Imaginemos una carrera de autos en la que todos los competidores tienen un carro muy lento y viejo. En esta carrera, todos compiten en igualdad de condiciones, pero la mayoría no llega a la meta y se queda en el camino. Sin embargo, un competidor tiene un carro más rápido y moderno y logra llegar a la meta primero.
A pesar de que este competidor es el único que ha logrado terminar la carrera, algunos observadores podrían decir que la carrera ha sido injusta porque el ganador tenía una ventaja sobre los demás competidores.
En la economía, luchar contra la desigualdad en ingresos es como tratar de nivelar el campo de juego para que todos los competidores tengan el mismo carro. Pero esto no resuelve el problema de que todos tienen carros viejos y lentos.
En cambio, si se concentra en luchar contra la pobreza, se puede mejorar la situación para todos los competidores, proporcionándoles carros más rápidos y modernos, y permitiendo que todos tengan una oportunidad real de ganar la carrera. Así, el enfoque en la lucha contra la pobreza es más efectivo y beneficioso para todos que el enfoque en la lucha contra la desigualdad.
Pobreza y desigualdad son temas que generan un gran interés en todo el mundo, especialmente en lo que respecta a la acción del Gobierno. Se ha establecido un consenso sobre que la reducción de la pobreza debe ser uno de los objetivos principales de las políticas públicas. Sin embargo, la falta de un acuerdo sobre qué se considera pobreza y cómo se puede medir se convierte en una limitante a la hora de implementarlas efectivamente.
Es común escuchar “hay que combatir las causas de la pobreza”. No obstante, la pobreza no tiene causas en sí misma. En su obra La acción humana: Tratado de economía (1949), Ludwig von Mises acuñó al Dogma Montaigne, que plantea que “la pobreza de los pobres es a causa de la riqueza de los ricos”. Este argumento fue ampliamente desmentido y catalogado como rebatible, aunque, en ocasiones, pareciera que ese dogma está muy presente en las sociedades latinas.
El modelo de hacer política pública contra las causas de la pobreza se puso de moda con Franklin D. Roosevelt en su discurso de principios de 1937 en el que dijo: “veo un tercio de una nación mal alojada, mal vestida, mal alimentada”. Para formular correctamente una política pública contra la pobreza, es necesario tener una referencia correcta sobre qué es pobreza.
Las políticas públicas comunes en Latinoamérica se encuentran en las transferencias estatales. La poca efectividad de estas políticas se centra en que convierten el ahorro capitalizable en consumo corriente y destruyen las tasas de capitalización futuras de las cuales dependerá la creación de riqueza.
Basta ver los impuestos existentes. Impuestos a la demanda, oferta y capital constituyen sobrecostes para consumidor y productor, quienes deben destinar mayores recursos para producir y consumir, y ese sobrecoste implica menores tasas de ahorro, que son las que permiten incrementar las tasas de capitalización.
Si buscamos solucionar la pobreza y disminuir las brechas existentes de desigualdad, debemos potenciar aquellos factores que permiten la creación efectiva de riqueza a partir de principios de respeto irrestricto a la propiedad privada y promover el ahorro, que son, ulteriormente, los que permiten el incremento de las tasas de capitalización de la sociedad en general y su bienestar.
NOTA:
La versión original de este artículo apareció por primera vez en el Diario La República (Colombia).