En el corazón de Washington D. C., el memorial a los héroes de Corea lleva inscrita una frase poderosa: “La libertad no es gratis”. Esta afirmación actúa como un recordatorio implacable de que la libertad, por la que tantos han sacrificado todo, se encuentra bajo ataque constante.
Según el ranking Freedom in the World de Freedom House, la libertad es un lujo que solo 20 % de la población global puede realmente disfrutar. Además, al observar las libertades económicas, solo cuatro (4) países en el mundo son considerados verdaderamente libres de acuerdo con el índice de The Heritage Foundation.
Aquí en Colombia, la erosión de nuestras libertades se acelera de manera alarmante. Este fenómeno no es exclusivo del Gobierno actual, aunque sin duda representa uno de los períodos más críticos en la historia de ataques a la libertad. Durante años, hemos sido testigos de cómo esta tendencia se ha gestado: el lucro ha sido históricamente demonizado y el empresario caricaturizado como un villano. Lamentablemente, en nuestro país, el éxito se ha convertido casi en un delito a ojos de muchos, fomentando una mentalidad perversa que no solo desprecia el bienestar ajeno, sino que además prefiere ver a todos sumergidos en la mediocridad.
Los diagnósticos ya sobran. La pregunta esencial ahora es: ¿qué vamos a hacer los que realmente valoramos la libertad como la base de la prosperidad social y económica?, ¿cómo podemos, como empresarios, proteger este valor esencial que nos permite resolver problemas y generar oportunidades?
En países como los Estados Unidos y Reino Unido, los empresarios no solo valoran la libertad, ¡invierten sustancialmente en ella!, entienden claramente el alto costo de no proteger la libertad y, por eso, financian organizaciones de la sociedad civil dedicadas a defenderla y preservarla. Estas inversiones no consisten en donaciones esporádicas ni actos de caridad mínimos, sino en aportes que dotan a estas entidades de presupuestos comparables a los de grandes empresas, lo que les permite luchar efectivamente por la preservación de la libertad en todas sus formas.
En Colombia, sin embargo, nuestra respuesta ha sido mediocre. Aunque verbalizamos preocupación por la pérdida de libertades y criticamos los ataques que sufre cada semana, la verdad es que no demostramos valorarla lo suficiente. Si realmente valoráramos la libertad, la inversión en su defensa sería una prioridad en nuestros presupuestos. No dudaríamos en financiar iniciativas de alto impacto destinadas a su cuidado.
Invertir en la defensa de la libertad no debería ser una opción secundaria en tiempos de crisis y ataques constantes: es una necesidad imperiosa. Necesitamos organizaciones sólidas y bien financiadas, capaces de proteger y promover nuestras libertades con la misma fuerza y efectividad que aquellos que buscan destruirlas.
No estamos en tiempos de tibiezas: o priorizamos la inversión en el cuidado de la libertad, o la perdemos para siempre. Al igual que invertimos grandes sumas en seguridad privada para proteger nuestras propiedades, debemos invertir en salvaguardar la libertad, la cual es fundamental para permitirnos a nosotros y a otros vivir en un país mejor.
La libertad necesita más que nuestro lamento: requiere nuestra acción decisiva. Si no estamos dispuestos a invertir en nuestra libertad, entonces debemos prepararnos para perderla. No permitamos que nuestra apatía de hoy se convierta en las cadenas que nuestros hijos tendrán que cargar mañana. La libertad no es gratis.
NOTA:
La versión original de este artículo apareció por primera vez en el Diario La República (Colombia).