Tuve un sueño, definitivamente no un sueño esperanzador como el del Rev. Martin Luther King, tampoco una historia inspiradora que renueve la fe en la bondad humana como la de la película protagonizada por Sandra Bullock y basada en la historia de Michael Oher.
En mi sueño –o más bien una pesadilla– me encontré de pronto a la mitad de una fila larguísima de colombianos esperando algo. Las personas delante y atrás no estaban contentas, sino que por el contrario, tenían sus rostros cabizbajos y como humillados. Un general chino estaba a unos cuantos metros de mí: manos atrás, rostro grave y aire de señorío; impartía órdenes a sus oficiales y soldados chinos que corrían de un lado a otro, comunicándose con ciertas personas de la fila, preguntando, apartando a algunos para ser acompañados por otros soldados fuera de la vista de todos. El alto mando vestía un impecable uniforme verde cargado de insignias, y su quepis estaba adornado con cintas dorado y rojo que tenía en el centro una estrella roja rodeada por una figura dorada que no supe qué era; comandaba con órdenes ininteligibles para mí a sus hombres, que a su vez organizaban a los colombianos de la fila. Aparentemente, en mi pesadilla, los de la fila no teníamos más opción que seguir las órdenes de los inflexibles oficiales. Ni siquiera se me ocurrió pensar para qué era esa fila, tampoco me importó saberlo; mi reacción fue salir de ella y tratar de buscar alguien conocido: mi esposa, mis hijos, mis padres. Un soldado chino trató de tomarme por el brazo pero lo eludí preguntando al alto oficial dónde estaba mi familia. Como la mayoría de los sueños, este tampoco parecía tener ningún sentido, así que aquí el lector entenderá, que lo que viene puede sonar ridículo: luego de que el alto oficial recibiera impávido mi reclamo, movió su brazo ordenando a uno de los varios soldados que ya me rodeaban que ¡me enviara a sacar las copias de ciertos documentos! uno de los uniformados me entrega un manojo de papeles y me señala dónde tenía que ir y lo que tenía que hacer. Lo miré sin salir de mi asombro y sólo vi esa mirada plana típica de los amarillos, sin inmutar un músculo de su rostro. Entendí entonces que no iban a tolerar una actitud desobediente y que mi mejor opción por el momento era hacer lo que me ordenaban, tal vez después encontraría la forma de librarme a mí y a mi familia del nuevo capataz y sus esbirros. Estimé que si no obedecía de momento, corría el riesgo de ser puesto “en cuarentena”.
Desperté pensando en el sueño –no es muy usual recordar un sueño, pero este estaba claro al detalle–. Sin poder dormir me pregunté qué podría haber disparado en mi subconsciente semejante disparate; y a mi mente llegaron imágenes de Joe Biden, de las calles vacías de las principales ciudades del mundo, y de gente normal y sana expresando el miedo interior en las máscaras, caretas y uniformes de emergencia sanitaria que visten. ¿Acaso todo lo sucedido en 2020, sumado a los eventos de las últimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos no es más increíble y ridículo que mi disparatado sueño?
INERCIA EMOCIONAL COLECTIVA
Ante cambios bruscos en el sistema de las cosas, la gente tiende a actuar con lo que he llamado inercia emocional colectiva. Esta inercia emocional se diferencia del concepto físico de inercia en que es mucho más persistente. Cuando el equilibrio de las fuerzas que actúan sobre un cuerpo se alteran, se produce una aceleración y probablemente un cambio de dirección –esto es, que estas fuerzas han vencido la inercia–; En el caso de las emociones humanas, la mente del individuo tiende también a resistirse al cambio, y se diría que se aferra de forma irracional a la premisa del “equilibrio” previo a la cual estaba acostumbrada, conducta que se ve reforzada al observar que otros reaccionan igual. En el caso actual, aún cuando las fuerzas externas demandan racionalmente que es necesario, es más, es imperativo un cambio radical de actitud para evitar un desastre inminente, la gente se rehúsa contra toda lógica a aceptarlo y actuar en consecuencia.
Los judíos pre-WWII (Segunda Guerra Mundial) tuvieron por lo menos siete años para entender que un desastre se avecinaba para ellos, pero no querían abandonar su modus vivendi habitual, y no lo hicieron hasta que fueron forzados a hacerlo. Millones murieron en medio de las más horrendas torturas durante el holocausto ¿Quizás en medio de los campos de concentración o al momento final, en las “duchas”, recapacitaran sobre la opción de haber escapado cuando pudieron hacerlo?
Hoy es fácil aceptar que lo que se estaba gestando entre 1932 y 1939 en Alemania iba a traer consecuencias catastróficas, pero en esa época muy pocos lo entendían. Uno de esos pocos –que además a mi manera de ver no lo entendió muy bien– fue Winston Churchill, quien tuvo que ofrecer una férrea oposición ante la actitud conciliadora y derrotista de Neville Chamberlain; y la desastrosa, torpe e ilusa actitud pacifista de Édouard Daladier, que condujo a la derrota más humillante de la historia francesa; y a la increíble indolencia de Franklin Delano Roosevelt que mantuvo al gigante dormido por más tiempo del necesario; y esto sólo para citar los nombres más conocidos. Pero en aquel entonces no era tan claro, no porque todas las alarmas no estuvieran encendidas, sino porque la inercia emocional colectiva se opuso al curso de acción racional y lógico.
Pero no vayamos tan lejos. El COVID-19, nombre que la WHO (OMS) le dio a la enfermedad causada por un arma biológica: el SARS-COV 2, virus que fue manipulado artificialmente en los laboratorios del Instituto de Virología de Wuhan para hacerlo contagioso en humanos de acuerdo al procedimiento que era técnicamente posible desde 2007, como está documentado aquí; es otra muestra de inercia emocional colectiva. Esta afirmación está validada por las evidencias obtenidas a lo largo de meses de confinamiento obligatorio mundial, campañas de bio-terrorismo mediático mundial y la narrativa de la WHO (OMS) con protocolos de tratamiento clínico incluidos impartidos a nivel mundial, aún a pesar de que –como todo el mundo ha podido constatar– no funcionan, y que permite concluir, sin lugar a dudas, que toda la humanidad ha sido víctima de un ataque sin precedentes. Sin embargo, aunque todos lo ven, tienen acceso a la misma información y pueden concluir fácilmente de lo que se trata; son muy pocos los que están dispuestos a aceptar que un ataque biológico a nivel global sea la realidad. Prefieren forzarse a creer que “Nos están cuidando” de una “Pandemia” que vino de forma aleatoria, y a pesar de que había sido anunciada por los mismos actores, prefieren negar cualquier mención de que el sistema es el que se ha vuelto contra ellos. Porque en esta “Nueva realidad” moldeada por ese mismo sistema, la opción más conveniente es que salga la “vacuna”, sobre la cual, guardan la esperanza, y les permitirá retornar a su status emocional anterior.
Lo que la historia dirá –si es que se puede esperar honestidad en la historia futura– sobre lo sucedido en 2020; es que esta generación fue víctima del mayor experimento de ingeniería social y el bulo más vergonzoso de todos los tiempos, además el primero a escala global. Pero por la inercia emocional colectiva, quien lo afirma hoy, en diciembre de 2020, puede esperar pérdida de credibilidad y estigmatización de parte de sus congéneres. Esto pasa a quien se sale de lo que los sociólogos zurdos –desde Edgar Morin (1921…)– llaman el “imaginario colectivo”, que además, como ya se sabe, se puede crear. Esta es la razón por la que millones de personas no actuarán racionalmente, como exigen las circunstancias presentes, sino que se resignarán a esperar pasivamente que no haya consecuencias más graves.
Funciona en la sociedad actual tan eficazmente como hace 100 años, pero ahora tiene coadyuvantes más poderosos. Hace 100 años, la agitación y propaganda (Agitprop) eran armas de uso casi exclusivo de los maquiavélicos líderes totalitaristas europeos, pero hoy están al alcance de cualquiera, y especialmente, de quienes tienen el poder para desplegarla. El mainstream practica habitualmente la creación de “realidad” por cubrimiento y repetición. Esto es posible porque las grandes fuentes de información reciben abundante financiación de unos pocos grupos económicos; las grandes cadenas de televisión y de radio y los grandes medios impresos y los gigantes del internet, responden entonces a sus intereses. Si seguimos las huellas del dinero, descubriremos no sólo cuáles son las fuentes de financiación, sino también que sus agendas convergen: el calentamiento global, la sobrepoblación, los derechos de inclusión social, la conservación de las especies, entre otras.
El efecto que producen esas gigantescas fortunas, que así quisieran no podrían gastar en mil vidas, en las personas que las poseen, parece ser muy similar: un sentido existencial de responsabilidad con la humanidad. El problema es que hay una delgada línea entre pasar de ese sentido aparentemente virtuoso, al delirio de creerse los dueños de los destinos de la humanidad, y haberla cruzado parece ser el común denominador de muchos de quienes están en esa posición hoy. Bajo esa premisa, estas personas se estima que llegaron a las siguientes dos conclusiones simplistas: 1) Es necesario que ellos tomen el control de la humanidad, y 2) Toda voz disidente puede y debe ser invisibilizada.
LA ESPERANZA
Ante este oscuro panorama, yo también preferiría aferrarme cómodamente a la anestesia inyectada por el mainstream, pero sería irresponsable no hacer públicas las posibles soluciones que tiene la humanidad ante la inminente amenaza de una dictadura plutocrática global.
Es importante retomar las ideas de Murray Rothbard (1926-1995), porque su premisa fundamental es verdad: “la idea más nociva para la humanidad es aquella de que en esta vida nuestra única salvación sólo puede venir por el Estado como rector de la sociedad”. Rothbard veía la principal amenaza en el Estado, pero Peter F. Drucker (1909-2005) vio mucho antes más allá del Estado-Nación, que son los organismos supranacionales los protagonistas, y lo que vemos hoy, es que han tomado a los Estados por rehenes y controlan desde fuera sus acciones.
Si Rothbard tenía razón y ponderamos sus conclusiones con la acertada consideración de Drucker, entonces es la ausencia de todo poder humano (llámese Estado y/o plutocracia globalizada) que se quiera arrogar el derecho de dictar los destinos de la humanidad, lo único que puede salvarla de colapsar ante una dictadura global.
Tal vez lo que obligó a actuar con tanta precipitación a quienes perpetraron el bulo de 2020 es saber que todas las condiciones para una gran revolución tecnológica están dadas, y que sucederá, como en toda revolución técnica y científica de importancia en la humanidad: de forma espontánea.
Cuando Murray Rothbard murió en 1995, comenzaba la adopción masiva del internet y se vislumbraba una era en la que la telemática y la cibernética cambiarían radicalmente la forma como la humanidad enfrentaría sus desafíos futuros. Rothbard planteó muchas soluciones para una sociedad ácrata; pero sin los recursos técnicos necesarios disponibles en esos días, ni sus fans acérrimos creían que podía ser realidad. Hoy tenemos ya 11+ años del protocolo Bitcoin, el protocolo que puede permitir hacer realidad los sueños de libertad para la sociedad que Rothbard y todo libertario puro soñaría.
Sobre Bitcoin, es decir, sobre el protocolo resistente a la falla bizantina (ver mi artículo sobre Bitcoin aquí), se construirán todo tipo de soluciones para una sociedad ácrata: imagine un sistema de consenso en el que los ciudadanos expresen su voluntad política a través de una transacción de Bitcoin firmada, siendo dueños únicos de su llave privada, y por tanto, soberanos de su firma digital (es decir, la firma electrónica atada a su identidad real); podrán utilizarla para autenticar cada elección personal dentro de una red no manipulable, resistente al constreñimiento y la censura, 100% visible al público y auditable, a un costo muy bajo y sin riesgo de falsificación.
Hay otras fallas de la democracia como la conocemos que desde ya se intentan corregir con la tecnología Bitcoin: en un sistema democrático, la ya conocida manipulación del “imaginario colectivo” puede llevar a tomar decisiones erradas, aunque hayan sido tomadas por mayoría. En un sistema de la verdad como Metanet, donde las personas son responsables por la información que publican, el debate tendrá consecuencias para los que promueven ideas falsas o erróneas. Para quien no sabe, Metanet es una red de información sobre el protocolo Bitcoin; piense en ella como internet sobre Bitcoin, es decir, internet sobre una cadena de firmas digitales. Cuando la sociedad se vea forzada a adoptar Metanet, inevitablemente migrará de un sistema de información financiado por publicidad a uno financiado por la relevancia y precisión de la misma información. Un internet del valor, donde la mercancía fundamental es la veracidad y confiabilidad de la información. Esto permitirá que el sistema democrático pueda expresar no sólo la voluntad popular, sino la voluntad popular basada en información real y no en falacias fabricadas a propósito.
Imagine también poder prescindir de la pesada maquinaria de la asignación presupuestal estatal para la contratación de obras de infraestructura y propiedad común. Y en cambio, permitir a los ciudadanos por consenso delegar esas tareas a comités administrativos y comités de auditoría; los primeros asignan la obra a las firmas especialistas por competencias, y los segundos verifican que se cumplan las fechas y presupuestos de cada proyecto. Los miembros de dichos comités son personas naturales o jurídicas que no necesitan conocerse mutuamente, sólo evaluar individualmente las competencias de los proponentes y votar. Ninguno de los comités ni miembros de comités manejan presupuesto; este es asignado por medio de contratos inteligentes automatizados que liberan los fondos, una vez que la mayoría de los auditores verifique el cumplimiento de los objetivos previos del proyecto.
Imagine un sistema de justicia llevado por Casas de Justicia privadas que compiten todas bajo una sola directriz: defender la integridad de la ley. Una disputa entre demandante y demandado dejará a la Casa de Justicia su capital más importante: la reputación de su imparcialidad, prestancia y competencia a la hora de impartir justicia.
Más importante aún, imagine que el monopolio del dinero termine. Por milenios, el dinero siempre ha necesitado un ente central que lo emita, evite la falsificación y provea una forma confiable y estable de medida de valor y estándar de precios. La falla es cuando, inevitablemente, ese ente central se convierte en un ente opresivo.
Pero en tiempos de crisis las sociedades han acudido con éxito a formas de dinero privadas, las cuales funcionan muy bien hasta que los falsificadores entran en acción. Bitcoin, en cambio, no puede ser falsificado aunque no tenga un ente central que lo emita o esté verificando constantemente por falsificación o doble gasto. En lugar de ente central, muchos entes (nodos) en una red distribuida se encargan de esa labor por competencia.
Aunque, pese a ser una forma de dinero privado válido, Bitcoin como moneda tiene un problema: por estar sometido sólo al mercado de oferta y demanda no puede ser estándar de precios debido a su alta volatilidad. No obstante, como dije antes, Bitcoin es un protocolo. Por lo tanto, se pueden construir toda forma de tokens, certificados negociables y títulos de valor estable, que no son más que formas de dinero privado cuyo valor se puede atar al de un subyacente colateral: el oro por ejemplo, el platino o simplemente al valor de una divisa fiat.
El resultado de este ejercicio son múltiples formas de dinero “no oficial” compitiendo en un mercado que requiere estandarizar un medio de cambio. Al final del día, Bitcoin mismo es el activo donde todas estas formas de dinero privado confluyen.
Infraestructura y Cuerpos de justicia, de defensa, economía, entre otros; pueden funcionar bajo el orden espontáneo del mercado, tomando ventaja de los recursos tecnológicos a la mano y sin necesidad de intervención estatal, y de hecho mucho mejor que con ella.
El sueño de que la sociedad abrace las ideas de la Libertad y la premisa básica de que no se necesita de un Estado que reprima y regule cada aspecto de la vida y libertad individuales ¡Es posible! El sueño de que la sociedad acepte la idea de que los ciudadanos libres no necesitan que el Estado les imponga contribuciones y les quite responsabilidades ¡Es hoy más posible que nunca! La única pregunta restante en esta carrera por la Libertad es ¿Cuánto tiempo pasará hasta que la inercia emocional colectiva deje de impedir que esta generación reconozca el peligro inminente y entienda que es imperativo prescindir del Estado, quitándole el poder que tiene mediante el monopolio de la ley y del dinero?
Sobre el autor:
Este articulo fue escrito por Boris Javier Barrera: Desarrollador y Empresario Bitcoin (https://smartnotes.io: Certificado Digital Negociable sobre Bitcoin.), y columnista Invitado a El Bastión.
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