El periodismo ha muerto. El cuarto poder ya no opera como control efectivo de abusos políticos y económicos porque el sistema remunera atención, clics y rumores, mas no la evidencia ni los hechos. En este artículo les explico por qué el like desplazó la verificación, cómo el rumor escala mejor que la prueba, qué ocurre en Venezuela con los periodistas vendidos al poder político, y qué contratos, métricas y protocolos permiten reconstruir incentivos para volver a exponer abusos con documentación verificable y un periodismo serio.
En el ecosistema dominante de medios, el “cuarto poder” –capacidad de reducir incertidumbre con información verificable y controlar a poderes políticos y económicos mediante la exposición de abusos y delitos– ha perdido operatividad. Lo ha sustituido una dinámica que remunera atención por encima de evidencia. Proliferan actores que optimizan clics y tiempo de pantalla con titulares de alta reactividad, lives en picos de rumor y promesas de inminencias que rara vez se documentan. Dispongámonos entonces a ordenar evidencia comparada (para Europa e Iberoamérica), revisar el caso venezolano de censura y coordinación, y plantear una salida por incentivos: contratos, métricas y protocolos que vuelvan rentable verificar y costoso errar.
¿QUÉ HACÍA EL CUARTO PODER Y POR QUÉ HOY NO LO HACE?
La función “histórica” consistía en verificar antes de publicar, delimitar lo conocido de lo especulativo, corregir con trazabilidad, separar hechos de opinión y resistir presiones. Ese método, aplicado de forma consistente, permitía exponer abusos y delitos en los ámbitos político y económico (malversación, conflictos de interés, cartelización), con consecuencias reputacionales y judiciales. La literatura normativa (Kovach & Rosenstiel, 2003/2012) fijó estándares operativos; la tradición crítica recordó que los medios nunca estuvieron fuera de tramas político-comerciales. La diferencia actual no es retórica: es de incentivos.
Si la retribución de una pieza depende del volumen de atención y no de su densidad probatoria, el incentivo dominante se desplaza del control a la provocación de reacción. En ese marco, el “cuarto poder” deja de describir la práctica. Dicho diagnóstico explica por qué el periodismo ha muerto como cuarto poder operativo.
EL RÉGIMEN DEL CLIC y EL FIN DE LA VERIFICACIÓN
Establecer que el periodismo ha muerto no es un recurso retórico: es la constatación de que el oficio se prostituyó en la lógica del espectáculo. El clickbait no es un error aislado ni un exceso: es la norma. El titular dejó de ser un resumen fiel de los hechos y se convirtió en un anzuelo emocional. No busca informar, busca provocar reacciones inmediatas: miedo, esperanza, indignación.
El periodismo que alguna vez se proclamó como “cuarto poder” hoy vive de la repetición compulsiva de breaking news sin documentos, sin contexto y sin seguimiento. Los periodistas dejaron de ser fiscalizadores del poder político y económico para convertirse en operadores emocionales, competidores en la feria de la ansiedad digital.
Lo que se premia no es la verdad incómoda, sino la mentira atractiva. Lo que se castiga no es el rumor irresponsable, sino la cautela meticulosa. Bajo estas reglas, el periodismo murió, y en su lugar prospera una maquinaria que vende emociones disfrazadas de noticias.
POR QUÉ EL RUMOR DERROTA A LA VERDAD
La verdad es lenta, difícil y exige pruebas. El rumor, en cambio, es veloz, barato y rentable. No sorprende que en política las falsedades viajen más rápido y lleguen más lejos que cualquier investigación seria. Bots, cuentas automatizadas y medios alineados al poder amplifican contenidos de baja credibilidad en las primeras horas para que luego los usuarios reales los multipliquen.
Lo decisivo no es la precisión, sino la carga emocional del mensaje. Una mentira envuelta en indignación se comparte más que un informe respaldado con fuentes y documentos comprobables. Un rumor adornado con esperanza moviliza más que una investigación sólida. Esa es la lógica que explotan los traficantes de esperanzas: venden primicias sin pruebas, anuncian giros que nunca ocurren y manipulan audiencias desesperadas para capitalizar su frustración.
En este ecosistema, el periodismo murió porque decidió adaptarse al rumor en lugar de resistirlo.
VENEZUELA: EL PERIODISMO COMO CÓMPLICE DEL PODER
En Venezuela, esta dinámica global se combina con la censura estructural del régimen: bloqueos selectivos de medios, cierre de más de 400 outlets en dos décadas, campañas coordinadas en redes para saturar etiquetas con propaganda, y demás.
Pero la tragedia no es solo la censura impuesta desde arriba: es la colaboración activa de periodistas y medios que eligieron someterse. Muchos ya no investigan ni documentan: amplifican rumores, hacen lives monetizados ante cada ola de ansiedad y legitiman narrativas oficiales con titulares complacientes. Se han convertido en traficantes de expectativas al servicio de un sistema político que necesita mantener a la sociedad atrapada en la ilusión de que “algo está por pasar”.
Por eso, hablar del “cuarto poder” en Venezuela es anacrónico. Ese poder murió porque quienes debían ejercerlo prefirieron ser cómplices antes que fiscalizadores.
SALIDA: TERMINAR CON EL NEGOCIO DE LA EMOCIÓN
La solución no se encuentra en proclamas ni en códigos éticos vacíos. Si queremos reconstruir algo parecido al periodismo, hay que romper con el negocio de la emoción barata:
Exigir trazabilidad
Titulares claros, fuentes identificables y cambios registrados públicamente.
Exponer a los operadores emocionales
Señalar a quienes disfrazan rumores de noticias y venden expectativas como información.
Recuperar la evidencia como criterio
No dar espacio a piezas que no aporten pruebas ni documentos verificables.
Romper el vínculo con el poder político
Mientras los periodistas dependan de la financiación directa o indirecta del Estado, serán propagandistas, no comunicadores.
El periodismo resucitará solo cuando el costo de mentir y manipular sea mayor que el beneficio de traficar esperanzas.
CONCLUSIÓN
El cuarto poder no murió en abstracto: lo mataron quienes prefirieron convertirse en cómplices del poder político, en bufones del amarillismo y en traficantes de expectativas. Mientras la noticia se reduzca a titulares histéricos diseñados para generar likes, lo que tendremos no será periodismo, sino propaganda emocional con fines de control social.
En Venezuela, donde el poder se mezcla con la censura técnica y la complicidad mediática, el periodismo ha muerto de manera oficial. Lo que queda son operadores del clic, mercaderes de ansiedad y voceros emocionales del régimen.
REFERENCIAS
Kovach (Autor), B. & Rosenstiel, T. (2012). Los elementos del periodismo. Penguin Random House, Grupo Editorial España. (Obra original publicada en 2003).