conocido como Facebook, Inc.) por 19 mil millones de dólares en 2014. Dos mil millones de personas en todo el mundo utilizan ahora WhatsApp, no solo para enviar mensajes y archivos, sino también para hacer llamadas telefónicas gratuitas. Gracias a su idea, los dos desarrolladores de WhatsApp han sumado una fortuna combinada de 16 mil millones de dólares. ¿Ha aumentado la desigualdad porque ahora hay dos multimillonarios más? Ciertamente, no. Pero, ¿ha perjudicado a alguien, excepto quizás a los proveedores de costosos planes telefónicos?
En China, gracias a la introducción de la propiedad privada y a las características de la economía de mercado, el número de personas que viven en pobreza extrema ha caído del 88 % a menos del 1 % desde principios de los años ochenta; al mismo tiempo, el número de ricos ha aumentado más que en cualquier otro país. Hoy en día, solamente los Estados Unidos tiene más multimillonarios que China. Allí, la desigualdad ha aumentado y la pobreza ha disminuido. ¿Alguien piensa que la gente en China quiere volver a la vida bajo Mao simplemente porque en aquel entonces se encontraban en condiciones de vida “más igualitarias”?
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El hecho de que en el debate público se discuta más la desigualdad que la pobreza es una expresión de envidia, incluso si los críticos de la desigualdad niegan este motivo. La envidia es la emoción humana más comúnmente negada, reprimida y “enmascarada”; cuando la envidia se vuelve reconocible como tal, o se comunica abiertamente, el envidioso automáticamente descalifica sus intenciones. El antropólogo George M. Foster preguntaba por qué las personas pueden admitir sentimientos de culpa, vergüenza, orgullo, avaricia e inclusive ira sin perder la autoestima, pero les resulta casi imposible admitir sentimientos de envidia. Para ello, nos ofrece esta explicación: cualquiera que admita ante sí mismo y ante los demás que tiene envidia, también admite que se siente inferior. Precisamente, por eso es tan difícil reconocer y aceptar la propia envidia.
La intensidad con la que el tema de la desigualdad y la “brecha entre ricos y pobres” inflama a los medios de comunicación –y no únicamente a ellos– quedó demostrada por el rotundo éxito del libro del economista francés Thomas Piketty: El Capital en el Siglo XXI. Piketty admite que la desigualdad disminuyó, ¡no aumentó!, durante la mayor parte del siglo XX. Solo a partir de 1990 se ha producido una evolución negativa hacia una mayor desigualdad. Los años que son particularmente malos desde el punto de vista de Piketty fueron en realidad los mejores para cientos de millones de personas en todo el mundo. En los 20 años en los que Piketty afirma que aumentó la desigualdad (1990-2010), hasta 700 millones de personas salieron de la pobreza extrema.
Las críticas a la desigualdad en Gran Bretaña, especialmente a los salarios de los altos directivos, también funcionan a menudo con cifras falsas. Damien Knight y Harry McCreddie han demostrado que muchas estadísticas publicadas en los medios sobre la inflación de los salarios de los ejecutivos o sobre la evolución de la relación entre los salarios de los ejecutivos y los de los empleados ordinarios son tremendamente erróneas, porque quienes hacen estos cálculos frecuentemente carecen de una comprensión rudimentaria de metodologías matemáticas o estadísticas; por ejemplo, a menudo se confunden los promedios con las medianas, o no se hace ninguna distinción entre las concesiones salariales concedidas y las concesiones salariales reales, entre otros. Tomando al Reino Unido como ejemplo, explican cómo un aumento real en los salarios de los ejecutivos del 6 % en un período determinado se convierte rápidamente en un aumento del 23 % en los medios, o un aumento del 2 % se convierte en uno del 49 %. Su conclusión: “Nuestra opinión es que la investigación y el análisis deficientes han causado más daño a la cohesión social que las propias empresas al pagar altos salarios a sus altos ejecutivos”.
Los economistas estadounidenses Phil Gramm, Robert Ekelund y John Early también señalan lo mismo en su libro The Myth of American Inequality: How Government Biases Policy Debate, criticando el hecho de que las estadísticas estadounidenses sobre la desigualdad ignoran los pagos de transferencias y los impuestos. Si los impuestos que pagan las personas con mayores ingresos no se reflejan en las estadísticas, y los pagos de transferencias recibidos por las personas con menores ingresos tampoco se tienen en cuenta, entonces esto lógicamente conduce a que los datos sobre la creciente desigualdad sean erróneos. Si se incluyen los impuestos y las transferencias, entonces la relación entre el ingreso del 20 % más bajo y el 20 % más rico de los estadounidenses es de 4 a 1 en lugar del 16,7 a 1 reportado en los censos.
Así pues, la desigualdad no ha aumentado tanto como suele afirmarse. En cualquier caso, creo que deberíamos preocuparnos menos por la cuestión de la desigualdad y más por el problema de la pobreza.