El tiempo que percibimos de nuestras vidas depende de los hechos o acontecimientos que día a día se nos presenten y, en especial, del impacto que estos causen sobre nosotros. Cuando un determinado espacio temporal se colme de acontecimientos escasos, la percepción que tendremos sobre el tiempo es que transcurrirá de manera pasajera y fugaz, mientras que, al llevar un espacio rico en acontecimientos variados, nuestra percepción respecto a este lo hará ver más lento y duradero.
Muchas veces esa percepción que tenemos sobre el tiempo, también depende de la manera en la cual los sucesos externos nos impactan a nosotros, es decir, de qué manera somos receptivos a lo que nos sucede y qué tanto nos agrada. Por ejemplo, cuando estamos con una persona con la que disfrutamos hablar, la tendencia será a sentir que las horas transcurren muy rápido, hasta perder la noción del tiempo; pero, cuando nos encontramos en una situación que nos incomoda, sentiremos que el mismo lapso de tiempo transcurrirá de una manera demasiado lenta.
Cuando ocurren sucesos dolorosos, si bien es cierto que son hechos externos a nuestra voluntad, siempre radica en cada individuo la manera en la que los interioriza y asimila, de modo particular, en razón de su libertad y autonomía. Por otra parte, aunque muchas veces desarrollemos esa capacidad para lograr que nuestra tranquilidad no se vea afectada por cuestiones externas, crear cierta comodidad por el hecho de estar bien permanentemente, implica un ensimismamiento que hace que nos alejemos de la realidad, perdiendo incluso, nuestra libertad –pues esta consiste en arriesgarse a lo largo de la vida–.
La libertad que no se arriesga, se pierde, y el hecho de ser libre implica cierto sufrimiento en ese tránsito al camino de la liberación, el cual tiene como propósito que el individuo se encuentre a sí mismo, para solamente de este modo alcanzar la autenticidad del ser. En general, vemos el sufrimiento como algo que se debe evitar a toda costa. Sin embargo, este no es malo. Simplemente, es algo inevitable que hace parte de la naturaleza misma, y en muchos casos, incluso, no hay nada que nos haga sentir más vivos que nunca que el hecho de sufrir, pues nos recuerda que debemos levantarnos en un acto heroico y seguir adelante a pesar de las adversidades que continuamente se nos presenten en nuestras vidas.
La importancia al momento de sufrir, consiste en que aprendamos a hacerlo. Por consiguiente, como me lo manifestaba en algún momento mi maestro Antonini de Jiménez, implica mantenerse con dignidad en los momentos profundamente indignos: seguir con la cabeza levantada en momentos de desesperación e incertidumbre. Cuando en algún punto de nuestras vidas lleguemos a sentirnos tristes, solo bastará con mirar hacia atrás y ver todo aquello que hemos logrado; esto será suficiente para colmarnos de paz y tranquilidad en las épocas de angustia.
Toda vez que deseemos ser libres, nuestras acciones irán conducidas por la senda del buen camino, pese que nunca se conozca el camino por el cual debamos transitar. Como alguna vez escribió el poeta Antonio Machado: