“–Mis palabras finales van dirigidas a aquellos héroes que siguen escondidos en el mundo, aquellos que continúan siendo mantenidos prisioneros, no por sus evasiones, sino por sus virtudes y su desesperada valentía. Mis hermanos en espíritu, cotejen sus virtudes y la naturaleza de los enemigos a quienes están sirviendo. Sus destructores los retienen por medio de su persistencia, su generosidad, su inocencia, su amor…, la persistencia que lleva sus cargas…, la generosidad que responde a sus gritos de desesperación…, la inocencia que es incapaz de concebir su maldad y les otorga el beneficio de cada duda, rehusando condenarlos sin discernimiento e incapaz de comprender sus motivos…, el amor, su amor por la vida, que hace que piensen que ellos son seres humanos y que también los aman. Pero el mundo de hoy es el mundo que ellos querían; la vida es el objeto de su odio. Abandónalos a la muerte que adoran. En nombre de tu magnífica devoción a esta Tierra, déjalos, no agotes la grandeza de tu alma en conseguir el triunfo de la maldad de ellos. ¿Me oyes…, amor mío?
–En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a quienes son lo peor de él. En nombre de los valores que te mantienen vivo, no dejes que tu visión del ser humano sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo necio que hay en los que nunca han merecido ser llamados de esta manera. No dejes de tener presente que el estado apropiado a todo ser humano es una postura erguida, una mente intransigente y un paso que recorre caminos ilimitados. No permitas que tu fuego se extinga, chispa tras irremplazable chispa, en los desahuciados pantanos de lo aproximado, lo casi, lo aún no, lo nunca jamás. No dejes que el héroe en tu alma perezca, en solitaria frustración, por la vida que merecías pero nunca has sido capaz de alcanzar. Examina tu recorrido y la naturaleza de tu batalla. El mundo que deseabas puede ser alcanzado, existe, es real, es posible, es tuyo.
–Pero ganarlo requiere tu total dedicación y una ruptura total con el mundo de tu pasado, con la doctrina de que el ser humano es un animal sacrificable que existe para el placer de otros. Lucha por el valor de tu persona. Lucha por la virtud de tu orgullo. Lucha por la esencia de lo que somos como especie: nuestra soberana mente racional. Lucha con la radiante certeza y la absoluta rectitud de saber que tuya es la «moralidad de la vida» y que tuya es la batalla por cualquier logro, cualquier valor, cualquier grandeza, cualquier bondad, cualquier alegría que alguna vez haya existido sobre la faz de la Tierra.
–Vencerás cuando estés dispuesto a pronunciar el juramento que yo hice al comienzo de mi batalla; y, para quienes quieran saber el día de mi retorno, lo repetiré ahora para que lo escuche el mundo: «Juro, por mi vida y mi amor a ella, que jamás viviré para el provecho de nadie, ni le pediré a alguien que viva para el mío».”
Fragmento de “Soy John Galt quien habla”, tomado de “La Rebelión de Atlas” (2ª ed., 2009 [1957]), por Ayn Rand. CABA, Argentina: Editorial Grito Sagrado.
Hace alrededor de siete años, leí la obra cumbre de la que se volvería una de mis principales madres y referentes ideológicos: Ayn Rand; quien fuese una importante filósofa y literata nacionalizada norteamericana oriunda de la fría Rusia, además de ser fundadora de la filosofía objetivista y defensora a ultranza del capitalismo de libre mercado. Rand fue también, una implacable enemiga de las premisas colectivistas tanto de izquierdas como de derechas, las cuales, se anteponen a las virtudes propias del capitalismo y de la libertad en los crecimientos particular y comercial de la gran mayoría de los empresarios y del resto de individuos que conforman una nación. Es un mérito indiscutible la limpieza de los ideales de Rand; dado el momento histórico en el cual le correspondió vivir y desarrollarse personal y profesionalmente.
La obra de la que les hablo, estaba contenida en un libro que yacía en un muy mal estado y formaba parte de los elementos más olvidados de la Biblioteca Pública de un municipio de la periferia del Valle de Aburrá (ubicado en el departamento de Antioquia en Colombia). La verdad, estuve muchas veces tentado a robarlo, debido a la situación en la que se encontraba; pero al final, opté por ser fiel a mis principios y valores personales, y no lo hice. Preferí entonces, renovar continuamente su préstamo para prorrogar y finalmente concluir por lo alto; el deleite que me producían tan exquisitas letras.
Dicha obra tiene por título: La Rebelión de Atlas; y cada nueva lectura de ésta abría mi mente hacia la verdad y la reflexión, siendo más que inevitable para mí, efectuar la comparación entre la situación de la Colombia de esos días con la trama descrita en la novela (La Rebelión de Atlas es una obra de ficción, aunque sustentada sobre bases profundamente filosóficas). Desde aquel entonces, y para nuestra desgracia, esta situación cada vez es más y más semejante. Para ponerlo un poco en contexto a usted Sr(a) lector: La Rebelión de Atlas (Atlas Shrugged en su título original en inglés) es una novela de mediados del siglo pasado; que relata el levantamiento de los grandes empresarios contra el gobierno de los Estados Unidos (hasta paralizarlo) por sus decadentes postulados, el excesivo intervencionismo estatal y una ética mayoritaria que estrangulaban a más no poder la iniciativa privada, y colapsaban el sistema social.
La novela de Rand traza una Norteamérica totalmente distópica y a una sociedad dividida en: “los saqueadores”, quienes no son más que la clase política y los que están en cama con ellos, y que tienen la atrofiada idea que toda actividad económica debe estar hiper-regulada y subyugada a obesas obligaciones fiscales; y en “los ‘no’ saqueadores”, que son los emprendedores, empresarios, creadores, intelectuales y ciudadanos del común, cuya posición es diametralmente opuesta. Estos últimos, escapan a un lugar secreto, haciendo que la sociedad en general, eche de menos sus significativas contribuciones. A la postre, el gobierno comprueba cuán necesarios son para asegurar su supervivencia.
El título de la obra está inspirado en Atlas: el titán de la mitología griega que sostiene al orbe; representación que va en armonía con la producción y el comercio que permiten que todo sea posible, y cuya importante labor, parece a veces ser olvidada por los políticos –algo aplicable para cualquier parte del mundo–. Por ello, resulta muy preocupante que ocurran fugas de capitales, inversiones que no se llevan a cabo y la violación sistemática de los derechos inalienables del hombre; provocando un sempiterno antagonismo entre la ciudadanía y el aparato público, tal cual ocurre ahora en Colombia, los Estados Unidos o en el escenario que plantea la novela de Ayn Rand.
La redacción de este escrito coincidió con las más recientes publicaciones del Índice de Libertad Humana del Instituto Cato, el informe Doing Business del Banco Mundial y el Informe Nacional de Competitividad 2020-2021 del Consejo Privado de Competitividad (CPC). No siendo hechos aislados, pero así como sucedió en La Rebelión de Atlas y tal cual lo evidencian las publicaciones en mención; en nuestra nación, viene desde mucho tiempo atrás, consolidándose la tesis de que la riqueza es consecuencia de la degradación de la moral humana y que debe ser vapuleada por las autoridades y todo el colectivo social, mientras cualquier capricho de una minoría se convierte en la raíz de nuestros “derechos”. Por ello, son justificables las infracciones a la ley cuando los trasgresores se amparan en la “defensa de las causas sociales”; al tiempo que son atacados sin reparos aquellos que innovan y/o crean empresa, imponiendo para éstos un régimen de “gabelas” y exigencias casi imposibles de cumplir, que son además, desproporcionadamente altas y muy discordantes entre sí. Es más que claro que las hiper-regulaciones estatales desincentivan la iniciativa privada, especialmente, por la continua alza en los costos generales de los empresarios y la persecución que se les hace por no vender a precios que se acomoden a las necesidades de la gente ¡Vaya contradicción!
Tanto es el nivel de desprecio que se ha aprendido a provocar sobre los empresarios, que anda por ahí merodeando la falaz y estúpida creencia de que las empresas tienen la capacidad de sostenerse a toda costa –las crisis y los estados de resultados en rojo, básicamente, no importan– y que, por eso, el Estado debe cobrar todos los impuestos posibles ya que ellos se encuentran en “deuda con la sociedad”. Asimismo, es tal la desviación de todo, que los programas de subvención social son medidos por la cantidad de colombianos que ingresan a estos y no por los que salen; promoviendo de esa manera, una absurda competencia para ver quién es más inútil, débil y/o miserable para hacerse acreedor a más asistencialismo oficial.
Se libra una guerra sin lugar a tregua en Colombia; pues los que mueven los hilos del poder, han decidido condenar a los que crean riqueza y ofrecen empleo, aunque, indirectamente, estos son los que les permiten forrarse en millones con nuestras regalías –prácticamente, son “la Nueva Monarquía”–. Se avecina en Colombia –y probablemente en toda Latinoamérica– un contexto semejante al descrito en La Rebelión de Atlas, tanto, que Ayn Rand dedujo magistralmente, con esto que prosigue, nuestra lamentable realidad:
Esto que nos pasa, devela que nuestros problemas más que estructurales (del sistema, es decir, de la forma cómo se encuentra concebido nuestro modelo de nación) son filosóficos (de la forma en la cual pensamos, pues, no en vano, seguimos dándole poder a quienes son indignos de tenerlo y sólo esperan seguir alimentándose con nuestros despojos mortales); pese a que no necesariamente describe lo que contiene de soez la naturaleza humana… Aún así, no es tarde para trabajar por un mejor porvenir ¡Todavía estamos a tiempo!