Bolsonaro, Macri, Piñera; toda una gama de políticos que a mitad de la segunda década del siglo XXI se vislumbraban como una oposición genuina frente a la izquierda latinoamericana. Personajes qué, en contraposición con la ola bolivariana proveniente de Caracas y apegados a un discurso derechista, eran una sólida promesa para modificar la ruta que muchos de nuestros países habían tomado: una ruta progresista, socialista y, por supuesto, antiliberal. Sin embargo, nada fue más alejado de la realidad, y lo que sucedió en la arena política de nuestros países fue exactamente lo opuesto. La corrupción, los privilegios e ineficiencia estatal causaron el rechazo y el vituperio hacia esta supuesta derecha que terminó siendo desplazada rápidamente por los actores que juraron contener.
Sin embargo, hay algo que nos debe preocupar como liberales aún más; me refiero a un aspecto evidente y a cuyo tema le dedico las líneas de este artículo: El que tales partidos de derecha, lejos de colaborar en la lucha y resguardo de los valores en los que se cimienta dicho espectro político, son una piedra en el zapato y un enemigo más a vencer para todo partido o movimiento liberal en nuestro continente. Con esto no pretendo defender un puritanismo o condenar a personas que poseen ciertas afinidades con algunos actores políticos de esta derecha; en realidad mi objetivo con el presente texto, es poner sobre la mesa esta problemática y exponer cómo termina afectando a la oferta política, el diálogo y, desde luego, a la libertad.
UNA APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE DERECHA
Antes de dar un repaso a los serios problemas que provoca la derecha en nuestra región y cómo ello afecta a los movimientos liberales de manera específica, hay que realizar una aproximación al concepto político. Si bien, el debate permanece abierto en torno a este concepto y lo que significa en Ciencia Política, diremos que la derecha es la aglutinación de movimientos y partidos políticos de carácter conservador; es decir, que defienden ciertos valores tradicionales anti-reformistas y cuyos principios, tanto económicos como políticos, se basan en la libertad, la propiedad privada y la jerarquización de la sociedad. Esta jerarquización nos lleva a la principal distinción entre izquierda y derecha que el célebre politólogo Norberto Bobbio hace en su libro Derecha e izquierda: razones y significados de una distinción política, la cual, dice que la izquierda, en contraposición con la derecha, prioriza más la igualdad de los individuos, proponiendo políticas distributivas e intervencionistas para erradicar la desigualdad. Por otro lado, la derecha considera que la desigualdad existente en la sociedad no es negativa; al contrario, la entiende como un hecho natural y que permite el correcto desarrollo de la sociedad mediante la libertad y la no coerción.
Mencionados estos puntos, podemos afirmar dos cosas: la primera es que las políticas públicas derechistas en el aspecto económico son de corte liberal (disciplina fiscal, bajos impuestos, libre comercio e inversión); y la segunda, es que en el tema cultural, los movimientos políticos de derecha poseen una tendencia al conservadurismo, es decir, el rechazo a ciertas corrientes como el feminismo, el laicismo, los movimientos LGTB+, el ecologismo, entre otros, ya que defienden instituciones tradicionales como la familia, la religión o el matrimonio. Si bien hay que aclarar que la teoría jamás se cumple en su totalidad en la realidad –no existe esa pureza ni en la izquierda ni en la derecha–, esta aclaración del termino será útil para lo que resta del artículo, puesto que nos permitirá entender el gran bache por el que pasa la “derecha” en nuestros países y porqué se ha convertido en un obstáculo para genuinas reformas liberales.
El ir y devenir de la derecha en la última década en Latinoamérica
Desde que fue instalado el Foro de São Paulo y que el llamado socialismo del siglo XXI comenzó a ganar relevancia en la política latinoamericana, hemos sido asediados por gobiernos y políticos populistas de izquierdas; una larga lista de gobernantes que va desde el difunto y conocido Hugo Chávez, hasta los más recientes como Andrés Manuel López Obrador en México o el actual candidato izquierdista en Ecuador: Andrés Arauz. Todos ellos, unos más famosos que otros, se han perfilado casi siempre como los ganadores de las contiendas electorales en el continente, nutriendo aún más la llamada revolución bolivariana para la región.
No obstante, algo “pasó” a mediados y finales de la década pasada. Figuras como Mauricio Macri en Argentina, Jair Bolsonaro en Brasil o Iván Duque en Colombia; se presentaron como la alternativa para mantener al límite a la ola socialista. Luego de vencer en sus respectivos países a partidos políticos a favor del estatismo y la polarización de la sociedad, lamentablemente, y como bien dice aquella frase “lo que fácil viene fácil se va”, esta esperanza se disipó rápidamente. Tales personajes no fueron capaces de vencer la tendencia izquierdista y terminaron sucumbiendo ante la presión tanto interna como externa. Un ejemplo de ello es Sebastián Piñera en Chile quien, lejos de hacer los cambios y reformas necesarias para contener el discurso de la desigualdad y la exclusión social, se quedó paralizado, mientras diversos grupos del ala izquierda se fortalecieron a tal punto que el cambio de la Constitución se convirtiera en un hecho inminente. Algo parecido sucedió en la Argentina de Mauricio Macri, político que ganó las elecciones en 2015 y que, luego de varios gobiernos de izquierda comandados por los Kirchner, tenía como principal misión oxigenar la administración pública y salvar al país del colapso económico y la inflación; sin embargo, esto no sucedió y los cuatro años de gobierno sirvieron para que el kirchnerismo regresara más fuerte que nunca, alzándose con la victoria en 2019 de la mano de Alberto Fernández. Tal tendencia es en todo el continente; y es producto de la ineficiencia, corrupción, resguardo de privilegios y falta de acción de parte de estas “derechas” o, como el politólogo argentino Alberto Mansueti las llama: derechas malas.
No confundamos peras con manzanas
Como dije anteriormente: la teoría jamás será exactamente como la realidad. Sin embargo, a veces nos topamos con realidades que distan demasiado del andamiaje teórico. Tal es el caso de estas pseudo-derechas latinoamericanas que, alejadas de los principios del libre mercado y la igualdad ante la ley, se han dedicado al saqueo y la defensa de privilegios de ciertos sectores y grupos de interés. Un claro ejemplo de ello es Guatemala, el cual, luego de la transición democrática de 1985, ha tenido numerosos gobiernos derechistas y con características estatistas. Por la silla presidencial de mi país han pasado políticos que ahora son odiados por las clases medias, como es el caso del Expresidente Otto Pérez Molina, exmilitar y enjuiciado por numerosos casos de corrupción. Caso muy similar ocurre en Honduras con el Presidente Juan Orlando Hernández, cuyo hermano recientemente fue condenado en los Estados Unidos por narcotráfico y que, anteriormente, había sido criticado por supuestos nexos con carteles de la droga y lavado de dinero. Una larga lista se une a estos políticos que de diente a labio defienden la libertad, el comercio y la inversión; pero que a la hora de tomar decisiones, se decantan por políticas mercantilistas, autoritarias y desiguales, sin ningún atisbo de libertad e igualdad ante la ley.
Corrupción, drogas, ineficiencia y privilegios, toda una constante que se observa en diversos países del continente al gobernar la derecha podrida. ¿Cuándo tendremos una derecha transparente, programática, con una visión basada en sus principios teóricos y que haga frente al intervencionismo? Los partidos que se denominan de derecha en nuestros países equidistan mucho de este ideal y ponen en vergüenza los cimientos teóricos en los que se sustenta ese lado del espectro político. Asimismo, dicho fenómeno coadyuva a que la izquierda, lejos de tener un verdadero contrincante en el terreno electoral, se alce con la victoria en la mayoría de las ocasiones y sea el “amo y señor” de la región.
LA SOLUCIÓN: PARTIDOS LIBERALES EN CONTRAPOSICIÓN CON DERECHAS MALAS E IZQUIERDAS
No porque una persona sea anticomunista u opine en contra del feminismo radical, significa que es un liberal en todo el sentido de la palabra. Por el contrario, en nuestros círculos sociales, seguramente nos hemos topado con individuos que se declaran en contra de movimientos con tendencia a la izquierda o progresistas, pero en la práctica se terminan decantando por figuras conservadoras, mercantilistas y antiliberales. No caigamos en ese falso dilema de que si una persona está en contra del socialismo, es alguien liberal. Este error de cálculo nos ha salido caro al elegir personajes que, al convertirse en funcionarios públicos, solamente se ocupan de intervenir más en la economía y no hacer las reformas necesarias en pro de la libertad, la propiedad privada y el libre mercado.
Entonces, ¿cuál es el camino para que en Latinoamérica ocurra una verdadera reforma y sucedan los cambios que como liberales esperamos? la respuesta contiene dos pasos: 1) formar partidos políticos transparentes y con una ideología liberal/libertaria; y 2) luego que estos partidos sean la antítesis tanto para la izquierda en todas sus versiones como también para la derecha mala, eminentemente estatista y corrupta. Aunque estos pasos son generales, ya que cada país posee sus propias dinámicas sociales y también sus dificultades a la hora de aglutinar caudal electoral a favor de las ideas de la liberad, son la única salida viable para salir del maldito péndulo entre izquierdas y derechas estatistas.
¿Será difícil? Claro que sí, ¿Habrá oposición tanto de grupos conservadores como de toda la retahíla de grupos de izquierda? Por supuesto. Estamos hablando de política, no de una partida de Dominó. La crítica y la oposición existen y existirán siempre, tanto de los que quieren mantener el statu quo, como de los mercantilistas que viven a expensas del Estado. Es por ello que en cada uno de nuestros países debemos organizarnos liberales de diferente denominación unidos y con un objetivo común: proporcionarle a la población una alternativa diferente a los dos grupos antes mencionados.
CONCLUYENDO
Es menester que nosotros recuperemos esos valores que originalmente eran nuestros y defendamos los principios del libre mercado, la propiedad privada y la libertad. Como bien dice la célebre frase de Ronald Reagan: “El mal no tiene poder si el bien no se le acobarda”. No le tengamos miedo al estatismo, ya sea de izquierdas o de derechas; al contrario, usémoslo a nuestro favor alejándonos tanto de la derecha corrupta como de la izquierda distributiva. De una vez por todas ¡Seamos para nuestros países la salida a esa cruda realidad!
SOBRE EL AUTOR:
Luis Javier Medina Chapas: Joven liberal clásico. Estudiante de la carrera de Ciencia Política con Especialización en políticas públicas en la Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC Tricentenaria). Cofundador en su país, de un medio de difusión y dialogo político para jóvenes llamado Política Constructiva. Voluntario en diversas organizaciones nacionales e internacionales en materia de DDHH y liberalismo.
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