La candidata feminista a la Presidencia de la República de Colombia: Ángela María Robledo, realizó el pasado 23 de abril una audiencia pública acerca de la “interrupción voluntaria del embarazo” que nada tenía de pública, y menos en defensa de la mujer. La sorpresa de muchos de los participantes se dio al momento de ver que, intervención tras intervención, era dedicada sólo hacia una de las posturas frente a la discusión; coincidencialmente, la que favorecía a la Representante.
Al iniciar, la Representante a la Cámara: Ángela María Robledo, fue clara en que el sentido de una Audiencia Pública, más allá de que los congresistas hablaran, sino que, por el contrario, la esencia de ésta radicaba en poder escuchar las voces ciudadanas, lo que tiempo después incumpliría de una forma descarada y hasta bochornosa. Adicionalmente, mencionó que empezarían sus organizaciones invitadas con seis minutos solicitando que no se les cerrara el micrófono. Entre estas organizaciones no se encontraba una sola que mostrara la diversidad de opiniones frente al debate del aborto; todas representaban la opinión favorable de la congresista, sectores a los que ha enfocado un mensaje claro para su campaña para los comicios electorales de 2022.
Independientemente de la posición de la Representante o de muchos de los lectores de esta Editorial, una Audiencia Pública del Congreso de la República no debe prestarse para uno de los sectores, opiniones, posiciones o campaña política frente a determinado tema, menos para uno tan álgido en el debate nacional como es el tema del aborto; porque en ese sentido, la audiencia deja de ser pública y democrática, y el espacio para que los congresistas escuchen de primera mano, las luchas de fuerzas constantes en la sociedad que no corresponden a una sola perspectiva.
Desde un principio, esto generó descontento entre los participantes, quienes de forma respetuosa, le insistieron incluir las voces de aquellas mujeres que tenían cuestionamientos serios y solicitaban ser escuchadas por los Representantes a la Cámara; a lo que ella instó que el espacio es convocado y organizado por ella. Ella decidía quién participaba, estaba convencida de que la ley le permitía censurar a sus enemigas ideológicas.
Las horas pasaban, y al momento de escuchar las intervenciones de organizaciones críticas del feminismo y el aborto, Robledo cambiaba las reglas. Ya no serían seis minutos, serían dos, y no se les permitiría finalizar como a sus grupos feministas; se les cortó de tajo, sin dejar lugar a una argumentación seria, ni a la oportunidad de presentar intervenciones idóneas para el espacio y el nivel de debate que el aborto suele resucitar en los colombianos, bajo el argumento de que debían enviar sus ponencias con anterioridad, a pesar de que esto no fue advertido de forma previa y no representaba una obligación: fue la excusa con la que Ángela María Robledo calló a otras mujeres a causa de su pensamiento. Y pese a que varias aseguraron haber enviado su ponencia, se les negó la posibilidad de realizar una intervención seria, algo que no hicieron algunas de sus organizaciones feministas invitadas –pero por supuesto, esto no era un problema para la Representante–.
Lo preocupante no fue sólo la forma en que la congresista feminista usó un espacio de debate público del Congreso para silenciar a las mujeres que no compartían su postura, o que cambiara de manera infantil las reglas de la audiencia luego de la primera intervención. Lo preocupante es que desde el manejo técnico de la aplicación que permitía celebrar la audiencia de forma virtual, se eliminaba adrede a las personas que serían nombradas para intervenir desde el sector provida y, de esta forma al nombrarlas, ellas no alcanzarían a responder para pasar a una nueva intervención, y así, repetir la estrategia de censura.
Lo más interesante y hasta cómico, es que en ocasiones al querer censurar y eliminar las voces contrarias a la Representante, se terminaba por silenciar a ella misma, dejando ver el desorden, el descaro y la inefectividad de la audiencia. Si la Representante no logró manejar con altura el espacio, difícilmente podremos imaginar un escenario distinto en 2022.
Profesional tras profesional, organizaciones y ciudadanas, fueron silenciadas ipso facto a los dos minutos exactos sin permitirles cerrar sus ideas y explicar de forma seria su postura. Las “defensoras de la mujer”, aquellas feministas que se jactan del avance en los derechos de las mujeres –que además no les pertenece–, brillaron por su ausencia frente a la conducta de censura de su Representante. Sin importar que se tratara de otras mujeres, al parecer quienes no pueden ser silenciadas, son aquellas que sólo pertenecen a su comitiva ideológica.
Lo bueno de todo, fue que la audiencia permitió contemplar a los colombianos en vivo y en directo, que el feminismo le importa aún más la bandera del aborto que la mujer misma, y que el simple hecho de ser mujer no es propuesta suficiente para gobernar una nación, pero sobre todo, que el progresismo en el que se está hundiendo Colombia, deja ver en estos pequeños sucesos la hipocresía política e ideológica que profesan, instrumentalizando distintas poblaciones en razón de su raza, su sexo, su orientación sexual o su indignación frente al mal manejo del país por sectores mal llamados de derecha, una derecha cobarde y tibia que ha caído en el discurso de la izquierda, a tal punto, de dejarles el camino libre en el 2022.
No les interesamos las mujeres, mucho menos aquellas que están en el vientre; les interesan los lugares de poder, los votos y adeptos incautos para una campaña sobre quién gobernará el país en 2022 fundamentado en colectivismos y violaciones a la vida, la libertad y la propiedad privada.