Rosa sale todos los días de su vivienda ubicada en la periferia –¡Ugh!, ya puedo oler a las feministas de Starbucks criticar esto desde su comodidad en la academia y espacios, los cuales ellas no le van a ceder– de alguna de las ciudades latinoamericanas. Sale a trabajar después de haber preparado a sus hijos para la escuela, a veces sin haberles podido dar el desayuno. Es cabeza de hogar, porque el padre de los niños no responde.

Ya veo también a los genios descubriendo que me inventé el personaje. Pero refleja una realidad insoslayable: quienes salen a trabajar lejos de los privilegios y dádivas del poder son los que merecen mayor respeto. Pagan impuestos sin vacilar –aún sin la conciencia de que lo están haciendo–, se acomodan a pesar de las circunstancias y procuran otorgarles a los suyos un buen nivel de vida, en la medida de las posibilidades. Ese mundo de donde viene gente como Rosa –colóquenle el nombre, sexo, filiación étnica, religiosa y política que prefieran– es un mundo con alta necesidad de cooperación entre pares. Como Rosa, existen en su entorno cercano desde la madre y vecinos de ella, como también el tendero, el panadero, el carnicero y una multiplicidad de personas que le sirven a esta y a otros individuos.

Entre las vecinas se coordinan y cuidan mutuamente a sus hijos: son su red de apoyo. Cuando una no puede llevar a sus hijos a una cita o al colegio, las otras coordinan por una aplicación y los llevan o recogen. Al llegar al trabajo, dos horas después, comienza su jornada organizando inventarios y pedidos para entregar a los clientes que llegarán más tarde. Cada uno imagine el producto que prefiera. Trabaja en el comercio informal desde pandemia, como el tercio de los trabajadores que según estima el BANCO MUNDIAL, viven del comercio informal en Latinoamérica. Esa persona a la que afectan pocas leyes de manera positiva y muchas de manera negativa es el verdadero sujeto del liberalismo.

Podemos derramarnos en prosa menospreciando a estas personas y poniendo a empresarios –un rol más que pueden tener personas como Rosa–, tecnócratas y demás personajes como los verdaderos héroes de la historia, pero mientras el foco no se coloque en empatizar con los ciudadanos comunes y corrientes que solo pueden ver cómo el Estado y sus amigos los abandonan o los castigan limitándoles opciones dignas de vida o incluso arrebatándosela, no podremos tener una región verdaderamente próspera que vea a la gente de a pie disfrutando de la verdadera libertad: la libertad para ser y para desarrollar un proyecto de vida realmente satisfactorio.

Andres Felipe Paez
Andres Felipe Paez

Ciudadano de Bogotá. Emprendedor y amante de las libertades y la creación de comunidad.

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