Álvaro Gómez Hurtado tuvo razón en señalar que Colombia necesitaba un “acuerdo sobre lo fundamental”. Su diagnóstico era certero, pero nunca se convirtió en realidad. La razón es sencilla: lo hemos intentado de la manera equivocada. Creímos que se trataba de un pacto entre políticos, de un consenso de élites que, reunidas en Bogotá, diseñarían desde el destino del país. Ese acuerdo no llegó, y cuando se intenta, fracasa, porque nunca nació de la base, nunca se alimentó de la cultura ni de las ideas de la gente.
Lo fundamental en Colombia ha sido históricamente confundido con lo accesorio. Hemos gastado décadas discutiendo repartijas burocráticas, negociaciones entre partidos, pactos de silencio y acuerdos que, en el fondo, solo buscaban preservar privilegios. Nada de eso es lo fundamental. Lo fundamental no son los puestos ni los presupuestos, sino los cimientos sobre los cuales puede prosperar un país.
Y esos cimientos están claramente identificados. Lo fundamental es la libertad individual. Lo fundamental es la economía de mercado, lo más libre posible, porque es la única que ha demostrado ser capaz de generar riqueza sostenible y oportunidades reales. Lo fundamental es la democracia liberal, con contrapesos que limiten el poder y garanticen la pluralidad. Lo fundamental es el Estado de derecho, entendido como un marco de reglas claras e iguales para todos, no como un botín que se acomoda según el interés del gobierno de turno.
Ese es el verdadero acuerdo que Colombia necesita, y que ha sido sistemáticamente evadido. Porque implica renunciar al paternalismo, al clientelismo y al poder excesivo de la política sobre la vida de los ciudadanos. Implica dejar de ver al Estado como la fuente de todo y empezar a verlo como lo que debe ser: un árbitro imparcial que protege libertades, en lugar de un patrón que reparte favores.
Por eso insisto: un acuerdo sobre lo fundamental no se firma en una mesa de negociación entre dirigentes. No se decreta en un salón de conferencias ni en una cumbre. Se construye desde abajo, cambiando la mentalidad colectiva, desmontando prejuicios y liberando a los ciudadanos de ideas equivocadas que nos mantienen estancados.
Colombia necesita dejar atrás la creencia de que la riqueza es un juego de suma cero, como si lo que gana uno necesariamente lo perdiera otro. Debe superar la idea de que el lucro es inmoral, cuando en realidad es el motor que mueve a las personas a innovar, producir y crear. Y debe abandonar la narrativa de la victimización, esa que nos dice que siempre estamos condenados por fuerzas externas y que nunca podremos salir adelante por nuestros propios méritos.
Si no desmontamos esos mitos, cualquier acuerdo será superficial. Pero si logramos reemplazarlos por una cultura de confianza en la libertad, en la iniciativa individual y en el poder creador de la sociedad, entonces sí podremos hablar de un acuerdo real, uno que siente las bases de un país distinto.
No necesitamos esperar a que los políticos se iluminen ni a que aparezca un salvador. Necesitamos empezar a transformar las ideas, contagiar de convicciones firmes a más colombianos y construir desde la base hacia arriba un consenso auténtico. En mi libro Cómo enriquecer a Colombia desarrollo estas ideas y explico cómo derribar los mitos que nos frenan. Comencemos juntos a forjar ese acuerdo sobre lo fundamental, uno que se escriba en la vida y la voluntad de los ciudadanos.
NOTA:
La versión original de esta columna apareció por primera vez en el Diario La República (Colombia).