¿QUÉ ES LA TEORÍA QUEER Y POR QUÉ DEBE PONERSE EN CUESTIÓN SU CONCEPCIÓN DE LO HUMANO?

Sobre la teoría queer han corrido mares de tinta en los últimos 30 años en muchas academias en Occidente. Se trata de una propuesta teórico-conceptual atípica dentro de las disciplinas comúnmente estudiadas, pues se ha presentado como una aparentemente novedosa que, sin embargo, emerge a partir de reelaboraciones de las corrientes posestructuralistas y de la filosofía del lenguaje, tan en boga durante los años 60’s, 70’s y 80’s. Surge a partir de los nuevos estudios sobre la sexualidad, donde destacan autores como el francés Michel Foucault.

Llama la atención que hoy se hable y debata tanto de la teoría queer desde sectores académicos y políticos progresistas pues, como se verá, el análisis teórico de la realidad y la propuesta práctico-política que propone la teoría queer apela, en últimas, a la necesidad de que haya movilización social y política de colectivos de minorías históricamente alienadas y marginadas que constituyen toda una polifonía de voces que plantean la construcción de realidades alternativas. Es verdad, pero que en la actualidad, también han abandonado en muchos casos el uso de la razón comunicativa, lo que ha generado a su vez conflictos y dificultades en la resolución de problemas comunes cada vez más acuciantes en el seno de las sociedades democráticas.

En este artículo que he dividido en tres partes; me propongo explorar y criticar la teoría queer. En la primera parte me refiero lo que se ha entendido por teoría queer, su campo de estudio y sus propósitos. En la segunda parte, abordo a quien sería una de sus mayores exponentes, la filósofa californiana Judith Butler, quien planteó una manera particular de entender la identidades de género que acabó teniendo unas implicaciones políticas claramente observables. Al final, termino con un esbozo de una crítica no acabada a los planteamientos de esta teoría; y así brindarle al lector algunos elementos reflexivos y de análisis que contribuyan al debate sobre su aplicación problemática a la realidad cambiante. Entiendo que algunos no estén nada familiarizados con lo siguiente que voy a escribir, así que los invito a profundizar más sobre este tema.

LA TEORÍA QUEER: GENERALIDADES DE BASE

La teoría queer puede definirse como conjunto de elaboraciones teórico-conceptuales propias de las disidencias sexuales y de las identidades que han sido estigmatizadas en la historia y que, a través de la resignificación de los insultos y discriminaciones que han padecido, consiguen reafirmar que la opción sexual distinta es un derecho humano. La teoría queer se refiere entonces a lo que pueden denominarse sexualidades limítrofes o periféricas, que serían todas aquellas que se alejan del círculo imaginario de la sexualidad «normal» y que ejercen su derecho a proclamar su existencia. De esta manera, temas como «dejar ser», el «derecho al amor» y los roles sociales son puntos claves, pues la teoría intenta explicar las causas y consecuencias de un sistema social basado en la separación de las personas y no en lo que las hace comunes.

El énfasis en las «sexualidades limítrofes» es crucial, pues éstas romperían la frontera de la sexualidad aceptada socialmente que se identifican con la heterosexualidad (de acá surgieran conceptos a los que hoy estamos acostumbrados como el de heteronormatividad, para hacer referencia a que vivimos en un «régimen que impone la heterosexualidad como norma»).

Así, ser diferente se toma como una categoría de análisis para denunciar los abusos que se presentan desde la misma ciencia, ya que los textos científicos han sido por lo general elaborados por personas de género masculino, de raza blanca, de preferencia heterosexual, de clase media y de religión cristiana. Es de esta manera que se plantea una resistencia a los valores que han sido considerados como tradicionales.

En sintonía con lo anterior, la teoría queer intenta dar voz a las identidades que habrían sido acalladas por el androcentrismo, la homofobia, el racismo, la misoginia y el clasismo de la ciencia, donde la transgresión –de esas tradiciones– muchas veces acarrea el rechazo social, la discriminación y estigma; volver la injuria un orgullo (el orgullo que manifiesta la comunidad LGBTIQ+). Es por esto por lo que la teoría queer nace a partir de una identidad deteriorada, en la que se incorpora a la ciencia a aquellas personas –presuntamente– discriminadas.

La palabra inglesa queer tiene varias acepciones. Como sustantivo significa maricónhomosexual o gay; y se ha utilizado de forma peyorativa en relación con la sexualidad, designando la falta de decoro y la anormalidad de las orientaciones lesbianas y homosexuales. Como adjetivo significa «raro», «torcido» o «extraño» (traducir esto al castellano es complicado, sin embargo se ha traducido como «teoría torcida», «teoría marica», «teoría rosa» o «teoría transgresora»). Esto adquiere sentido cuando el verbo transitivo queer expresa el concepto de «desestabilizar», «perturbar» o «jorobar». Por tanto, de esto se deriva que las prácticas queer se apoyen en la noción de desestabilizar normas que están aparentemente fijas.

De esta manera, el vocablo queer no existiría sin su contraparte straight, que significa «derecho» o «recto». Lo queer entonces reflejaría por ejemplo la naturaleza subversiva y transgresora de una mujer que se desprende de la costumbre de una manera de feminidad; de una mujer masculina; de un hombre afeminado o con una sensibilidad contraria a la tipología dominante; de una persona vestida con ropa del género opuesto, entre otros.

Como se verá con Butler, las prácticas de lo queer serían una transgresión a la heterosexualidad institucionalizada que constriñe los deseos que intentan escapar de su norma, y una manera de ser/estar y conocer el mundo.

LA IDENTIDAD PERFORMATIVA DE JUDITH BUTLER

Dentro de los teóricos más destacados de lo queer se encuentra la filósofa Judith Butler. Para Butler la identidad es sobre todo representativa e imitativa, y los roles de género no son más que una representación teatral donde cada sexo asume los papeles creados con anterioridad, imitándolos y reproduciéndolos continuamente.

Esta visión particular de concebir el género viene de su libro más conocido y comentado: El género en disputa (1990), que además de ser iniciático de la teoría queer, hoy su influencia es visible en las academias cuando se discuten temas de género, y ha llegado incluso a ser parte de las agendas públicas y legislativas de los Estados que han empezado a legislar cuestiones relativas al género. De acá se desprende que el debate y en los postulado de la teoría queer, el género se entienda una «construcción social» no conectada directamente con el sexo biológico de la persona, y por tanto, como algo que puede ser modificado de manera deliberada en la interacción social. De ahí que en su obra entiende como que en realidad el sexo siempre fue género.

Lo relevante de esta perspectiva particular son sus saltos lógicos y sus conclusiones no menos sobredimensionadas como se verá en la tercera parte. Por ello, conviene profundizar en la manera que cree Butler se manifiesta el género.

El género es la identificación subjetiva con unas formas de ser/estar que serían en todo caso arbitrarias y que se materializarían en un modo ser/hacer concreto con el cuerpo, sus relaciones y sus placeres, como si de una ilusión personal dentro de otra ilusión se tratara. Es por esto por lo que el carácter imitativo del género está definido por lo que Butler llama performance o performatividad, es decir, la repetición que imitaría constantemente la ilusión personal –que produce significaciones– pero de forma corporalizada –el género como significación del cuerpo sexuado–. Así, por ejemplo, se tendrían los comportamientos amanerados de algunos homosexuales, o los masculinizados en algunas mujeres –la marimacho o machorra–, pues estos revelarían una estructura imitativa del propio género.

Siguiendo con los derivados de esta perspectiva, si me identifico como homosexual o lesbiana, lo soy de manera totalizada y completa. Esto significa que mientras exista esta categoría puedo afirmarme, instituirme, circular y recrearme así. Sin embargo, la performatividad del género no se trata de una actuación como tal ni de un yo que interpretaría su homosexualidad o lesbianismo, sino de una serie de secuencias conductuales arraigadas en lo psíquico a través de la representación de un «yo» homosexual o lesbiana; el travestismo no sería tampoco imitativa que asume cualquier género, sino una imitación de un género auténtico. Así, el carácter imitativo de la performatividad de género es cambiante y maleable, lo cual quiere decir que sobre la realidad no habría un género “masculino” propio de los varones ni uno “femenino” que pertenece a las mujeres. Esto, como se verá más adelante en la crítica; posee limitaciones.

Ahora bien, de lo anterior se desprende que desde esta perspectiva claramente constructivista, cualquier categoría de identidad tienda a controlar el erotismo en la medida que acaban siendo instrumentos de regímenes normativos y reguladores, sobre todo para las periferias o disidencia sexuales, pero también para la categoría de heterosexual –pero en mucha menor medida, pues, como ya mencioné, viviríamos en un régimen de “heteronormatividad”–. En ese sentido, si dichas categorías pueden ser usadas para la dominación y la manipulación de los cuerpos y sus identidades, el llamado es entonces a romper con las etiquetas y sus presuntos márgenes estrechos para que el sujeto se libere, incluso de sí mismo si es necesario.

El género sería, en consecuencia, un sistema coactivo que se apropia de la significación cultural de los sexos. La heterosexualidad se asume como repetición obligada de las entidades «fantasma» “hombre” y “mujer” que se presentan como fundamentos normativos de lo real. Se establecería lo obligatorio bajo pena de sanción.

Considerando lo que he venido mostrando, resulta que quizá lo más relevante hoy de esta concepción del género es que no es neutral ni desinteresada. Antes bien, tiene como leitmotiv el compromiso político –algún lector habrá escuchado en más de una oportunidad eso de que «lo personal es político»– que plantea una resistencia a una opresión sistemática sobre las disidencias sexuales, que el sistema no comprendería ni toleraría, marginándolas y despreciándolas.

Así, pues, es por esto que los estudios de género hoy han sido emparentados con la teoría queer, pues ambos discuten las identidades –mujeres en el primer caso; y gais, lesbianas, trans, ‘no-binaries’, entre otras, en el segundo– en las que los colectivos de mujeres feministas y LGBTIQ+ se presentan en las esfera pública con el fin de hacer posible nuevos procesos de identificación y de diferenciación en torno a la sexualidad, recreando y reformulando sus experiencias vitales, exigiendo participación política, educación para sensibilizar a la población sobre sus situaciones de vida, y que se legisle asimismo en favor de la preservación de sus derechos como ciudadanos plenos.

Y uno se pregunta ¿Quién podría estar en contra de que ciertas poblaciones marginadas históricamente reivindiquen sus formas de vida y quieran consolidar plenamente sus derechos? A primera vista, muy pocos. No obstante, la comprensión, el entendimiento y la tolerancia no significan aceptación acrítica de lo nuevo por el hecho de ser nuevo; significa, por el contrario, escuchar, investigar y debatir. El debate sobre el género suscita la revisión de sus mismos planteamientos filosóficos y una crítica al respecto, y ese es mi propósito en el siguiente apartado.

BREVE CRÍTICA A LA CONCEPCIÓN DEL GÉNERO Y LO HUMANO DE LA TEORÍA QUEER

Bien, hasta acá he intentado hacer un bosquejo sobre lo que puede entenderse por algo llamado ‘teoría queer’ y su concepción particular de lo humano que problematiza el género. Siendo esto así, de la teoría queer se desprende que:

  • El deseo produce realidad del sujeto; el deseo es cambiante.
  • La diferencia sexual no existiría porque el cuerpo es una creación semiótica-simbólica.
  • Hay una oposición al binarismo del género que establece categorías rígidas.
  • Plantea una agenta política de cambio social a través de una “identidad estratégica de lucha” o “identidad sentida”.

Si uno parte de la base de que el deseo produce nuestra realidad, entiende también que el deseo es cambiante; así, con una voluntad deseante que es dinámica, la conclusión lógica y práctica es que uno es aquello que libremente ha escogido, es decir, uno puede ser lo que autopercibe ser para cada momento determinado. Esto tiene unas consecuencias importantes porque, adoptada esta concepción, entonces, se estaría entendiendo que lo real/externo se debería a los deseos particulares –esto sería una suerte de trashumancia, o un migración de género»–. Esto, como es evidente, chocaría directamente con la manera en que conocemos y entendemos el mundo, pues lo real no se presenta ante nosotros a nuestra imagen y semejanza, sino que obra con independencia de nuestros (pre)juicios.

Claramente, esto estaría ligado también a aquella idea de que la diferencia sexual no existe porque el cuerpo es una creación imaginaria-simbólica –esa ilusión dentro de otra ilusión–, lo que lleva a que pueda decirse que esta teoría, de manera un tanto paradójica, se erige como otro esencialismo que sustituye el esencialismo biológico reemplazándolo por el constructivismo sociosexual, que parte a su vez de la idea –que es afirmada a manera de verdad apodíctica, además– de que nacer con un sexo determinado no es un dato de la naturaleza, sino que sería un tanto una relación de poder y dominación como una construcción de un entorno sociocultural que mantiene parámetros de que es normal y anormal para excluir, oprimir, marginalizar y silenciar sistemáticamente a las disidencias sexuales. Y pese a que nuestras culturas democráticas y cada vez más abiertas y conectadas, toleran y revindican las distintas formas de expresar la sexualidad, siguen persistiendo formas en las que se excluye, censura o denota estas expresiones. Legalmente no vivimos en ningún «régimen de ‘heteronormatividad’» en la medida de que sus opuestos –la homosexualidad, el lesbianismo o la transexualidad– no están prohibidos expresamente. Por tanto, para que vivamos en este tipo de régimen, estos opuestos deberían estar por fuera del rango de sujetos morales de derechos que hoy, de manera cada vez más acelerada e incluso concediéndoles privilegios –«reasignaciones de sexo» y hormonas pagadas con el erario, por ejemplo–, gozan en gran parte de las sociedades occidentales que, dicho sea de paso, ideológica y filosóficamente, desde sus trincheras, tanto critican.

En la misma línea, existe una oposición clara al binarismo de género y a la distinción de categorías cerradas y monolíticas –«el hombre» o «la mujer»; o «lo homosexual»– que de éste emergen (a diferencia del feminismo, la teoría queer no pretende abolir el sistema de género, sino más bien intenta volverlo más «laxo» rompiendo con las etiquetas). No obstante, el sistema de género, entendido como todas las significaciones culturales que se le dan al cuerpo sexuado y sus relaciones, no puede desaparecer; otra cosas es que dichos significados puedan variar y ser modificados socioculturalmente y, sin embargo, no se puede olvidar que para esta perspectiva fundamentalmente constructivista, estas significaciones (las clasificaciones del género) estarían desligadas de la realidad neuroendocrina y biológica de base que objetivamente nos conforma, por lo que al final, en su pretensión última de superar el binarismo genérico, la consecuencia última sería un género único y no la anhelada y enaltecida diversidad.

La teoría queer surge en un contexto posmoderno donde los planteamientos filosóficos cambian (no voy a entrar a profundizar); hay un rompimiento definitivo en la pretensión de hacer un acercamiento más preciso a la verdad y por tanto se cae fácilmente en relativismo, tanto epistemológico como moral. Esto tiene todo el sentido cuando, recordando la introducción de este escrito, menciono que la teoría tiene su origen principalmente a partir de las corrientes posestructuralistas de corte francés y la filosofía del lenguaje.

Y entonces viene algo muy interesante: ¿Qué es el sujeto? El sujeto en la posmodernidad ya no es el individuo –«El hombre ha muerto», como escribía Foucault–, sino que éste es una suerte de estructura lingüística en constante formación que es susceptible de auto-interpretación (Butler). Esto resulta determinante, porque, en consecuencia, como ya no existe más el sujeto global al cual remitirse si se está en constante formación y transformación interpretativa y enunciativa, entonces no es posible elaborar una teoría política sólida y coherente que permite la movilización y la acción coordinada.

Así pues, se posicionan como una categoría ontológico-pragmática tanto la subjetividad y la sexualidad, cuya mejor expresión hoy es que todo lo político acaba volviéndose lo personal-identitario. Esto lleva a que lo que a mí me pasa, con eso voy a hacer política, cuando precisamente para negociar algo en política hay que poner ese algo en consideración de todos y, justamente, despersonalizarlo.

Al final, se llega a la conclusión de que única garantía y fuente de conocimiento contrastable es el propio yo (solipsismo idealista) cambiante y caprichoso. El deseo se convierte en derecho [a]; cada cual descubre, pues, que su yo es la única Ley (hay tantos géneros como personas), por lo que se vuelve una empresa fútil y un sinsentido determinar qué tipo de relación construye ese “yo” con otros “yoes”, e imposible, por tanto, dirimir lo justo de lo injusto.

Y uno se pregunta hoy, ¿Es transgresor esta teoría con su respectivo activismo? ¿Es liberador? Pues… Lo cierto es que muchos de sus representantes son dogmáticos; pretenden callar toda crítica, destruyen libros, atacan espacios de mujeres, creen que un niño que no se conforma con lo que la sociedad quiere de él es «transgénero» ipso facto; les disgusta que a las mujeres se les diga mujeres (prefieren que se les llame «personas menstruantes»); consideran anatema también decir que una mujer transexual «nació niño» o siquiera preguntar en qué consiste según ellos ser mujer o sentirse mujer. Lo más preocupante: al sostener, otra vez de manera paradójica, que el género es algo así como una esencia socialmente construida en las psiques de las personas, les acaban diciendo a niños y adolescentes, que el problema es su propio cuerpo. Es su cuerpo lo que tiene que cambiar y «corregirse».

El constructivismo social de género tiene implicaciones antropológicas determinantes para el futuro de lo humano. Entre muchas otras, daría pie a validar sin criterios éticos sólidos y objetivos; las intervenciones de la técnica en la naturaleza humana, pues no es coincidencia que transhumanismo y transgenerismo o transexualidad compartan el mismo prefijo. La eterna lucha del ser humano por someter la naturaleza.

Nota

Este articulo fue escrito por David Santa: Antropólogo y psicólogo en formación. De tendencia liberal/libertaria y humanista. Comprometido de manera desinteresada con la verdad y el conocimiento. 

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