Solo como introducción: todos los que amamos las ideas y nos gusta debatir principios, pensamos –ingenuamente– que una vez que se comprende el principio fundamental, el resto es “pan comido”. Pero la realidad nos demuestra lo contrario, y luego de lanzar al vuelo una premisa básica, nos encontramos rodeados de una catarata de preguntas sobre casos particulares.
Por dar un ejemplo, supongamos que la premisa básica fuera: “todos los seres humanos tienen una temperatura corporal de entre 36 y 37 grados”. Las preguntas sobre casos particulares podrían ser: “¿Y la temperatura de Roger Federer, que es suizo?”, “¿Y los que viven en climas tropicales?”, “¿Y el profesor de filosofía que es tan cálido?”, “El Papa Francisco, ¿está dentro de este grupo?”.
Seguramente uno se quedaría asombrado ante estas preguntas, a tal punto de reconsiderar si Francisco I será realmente un ser humano, si los suizos serán más fríos, o si es mejor suspirar y darse por vencido. Lo más probable es que uno termine simplemente gritando: “Por favor, ¡entiendan el principio y apliquen!”.
Aparentemente mucha gente no piensa o no sabe pensar en términos de principios, y creen que el debate sobre ideas es para un impráctico grupo de filósofos –cálidos o no– reunidos en una Acrópolis imaginaria. Las conversaciones se remiten a situaciones circunstanciales en las que ningún principio ha quedado establecido de antemano.
Sostener ante ellos como premisa básica y fundamental que “El Gobierno tiene como única función hacer respetar los derechos individuales”, es prácticamente no haber dicho nada. Nada de nada.
Las respuestas obtenidas ante una declaración de esta naturaleza, son similares a las anteriores sobre la temperatura corporal. “¿Pero qué hará el Gobierno con respecto a la educación?”, “¿Y qué hará con los derechos de la población LGBTIQ+?”, “Pero, entonces, ¿podrá seguir confiscando si es por el bien común?”, “Luego, ¿a qué industrias debe proteger para no dejar tanta gente en la calle?”.
Cuando uno remite la respuesta al principio básico y a la definición de conceptos, nos encontramos con caras de hastío y un último intento por ofrecernos la chance de demostrar cierto grado de salud mental, con la siguiente pregunta: “De acuerdo, todo muy lindo, pero mejor dime: ¿qué medidas concretas tomarías si llegaras a ser Presidente?”.
Y de esa pregunta, nació esta columna.
Expuse la pregunta ante una comunidad de liberales clásicos y libertarios, algunos de los cuales demostraron serlo de pura cepa y otros no tanto. Aun así, y excepto por la intervención poco feliz de un autodenominado “kirchnerista-hitleriano-peronista-stalinista-castrista-chavista-guevarista” –una descripción un tanto redundante–, hubo respuestas muy lúcidas y centenares de propuestas que, de llevarse a cabo, serían un comienzo esperanzador para un país que, literalmente, está bajo el agua.
Aquí van las diez propuestas liberales “bien concretas” y más mencionadas que proponemos para ubicar a la Argentina entre las primeras naciones del mundo, como lo fue a finales del siglo XIX y principios del XX.
- Privatizar todas las empresas públicas, comenzando por aquellas con mayores pérdidas; y liberar los mercados.
- Eliminar todo tipo de restricción a la extracción/utilización y compra/venta de moneda nacional y monedas extranjeras.
- Eliminar aranceles a las importaciones y exportaciones.
- Eliminar gradualmente todos los planes sociales.
- Liberar el sistema educativo permitiendo a los colegios y universidades ofrecer sus propios planes de estudios.
- Eliminar el impuesto a las ganancias, y los impuestos al consumo de bienes y servicios.
- Eliminar subsidios o privilegios otorgados a empresas privadas.
- Despenalizar todo delito relacionado con la producción, distribución y consumo de drogas.
- Favorecer la libre tenencia y porte de armas.
- Eliminar legislaciones laborales, permitiendo a las partes realizar sus propios contratos.
Está más que claro que hay muchísimas más por mencionar. Y que todas ellas demandarán de un gobernante una comprensión real del principio que estará poniendo en práctica, además de una cuota interesante de valentía y honestidad.
Para algunos estas medidas parecerán radicales. Para los liberales clásicos y los libertarios seguirán siendo algunos de los muchísimos ejemplos particulares que podrían ser reducidos a una simple premisa básica: Todo ser humano tiene derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Quiero agradecer a todos los que se sumaron a este ejercicio de “las diez (10) propuestas liberales” por su tiempo, sus aportes y, sobre todo, por sus ganas de ser parte de un cambio.