Cuando somos niños se nos enseñan dos cosas muy básicas: 1) A leer y escribir, y 2) A sumar y restar. Conforme vamos creciendo, aprendemos operaciones cada vez más complejas. Así, desarrollamos nuestro potencial cada vez mas alto en el tiempo.
Lastimosamente, vivimos en una era de infantilización de la población adulta del mundo occidental, a lo que el politólogo Agustín Laje llama la generación idiota. Una de las características de la infantilización en adultos; es que no terminan de aprender operaciones complejas, y se genera una limitación rotunda para entender el mundo circundante.
JUEGOS SUMA CERO
Para estas personas tan básicas, una operación de creación de valor agregado –como es el comercio– es un juegos donde lo que gana uno, lo pierde el otro. Esos se llaman juegos suma cero. Un desatino intelectual muy grande, ya que lo que entrega una persona a otra es menos valiosa para la primera que para la segunda. Si fuera así, no se efectuaría ninguna negociación.
El mercado es el lugar –físico o no– donde se hacen estos interminables intercambios, y desde hace 200 años, empezando con el genial Adam Smith y su Riqueza de las naciones, David Ricardo y su teoría de las ventajas comparativas, y en adelante una gigante bibliografía; han demostrado que la apertura del comercio es el motor de enriquecimiento de una sociedad.
EL FANTASMA DEL MERCANTILISMO
Esta visión limitada de idiotas –dentro y fuera del gobierno–, y su mitificación sobre los juegos suma cero y la sobre-simplificación del pensamiento económico, llega a niveles delirantes cuando se trata de comercio internacional. Empezamos a ver frases rimbombantes y casi de un estilo rococó como las siguientes: “desigualdad en la reciprocidad de las naciones”, “colonización de países periféricos”, “sustitución de importaciones” y muchas más, que lo único que hacen es evidenciar la necesidad de proteger la industria nacional, bajo el pretexto de que el comerciar con las grandes potencias internacionales acabaría con el incipiente empresariado local al inundar de bienes a “precios excesivamente baratos”.
El Leitmotiv de la política comercial de los países se convierte en que “las exportaciones tienen que ser mayores que las importaciones a toda costa”, léase a través de aranceles y tarifas, siendo esto mismo el mercantilismo en vivo y directo. Hay muchos políticos emblemáticos en Colombia que promueven lo dicho, y el más representativo es el inefable señor Jorge Robledo con su desatinado panfleto El TLC recoloniza a Colombia.
LOS CAMALEONES Y LOS TLC
Desde siempre han existido seres reptiles, mucho mas en política, de características camaleónicas primordialmente. Es decir, que se disfrazan según las modas del momento. Por ejemplo, en Latinoamérica se han tenido modas socialistas y modas liberales, como lo fue en el caso de la década de los 90’s del siglo pasado, en donde se gozó de una moda hacia el libre mercado, la cual fue una máscara para imponer controles mas sutiles sobre la economía.
Con una terminología “liberal” se van imponiendo controles sobre el sistema económico. Uno de los instrumentos de este estilo, son los famosos Tratados de Libre Comercio, mejor conocidos como TLC, los cuales son convenios entre gobiernos – y no entre ciudadanos ¡Ojo con esto! – para hacer reducciones arancelarias impuestas por una burocracia unida a un sector de empresaurios –empresarios con prebendas del Estado–, y que son los que deciden quienes entran y quienes no a estas negociaciones. Existen múltiples TLC tales como el NAFTA, el G3, MERCOSUR, la UE y muchos más.
EL MEJOR TLC ES EL QUE NO EXISTE
El gran economista Murray Rothbard en un grito de rebeldía –con justa causa–; diría la frase título de esta parte (más información AQUÍ), para indicar que el verdadero libre comercio nace de abajo hacia arriba y no al revés, donde los empresaurios junto con los políticos de turno imponen restricciones, además de definir los beneficiarios de estos contratos. Rothbard nos indica que ninguna persona debería negociar con cualquier otra en otra parte, con permiso del Estado. Es una verdadera burla al libre comercio.
En la próxima entrega vamos a mostrar una radiografía cómo los lobbies profesionales de empresaurios se alían con el Estado para poder finiquitar la competencia en nombre del “libre mercado”. El mayor ejemplo que veremos será a través del estudio del lobby de productores de leche de los Estados Unidos –donde haya TLC de este país, siempre dicho sector será un beneficiario de estos–. A la final, tanto tiros (anti-TLC) como troyanos (pro-TLC), están mas perdidos que unos pingüinos en el Sahara.