Científicos sobrepasados por las cadenas de WhatsApp, líderes políticos enviando mensajes confusos y mostrando pocos resultados evidentes, mientras los agitadores de turno aprovechan las redes para difundir la desinformación e inflar los ánimos de los ciudadanos de a pie; toda una catástrofe que pone en evidencia el mal manejo de los Estados modernos de la pandemia. Ni uno solo se ha salvado.
En lo que podríamos apreciar, encontramos una serie de situaciones que ponen en peligro al Estado moderno. La pandemia puso a temblar el statu quo de veleta de los Estados latinoamericanos. Fue el primer golpe a un sistema político anquilosado en castas de pseudo-nobles; unos de cuna y abolengo, otros a fuerza de golpes de opinión, otros tantos abusando del populismo o del utilitarismo necrofílico y porno-miserable, otros más a pesar de sus circunstancias.
Parafraseando a Gustave de Molinari en su ensayo La producción de seguridad, podemos afirmar que si para la obtención de todo bien material o inmaterial se requiere de libre trabajo, libre intercambio y libre competencia, las labores estatales requieren igualmente una libre competencia. Como lo anota Miguel Anxo Bastos en el prólogo de este mismo ensayo, contamos con el ejemplo histórico de las taifas: pequeñas estructuras administrativas árabes que permitían una mayor gobernabilidad y disminuían la posibilidad de guerras.
En contraste, el Estado colombiano es paquidérmico, goloso, casi al punto de la parálisis y, además, con presencia difusa o nula en la mayor parte del territorio nacional. Hace apenas unos cuantos días vino la respuesta del Presidente, respuesta tímida ante las manifestaciones polifónicas y el crecimiento de las acciones violentas en el marco de la protesta. Cuando sumamos el pobre manejo de las medidas de bioseguridad para la apertura del comercio, han creado la tormenta perfecta.
EL CONTEXTO: LAS VOCES DISONANTES
Epidemiólogos y demás expertos habían advertido sobre los peligros de cerrar la economía, que en Colombia por Constitución Política la dirige el Estado. Sin embargo, no fueron escuchados o no lo suficiente. Los incumplimientos sucesivos de condiciones a toda la población fueron políticamente aprovechados por parte del espectro político para incitar las manifestaciones y por parte del hampa para llevar a cabo sus acciones sin mayor impedimento. Estas fueron escalando hacia bloqueos y demás acciones violentas por parte de algunos, potenciadas por los criminales de oficio que vieron ocasión para incendiar todo a su paso.
LA PROTESTA ACÉFALA
Aunque el gobierno colombiano ha comprado la narrativa de la “mente colmena” y de que el autoproclamado Comité del Paro se haya aprovechado de esta situación para promover su retórica gremialista, en la práctica ambas partes han demostrado falta de agencia. Con esto, me refiero a la incapacidad práctica de detener y modificar las dinámicas de la crisis de manera escalable. En respuesta, el presunto Comité ha tratado de adaptar el discurso para que el sainete no le caiga encima y a su vez el gobierno se ha decidido por una tenue acción negociadora con algunos grupos sociales, gremios y con el mismo Comité; parte del Congreso ha optado por invitar a algunos manifestantes y víctimas de brutalidad en el uso de la fuerza a dar su testimonio en el Capitolio, apenas con algunos desbloqueos sin que uno de los más graves, el que va desde Buenaventura hasta Cali, pasando por el departamento del Cauca, haya sido levantado.
¿CUÁNTO MÁS ESCALARÁ EL CONFLICTO? ¿HAY ALTERNATIVAS?
Difícil saberlo, pero sin un compromiso real en asumir que la respuesta gubernamental debe ser aún más articulada con los niveles departamental y municipal y apuntar a una respuesta diferenciada que atienda las necesidades de la ciudadanía, en aras de fomentar, ya no su máxima libertad, sino la más básica como la de locomoción y comercial, no se avecina nada claro. Tal vez sea pedir demasiado. Tal vez se espere demasiado.