Rodrigo Borgia, quien llegó a ser el papa Alejandro VI, fue padre de siete hijos ilegítimos, cuatro de ellos con una cortesana romana llamada Vanozza Cattanei. A pesar de ese antecedente, se convirtió en el patriarca de una de las dinastías más abominadas de su tiempo. De origen valenciano, los Borgia marcaron una época en la historia de la Iglesia Católica del Vaticano y de los Estados italianos. Doblegaron príncipes y principados, duques y ducados, condes y condados en pleno renacimiento. Emplearon el poder que les otorgaba el obispado de Roma como un arma letal –y personal– que se basó en todo un entramado de corrupción, al punto de ejecutar los más crueles y perversos crímenes para alcanzar sus propósitos.
César Borgia, el segundo hijo de Rodrigo y Vanozza, fue el principal aliado de su padre para la consecución de sus objetivos. Gracias a su ambición, inteligencia y, sobre todo, falta de escrúpulos, pudo crear para sí un pequeño, aunque efímero, ducado en la Romaña, además de cultivar otros logros. César Borgia sirvió como inspiración para la que sería la obra cumbre de Nicolás Maquiavelo: El príncipe. Pese a que en la actualidad es uno de los libros más reconocidos dentro de los círculos de intelectuales, especialmente, de los afines a la ciencia política, en su momento no contó con buena acogida. Fue publicado en 1532 –cinco años después de la muerte de su autor– e indexado al Índice de Libros Prohibidos por Roma a causa del supuesto desprecio que este muestra por la ética y los valores en el ejercicio del poder –situación que no es del todo cierta–. No fue hasta la ilustración que recibió algo de atención, pero en su mayoría negativa.
El príncipe buscaba ser un tratado práctico sobre cómo ejercer el poder de la forma más efectiva. Para Maquiavelo, César Borgia representaba todas las virtudes que debía tener un príncipe, las cuales, no necesariamente eran buenas o de carácter moral. No. Estas, constituían todo aquello que mejor le asegurara al príncipe sostenerse en el poder. Por supuesto, Maquiavelo no fue totalmente ajeno a las cuestiones éticas: su mayor preocupación era el famoso dilema entre si vale más ser amado o temido. Maquiavelo tenía muy presente la experiencia acumulada durante sus años como funcionario de la república de Florencia, y de cómo sus más grandes errores se debieron a haberse confiado de la palabra de otros, por eso su respuesta era que es deseable ser ambas cosas (temido y amado); no obstante, en caso de tener que decantarse por una de las dos, no dudaba en asegurar que era más seguro ser temido que amado.
Hoy por hoy, los paisas y medellinenses tenemos una encarnación casi perfecta de lo que fue César Borgia en otra época, con un poco menos de clase y buen gusto claro está. Daniel Quintero Calle es una especie de nuevo príncipe, más aún porque es casi seguro que es uno, por no decir el primero, de los que se encuentra en la línea sucesoria del ahora rey Gustavo Petro. Y digo rey, porque gústenos o no, estamos llegando, muy aceleradamente, a lo que Ayn Rand denominó etapa de inversión total: la etapa en la que el Gobierno es libre de hacer cualquier cosa que le apetezca, mientras que los ciudadanos podemos actuar solamente bajo su permiso. Gústenos o no, dicha etapa es la de los períodos más oscuros de la historia de nuestra especie: la etapa del reinado de la fuerza bruta.
Más allá de lo controvertido que ha sido, de su presunta participación en política siendo todavía alcalde de Medellín, de sus escándalos de corrupción –en especial, de los conocidos últimamente– y de su falta de mesura a la hora de gastar a manos llenas los recursos de la ciudad –tanto en su ejercicio como burgomaestre, como ahora que ya no lo es–, Quintero Calle no desfallece en su necesidad enfermiza de tener poder absoluto y seguir jugando a ser dios. Sin importarle todo lo ya dicho, y para agregar, sus cada vez más pronunciados choques con líderes reconocidos del petrismo, los tentáculos de este príncipe de los nuevos tiempos continúan expandiéndose a través de diferentes entidades del Gobierno Nacional.
Tras su fracaso como aspirante a la Gobernación de Antioquia en los comicios regionales de 2023, el exsecretario de Gobierno de Medellín, Esteban Restrepo, entre el 14 y 15 de junio de 2024 terminó convirtiéndose en el más reciente exfuncionario de la era Quintero en lograr subirse al bus del Gobierno del “cambio”. Pese a que Restrepo ha reconocido públicamente carecer de conocimientos en materia de derecho –su currículum vitae así lo muestra–, la administración Petro le encargó la Dirección de Asuntos Internacionales del Ministerio de Justicia. Con el nuevo cargo, ya son por lo menos 10+1 las fichas de Quintero que se encuentran refugiadas en la capital, sin que a muchos de ellos los afecte la innumerable lista de polémicas de su líder, o incluso, los señalamientos de corrupción a nombre propio; de hecho, hace algunas semanas, el mismo Esteban Restrepo se vio involucrado en el sonado escándalo de la UNGRD (Unidad Nacional de Gestión del Riesgo), y ha resultado salpicado en otras controversias. Otro reconocido alfil del príncipe que se montó en el Gobierno Nacional, es Juan Pablo Ramírez, secretario de Participación Ciudadana durante su época de mandato, el cual fue nombrado hace varios meses como subdirector de la Unidad Administrativa Especial de Gestión Pensional y Contribuciones Parafiscales de la Protección Social del Ministerio de Hacienda, y que asimismo lleva a cuestas su propia estela de escándalos por corrupción.
Pero el tema no concluye ahí.
La exfuncionaria de la administración Quintero que ahora “busca asiento en el bus” es la exgerente étnica de Medellín, Farlin Perea Rentería. No en vano, la hoja de vida de Perea aparece publicada en el sitio web de la Presidencia de la República desde el pasado 18 de junio, haciendo pública su aspiración para hacer parte de la Unidad de Gestión Territorial Eje Cafetero, Antioquia y Chocó con sede en Medellín, según informó El Colombiano; la entidad en mención, pertenece al Ministerio de Agricultura. Durante su paso por la Alcaldía de Medellín durante la era Quintero, la oriunda del Chocó protagonizó varias polémicas; una de ellas fue el pésimo manejo hecho por la entidad que dirigía sobre la crisis de los indígenas emberá en la ciudad, llegando al punto de que miembros de esta etnia perpetraran actos vandálicos en el edificio de la Alcaldía.
Como ratones atraídos por el queso, no dejarán de llegar exfuncionarios de la antigua Alcaldía de Quintero al Gobierno Nacional dirigido por el Sr. Presidente, Gustavo Petro. Como en todo caso colectivista, los escándalos en los que muchos de ellos están inmersos, poco o nada importan a los “mansos” –como los llamaba Martin Luther King– o a sus fanáticos seguidores. Todo, con el fin de que el príncipe pueda continuar extendiendo sus tentáculos en aras de hacerse al poder, bien sea en 2026, o después; para los megalómanos, demasiado tiempo no resulta tan importante, por el contrario, les permite consolidar sus oscuros deseos. Pasa que, muy a pesar de sus jugadas, y parafraseando a Maquiavelo, a Quintero su excesiva confianza lo está haciendo bastante incauto y su excesiva desconfianza aún más insoportable de lo que ya es. Que no se fíe, porque no solo rodearse de colaboradores que le temen más de lo que le aman, y cultivar seguidores que comparten los mismos sentimientos, le permitirán tener el poder que anhela. Un buen príncipe, también representa la benevolencia, y benevolencia es todo de lo que carece el autodenominado “Hijo del Tricentenario”.