El LIBERALISMO puede considerarse una forma de pensamiento en la que la persona y su libertad ocupan el lugar central. Aunque suele presentarse, habitualmente, como un conjunto de ideas contemporáneas, a menudo asociado con los derechos individuales y la economía de mercado, sus raíces son muy anteriores. Durante la EDAD MEDIA, pensadores y teólogos reflexionaron sobre la propiedad, la justicia y los deberes hacia los demás.
Con todo, no era un pensamiento ajeno a su entorno histórico. Cabe, sin embargo, analizar la evolución del liberalismo desde su formulación moderna hasta sus primeras teorías: un proceso que no nació de la nada, sino que se gestó en una serie de debates en los que se plantearon cuestiones como: ¿qué significa vivir?, ¿cómo integrar la vida en las relaciones con los otros? y ¿cuál debía ser el papel de la autoridad? El PENSAMIENTO MEDIEVAL, pese a su carácter religioso, dio cabida a profundas reflexiones sobre los modos de vida en común que luego resultarían muy influyentes en el liberalismo.
NOTA:
Este es el noveno capítulo de una serie de artículos que tratan sobre las diferentes etapas que ha vivido el liberalismo, desde sus cimientes hasta nuestros días. Para poder comprenderla mejor, es recomendable leer los ocho anteriores:
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¿DE DÓNDE VIENE LA PROPIEDAD PRIVADA?
En el mundo medieval se creía, de cierta forma, que los bienes del mundo podían ser de todos; pero, poco a poco, las personas empezaron a apropiarse de ellos, yendo a buscar lo que necesitaban y trabajando la tierra –o lo que hubiera– para salir adelante. De ahí surgió que uno puede tener algo como propio si se lo ha apropiado de una manera que tiene sentido.
No obstante, no se entendía la apropiación como un derecho absoluto. Los pensadores decían que, si alguien tenía más de lo que necesitaba y otro no tenía nada, existía una obligación moral, una idea de justicia que indicaba que había que remediarlo. Tener bienes suponía reconocer la legitimidad de apropiarse de lo necesario y de los medios de vida, aunque también entrañaba un compromiso: ayudarse a sí mismo y ayudar a otros.
PROPIEDAD Y DEBER: DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA
Una de las principales líneas del PENSAMIENTO MEDIEVAL es que, si hay propiedad, esta viene acompañada de un deber. Es decir, si hay tierras, herramientas o dinero, quien las utiliza no puede servirse de ellas de cualquier forma. Su uso debe pensarse desde el bien común: de qué manera afecta a la comunidad y a quienes la rodean.
El hecho de tener algo no solo era un privilegio, sino que implicaba una tarea. Tal idea terminó por configurar una visión social en la que cada uno puede vivir y prosperar sin olvidarse del otro. Esto mismo fue recogido más tarde por algunos pensadores liberales que asimismo hablaban de derechos –sí–, pero de derechos que llevan consigo la carga de la responsabilidad.
EL PAPEL DE LA IGLESIA CATÓLICA & DE LOS PENSADORES CRISTIANOS
En la Edad Media, la Iglesia que hoy consideramos católica llegó a tener un poder muy grande, no solo religioso, sino también político e intelectual. Muchos de sus pensadores y teólogos, como Tomás de Aquino, se hicieron la misma pregunta: ¿cómo debería organizarse la sociedad en torno a la búsqueda del bien común y del orden justo? La respuesta no fue rechazar la propiedad privada, sino darle una orientación moral.
Para ellos, los bienes eran legítimos en la medida en que su consumo fuera moderado y justo. En realidad, lo importante no era cuánto se poseía, sino para qué se usaban los bienes. Así, una de las ideas fundamentales planteadas por los teólogos medievales fue que economía y moral eran inseparables y que quienes tenían más bienes debían contribuir más al bienestar común.
PARTICIPACIÓN & DEBER CÍVICO
Es verdad que la democracia, como la entendemos hoy, no existía; mas eso no significa que no pudiera hablarse de participación política en la Edad Media. Por el contrario, hubo experiencias satisfactorias en las que, en algunas localidades, se contaba con el acuerdo de comerciantes, del pueblo o de los nobles antes de tomar decisiones. Es decir, existía el principio del bien común, el cual afianzaba la idea de que las leyes y decisiones debían ser para el beneficio de todos los participantes.
En otro plano, ser ciudadano no es solo una etiqueta: es un compromiso. Quien forma parte de la comunidad tiene la obligación de ayudarla, defenderla y cuidar del más débil. Algo que, asimismo, se manifiesta en el liberalismo al promover no solo derechos, sino también obligaciones y la participación en la vida pública.
ECONOMÍA CON ALMA: EL VALOR DEL TRABAJO & DEL COMERCIO JUSTO
En el pensamiento medieval, el trabajo y el comercio se reconocían como necesarios y valiosos, pero debían hacerse con justicia. Se consideraba justo cobrar por un producto o un servicio, sin abusar del otro. El fin no debía ser solo enriquecerse, sino vivir bien y en paz con los demás. De ahí nació la idea del “precio justo”: la cantidad a cobrar debía ser suficiente para cubrir el costo, el esfuerzo y un pequeño margen, sin llegar a explotar a nadie.
Dicha visión del trabajo y el comercio dio lugar a una economía con sentido ético, en la que el mercado no se consideraba un fin en sí mismo, sino un medio al servicio de la gente.
EPÍLOGO: LAS SEMILLAS DEL LIBERALISMO MODERNO
Muchos de los ideales que hoy consideramos parte del liberalismo –por ejemplo, la defensa de la propiedad o la dignidad humana, y los límites al poder– ya se discutían desde la Edad Media.
Los pensadores de esa época ya distinguían entre lo religioso, lo político y lo económico, sentando las bases para una sociedad más libre.
Pese a que el liberalismo, como tal, se produjo siglos más tarde, no habría sido posible sin estos debates previos. El pensamiento que perdura en el tiempo nos recuerda que la libertad no es solo hacer lo que uno quiere, sino vivir con responsabilidad, respeto y compromiso con los demás.