¿Qué es esto de mezclar psicología con economía y política? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Mi respuesta es: TODO. De hecho estoy convencida de que la autoestima –o la falta de ella– determina prácticamente nuestra vida entera. Desde cómo nos vestimos, cómo nos vemos, cómo caminamos, cómo pensamos, qué cosas disfrutamos, qué cosas elegimos y, finalmente, por quién votamos. Determina nuestra actitud hacia la vida, nuestra predisposición al esfuerzo y a la perseverancia, nuestra predisposición a asumir riesgos y responsabilidades, nuestro modo de enfrentar los fracasos y nuestra capacidad de sentir orgullo.
Nuestra autoestima y nuestra razón están conectadas por un doble circuito que se retroalimenta. Cuanto más nos valoramos, más confiamos en nuestra mente. Cuando razonamos logramos una mayor comprensión de la realidad y sus leyes, lo cual nos abre una clara oportunidad de modificar aquellas cosas que, en apariencia, son inmodificables. Esa capacidad que tenemos de transformar la realidad a través de un proceso creativo, fortalece al mismo tiempo nuestra autoestima. Se genera un círculo virtuoso.
Las mentes perezosas que se niegan a lidiar con la realidad y con las abstracciones necesarias que demandan comprenderla, muchas veces eligen seguir los veredictos de terceros, repitiéndolos como si fueran verdades, sin haberlos hecho pasar ni por el más básico test. Toman prestadas conclusiones a las que nunca llegaron por propio razonamiento y son carne de cañón para aquellos intelectuales persuasivos que buscan promover ideas cuya base lógica es nula. El vivir del prestado debilita a la larga nuestra confianza en nosotros mismos y nuestra capacidad de lidiar con la realidad. Sir Francis Bacon decía: “La naturaleza, para ser comandada, debe ser obedecida”. ¿Cómo puedo comandar una realidad que ni siquiera hago el esfuerzo por comprender? ¿Cómo puedo comandar una realidad si prefiero creer que fue un milagro que Moisés “dividiera las aguas” del Mar Rojo, en lugar de buscar la explicación científica para este fenómeno? ¿Cómo puedo crear riqueza si en vez de intentar comprender el proceso y las variables que la generan, prefiero repetir que mi miseria es culpa de los yanquis, los ricos, los paraísos fiscales y el egoísmo? Una mente poco activa lleva a una baja autoestima que, al mismo tiempo, desincentiva el uso apropiado de la razón. En este caso se genera un círculo vicioso.
Dirán: “¡Pero si todos los seres humanos razonamos!”. En realidad, esto es como la caja de cambios de un auto. No podemos ir a 100 km por hora en primera: necesitamos poner quinta. Si pretendo comprender si el universo es infinito y eterno, o qué variables psicológicas y filosóficas se requieren para progresar, o cuál es el fundamento de los derechos individuales, no me alcanzará con solo calentar el motor y poner primera. Tendré que estar dispuesto a hacer el esfuerzo de ir más a fondo, y esa es una decisión personal y voluntaria.
Pretender comprender realidades complejas sin hacer el esfuerzo necesario me llevará a conclusiones erradas. Pero la culpa no es de la incompetencia de la razón –como muchos filósofos se preocuparon por divulgar– sino de su uso inapropiado. Y todos –excepto las personas con incapacidades específicas– tenemos la “caja” adecuada para comprender la realidad.
¿Qué podemos esperar de quien tiene una sana autoestima y una mente activa? Podemos esperar que desee vivir en forma independiente y no tema asumir la responsabilidad sobre su existencia. Podemos esperar que desee libertad para desarrollar sus talentos y posibilidades, y respete ese mismo deseo en los demás. Podemos esperar que en vez de enfocarse en cómo robar lo ajeno, se enfoque en cómo crear la propio. Podemos esperar que sea alguien difícil de convencer de cualquier estupidez, por muy linda que suene. Podemos esperar que vote por alguien racional, que exponga la realidad tal cual es y no por alguien que se disfrace de “Santa Claus” cuando llegan las elecciones.
El sistema que lo deja libre y solo para crear, desafiarse y arriesgar es el capitalismo. El capitalismo lo protegerá de que nadie atente contra su vida, libertad y propiedad –o que quien lo haga reciba el merecido castigo– pero nada más. Es el sistema ideal para quienes están dispuestos a hacerse cargo de sus vidas. Nadie con buena autoestima votará por alguien que le diga que es un inútil para andar en bicicleta solo y le ofrezca rueditas auxiliares para su bicicleta. En cambio, tenemos otras personas que pretenden continuar pedaleando con las rueditas auxiliares toda la vida porque no confían en sí mismas, porque temen al riesgo o porque no están dispuestas a comprender qué se requiere para pedalear sin ayuda.
Para ellas, el socialismo –en cualquiera de sus formas– responde a sus necesidades, ofreciéndoles las ansiadas rueditas auxiliares. El problema es que las rueditas ofrecidas por el socialismo nunca son de goma: son de carne y hueso, y suelen ser aquellos que hicieron el esfuerzo mental para descubrir cómo lograr el equilibrio y que ahora son obligados a mantener el equilibrio ajeno.
El socialismo, al contrario del capitalismo, no te deja ni solo ni libre. El socialismo protege y provee a algunos a costa de otros; es el sistema ideal para quienes quieren que alguien se haga cargo de sus vidas; es el sistema ideal para quienes se consideran inútiles. Aquellos de nosotros que comprendimos que el capitalismo es el único sistema que respeta nuestra naturaleza, debemos sacar el foco de la economía y la política, y analizar cuáles son los mejores canales para que cada individuo aprenda a pensar, aprenda a quererse y aprenda a confiar en los múltiples recursos que tiene para hacerse cargo de su existencia.