EL FIN DE LA ERA DE LOS GOBIERNOS Y EL INICIO DE LA ERA DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

No fue hace mucho, apenas a finales del siglo XVIII, que, en Occidente, específicamente en la Europa continental, la fiebre neoclásica por restaurar la República –la de una Roma pre-imperial o las Ciudades-Estado griegas– arrasó con las monarquías, y arrastró a millones a guerras y a conflictos permanentes de consecuencias devastadoras, cuya máxima expresión de locura fueron las dos guerras mundiales del siglo XX y los cientos de millones de muertos dentro y fuera de los campos de batalla; todo para que una élite de ilustrados y tecnócratas tuvieran la oportunidad de probar suerte en el trono temporal del Presidente o del Primer Ministro, y aplicar lo que se considera moderno y racional, en oposición a monarquías absolutistas respaldadas en el “mandato divino”, que la ciencia había demostrado como una ridícula superchería de gentes atrasadas.

Con el mito republicano clásico como ironía de fondo y la democracia como método de legitimación, estos nuevos gobernantes –y sus cortes de élites acompañantes–, se dieron a la tarea de ordenar el mundo, de decidir sobre lo que era bueno y lo que era malo; algo así como separar la luz de las tinieblas, pero por decreto. La ilustración y el materialismo científico trajeron desarrollos objetivamente buenos, pero el gobierno tecnocrático moderno no es uno de ellos. El sistema que lo soporta carece de un elemento esencial, el cual, los ilustrados, ni con la radical idea de reemplazar a Dios, Monarquía y Absolutismo, con República, Presidente y Democracia, supieron o pudieron o quisieron superar, y es la creencia en la autoridad supraterrenal del gobierno que presiden, y su inherente capacidad –y básicamente obligación– para decidir sobre las reglas de acuerdo a acomodos de poder subjetivo. Y es así como se ha mantenido el privilegio monárquico bajo los ropajes de respetabilidad que le dan las instituciones democráticas, convenciendo a casi todos de que el problema era de forma y no de principios.

¿QUÉ PASÓ?

A LATAM nos llegó una versión de la ilustración y el materialismo científico, no sólo mal traducida, sino en libros prestados y aún peor, mal entendida; que se enfrentó abiertamente a la autoridad hegemónica de la Iglesia Católica. No es coincidencia que, por ejemplo, los Presidentes se refieran al Gobierno como Autoridad, a la Policía como Autoridad de Policía, o que autoridad sea el sufijo para referirse a cualquier institución que hace parte del Estado o directamente del gobierno como ente administrador. Lo que los ilustrados efectivamente lograron mediante diferentes estrategias, desde que la ilustración como fenómeno intelectual, alcanzó masa crítica en el siglo XVIII, fue reemplazar una forma de tiranía infantilizante por otra, salvo dos excepciones muy notorias que actualmente se encuentran bajo asedio. La primera es Suiza: con su constante práctica de referendos y democracia directa que reflejan la creencia firme en la soberanía individual, y los Estados Unidos: cuya Constitución Política está diseñada para limitar los poderes del gobierno y no los derechos naturales de los ciudadanos.

Tanto Suiza como los EEUU, deben sus constituciones modernas –con cambios obviamente– a la ilustración. Napoleón Bonaparte, por ejemplo, impuso varios de sus códigos en el país de los relojes y los chocolates, y la mano ilustrada de Jefferson, Franklin y Adams fueron decisivas en la redacción de los documentos fundacionales de los EEUU. Sin embargo, quedó sin resolver el principal problema que se pretendía superar, porque en aquel momento, la ciencia como la conocemos, aunque reconocida formalmente y con métodos muy similares a los que ahora practicamos, distaba de poder explicar fenómenos que con el tiempo se han ido haciendo más claros. Uno de esos fenómenos, que describe Friedrich August von Hayek en su libro Camino de Servidumbre, es el incesante crecimiento de los órganos gubernamentales y del Estado en general, que, en el proceso de usurpar las responsabilidades materiales, morales y espirituales del individuo, también lo roba de sus medios mediante argucias y engaños hábiles como el Estado de bienestar o los subsidios empresariales.

Hayek se tomó el trabajo de estructurar un buen análisis sobre el asunto; el inconveniente es que, como tantos otros, no resuelve el problema central, y aun siendo un excelente economista, no logra darle forma a una solución por fuera de sus propias lógicas en una teoría que domina a la perfección, porque el Estado es un asunto práctico y muy humano, que intenta materializar y proyectar la necesidad de creación de significado, y que como en el antiguo Egipto con sus faraones, a veces lo consigue mediante la apoteosis de ciertos individuos a quienes se les delega la tarea, no sin las complicaciones y consecuencias que ya conocemos, y que con más frecuencia de lo que se piensa, deriva en totalitarismos. Hayek, el genio del pensamiento económico, es producto de su tiempo y su espacio en la Europa continental.

¿CUÁL ES ENTONCES EL PROBLEMA QUE AFRONTAMOS CON EL SUPUESTO DE QUE UN GOBIERNO DEMOCRÁTICO ES MEJOR QUE UNA MONARQUÍA ABSOLUTISTA?

Que ambos comparten el mismo defecto: Concentrar la producción de significado y restringir la obligación de la responsabilidad individual a un pequeño grupo de individuos, o individuo (que, en el caso del monarca, también se ayuda de ministros); pero ¿Cómo sabemos que el problema es significado y no (sólo) material? Porque estamos rodeados de hermosas ruinas de pasadas civilizaciones cuyo culmen de desarrollo nos dejó algunos de los mejores sitios turísticos, con bellos y pintorescos paisajes para espectaculares selfis, pero donde no queda un solo habitante original, y sus herederos –si aún habitan el territorio circundante– con mucha frecuencia se adhieren más a la idea de su pasado material más como una fantasía romántica (romántico en el sentido de la ingenuidad y la bobería, que son su caricatura y no su esencia) que como un hito de advertencia sobre su propia falibilidad.

Lo que hoy ocurre en Colombia y LATAM, incluyendo al Brasil de Jair Messias Bolsonaro, es una iteración más de la mesa coja de dos patas que ha sido nuestro subcontinente desde la conquista: Escoger entre significado (Utopías) y nada de comida (Socialismo/Cuba/Venezuela) o nada de significado (cero libertades), y algo de comida (Socialdemocracia/Pinochet/Uribe).

Nuestros países no son atrasados no porque no podamos comprar tecnología avanzada o maquinaria para el agro, sino porque no nos hemos dado cuenta y encontrado de forma colectiva, que el significado (personal y como sociedad), la libertad y la riqueza material, son un triángulo virtuoso (que no tiene la misma proporción en todas partes, el suizo es diferente al de los EEUU) cuyo germen yace y se desarrolla en las elecciones morales que no debemos dejarnos arrebatar de nadie. La responsabilidad de producción de significado es precondición, es el axioma de las sociedades más prosperas que conocemos actualmente, no de las más perfectas e ideales, como el “socialismo escandinavo” que no es más que tiranía con guante de seda o su versión norteamericana en Canadá, donde la destrucción de los derechos y las libertades durante la pandemia, simplemente desmiente la grandilocuencia de su carta de derechos.

EN CONCLUSIÓN

Es fácil intentar concluir de este documento que los valores conservadores podrían ser la respuesta a todo problema social, pero si de algo sirve estudiar los mitos griegos, es que nos podemos dar cuenta de que Sísifo trabajaba muy duro y, sin embargo, la roca rodaba cuesta abajo al final del día y tenía que recomenzar. No es solamente cantidad de trabajo o esfuerzo, sino donde se focaliza; trabajar, trabajar y trabajar de nada sirven, si trabajamos para un Estado que nos roba el fruto del trabajo, nos priva de la responsabilidad de producir significado y no sólo eso: nos castiga por intentarlo. Estamos alimentando un parásito que primero nos marchita el alma, nos envenena el corazón y al final nos mata de hambre porque ninguna cantidad de trabajo ni de sacrificios son suficientes.

Una gran civilización surge cuando tomamos la decisión de convertirnos en fuente moral, en fuente de significado primero para nosotros mismos, porque si no, da igual que movamos montañas, o para parafrasear a Jordan Peterson: “da igual si arreglamos mil habitaciones si luego las abandonamos, o las personas que arreglan las habitaciones de los hoteles serían los seres más virtuosos del universo”.

No es lo mismo administración pública que gobierno, porque gobierno es para los niños, para los que tienen serios problemas mentales e incapacidades ¡Ah! Y para los presos.

El Vertedero
El Vertedero

Me llaman “El Vertedero”. Me gustan los libros –y escribir también–, pero no soy taciturno ni vegetariano –carnívoro a mucho honor, y de los del profe Jordan Peterson papá–, tampoco animalista, mucho menos feminista ¡Siempre anti-colectivista! Maratonista también, así como bisexual, cisgénero, catador amateur de cerveza, músico de garage y desparchado... Ya saben, de todo un poquito.

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