LA MUJER: EL NUEVO PROLETARIADO

El pasado lunes 28 de junio, se llevó a cabo, una vez más, la celebración del #Pride2021 o Día del Orgullo LGBTI. Esta, junto con las festividades del 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer), el 17 de mayo (Día Internacional contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia) y el 14 de noviembre (Día de la Mujer Colombiana) constituyen, en general, todas las celebraciones relacionadas con la apasionante temática –al menos para mi– del Género. Durante estas fechas, varias imágenes alusivas a las conmemoraciones en mención invaden todas las plataformas de chat y voz y otras redes sociales con mensajes tipo “Este día simboliza la lucha, valentía y resistencia en pro de los derechos, la equidad de género y la lucha contra la discriminación”.

Yo me pregunto ¿Hasta cuándo se continuará insistiendo en eso de que en todos los oficios y espacios profesionales posibles, deba existir la misma cantidad de mujeres y varones? ¿Cuándo las mujeres entenderán que el machismo es una patología que no sólo se ejerce del varón sobre la mujer, sino también del varón sobre el varón (y en ocasiones con mucha más fuerza), que no es exclusiva de las mujeres y que, además, la violencia no es una cuestión de género? ¿Cuándo por fin comprenderán que tanto la izquierda como la falsa derecha las utilizan como instrumento político?

Todo a lo que pude prestar atención ese día, sumado a dichos, conductas y declaraciones previamente observados en personajes que, a mi criterio tienen ideas nefastas, como lo son la senadora Paloma Valencia o la activista política Sara Tufano, quienes, curiosamente, podrían considerarse de orillas políticas totalmente opuestas entre sí –algo que, debido a sus fuertes tendencias colectivistas no lo considero tan de facto–, fueron los elementos que me motivaron a redactar la presente columna.

Lo que diré puede resultar algo polémico, pero, las banderas que hoy levantan el feminismo y el movimiento LGTBIQ+ y de género junto a otros lobbies progresistas, además de sus elaborados relatos, en lugar de enarbolar a la mujer como un individuo más allá de sus genitales y de sus gustos y preferencias, le ha hecho más mal que bien. Tanto es así que yo no soy el primero en decirlo. El gran Ludwig von Mises en su emblemática obra El socialismo (1922), ya lo había advertido:

Mientras el movimiento feminista se limite a igualar los derechos jurídicos de la mujer con los del hombre, a darle seguridad sobre las posibilidades legales y económicas de desenvolver sus facultades y de manifestarlas mediante actos que correspondan a sus gustos, a sus deseos y a su situación financiera, sólo es una rama del gran movimiento liberal en donde encarna la idea de una evolución libre y tranquila. Si, al ir más allá de estas reivindicaciones, el movimiento feminista cree que debe combatir instituciones de la vida social con la esperanza de remover, por este medio, ciertas limitaciones que la naturaleza ha impuesto al destino humano, entonces es ya un hijo espiritual del socialismo. Porque es característica propia del socialismo buscar en las instituciones sociales las raíces de las condiciones dadas por la naturaleza, y por tanto sustraídas a la acción del hombre, y pretender, al reformarlas, reformar la naturaleza misma.

Para Mises era claro que el feminismo radical junto a otras expresiones de la nueva izquierda son el canal por el que se intentará migrar del capitalismo –sistema “opresor”– hacia el socialismo modificando ideas, creencias, principios y valores, normas de comportamiento predominantes en la sociedad, entre otros. De este modo, surgen nuevos antagonismos y conflictos que amplían el alcance del ideario socialista.

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El marxista italiano Antonio Gramsci fue quien maquinó esta estrategia que no refutaba la revolución como tal, sino que sugería infiltrar las instituciones orgánicas de nuestra sociedad. Gramsci comparó a dichas instituciones con trincheras desde donde se ejecutaría la guerra ideológica. Comunidades de fe (iglesias), medios de comunicación, instituciones educativas, el poder económico empresarial y otros más, serían espacios para posicionar el pensamiento socialista. Su propuesta busca “una nueva voluntad colectiva entre las masas” que va en línea con tener a las personas idóneas en posiciones relevantes de la sociedad civil y de las burocracias estatales (“La marcha larga a través de las instituciones”, como él la llamó).

Gramsci propuso también que el Estado fuera invadido desde esas instituciones orgánicas, pues su declive como “organismo funcional a los intereses de la burguesía” no se lograría únicamente de la manera que Lenin planteaba –desacreditando las fuerzas militares y sustituyendo la clase política–, sino también dando una guerra cultural en aras de diezmar la hegemonía cultural “burguesa” que lo dirige.

Entre quienes prorrogaron ese legado están el argentino Ernesto Laclau y su esposa Chantal Mouffeposmarxistas que se enfocaron en neutralizar “la lucha de clases” como sustento teórico fundamental para el socialismo y construyeron “la discursiva de los sujetos”. Encontraron además, en los discursos ideológicos, un mecanismo que originaría sujetos revolucionarios distintos al obrero ¡Magistral idea! ¡Nada mejor que fabricar y difundir mitos generadores de conflictos útiles a los oscuros propósitos de la izquierda! Así, la democracia se destruye desde adentro, tal como Laclau escribió en su libro La razón populista ¡Que mejor que ese sujeto revolucionario fuera quien por años ha sido discriminado, ultrajado y subestimado! Quien mejor que el oprimido por excelencia para liderar esa guerra cultural: la mujer.

Lo más peculiar del caso, es que esa obsesión casi patológica de la izquierda en insistir muy sutilmente con que el nuevo proletariado sea la mujer, viene de tiempo atrás. Por ejemplo, en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Friedrich Engels afirmaba:

El burgués ve en su mujer un mero instrumento de producción, no sospecha siquiera que el verdadero objetivo que perseguimos –los comunistas– es el de acabar con esa situación de las mujeres como mero instrumento de producción.”

La instrumentalización de la mujer como el nuevo proletariado se consolida para, quizás, ser el peligro más latente que vive hoy una sociedad ávida de libertad. Siguiendo los planteamientos de Laclau y Mouffe, la causa feminista presenta un efectivo discurso liberador con trasfondo autoritario, escondiéndolo en consignas que, en principio, la gente de bien comparte: pegarle a una mujer está mal, aquel varón que mata a sangre fría a una mujer merece que le caiga todo el peso de la ley o, no es muy caballeroso tirarle piropos a una mujer en plena calle.

Por eso, en el caso puntual de Colombia, la izquierda capitaliza oportunamente liderazgos femeninos representados por personajes como María Fernanda CarrascalPaola HolguínKatherine Miranda o las mismas Paloma Valencia y Sara Tufano. Resulta perfecta la existencia de mujeres aparentemente fuertes que trabajan por reivindicar la igualdad ante la ley, cuando en Occidente las mujeres no sufren ese problema ¡Es más! Se tienen ejemplos de casos de desigualdad contra nosotros y no contra ellas. Privilegios para la custodia de los hijos, que ellas se jubilen primero, o lo que sucede en España con la “presunción” de inocencia para los varones en caso de eventuales violaciones de tipo sexual, son ejemplos claros de lo que digo.

La verdad, la única manera para defender a la mujer es echar mano de la libertad. Mientras la tengamos, las mujeres podrán exigir su lugar en la sociedad sin valerse de la coerción estatal para silenciar al que las contraríe.

Yacemos en una guerra cultural sin precedentes, donde el feminismo se presenta como la mejor tarima para proteger a la mujer –lo cual, evidentemente, no es cierto–. Esta guerra la libraremos con mujeres fuertes, capaces de protegerse a sí mismas y de encontrar parte en espacios en los que nos concentramos los varones, ante las que dicen ser muy valientes y sus aliados, pero cuya principal arma consiste en envenenar la atmósfera cultural con su victimismo y retórica antimasculina.

Cristian Toro
Cristian Toro

Cafetero. Ingeniero Electrónico de la Universidad Nacional de Colombia Sede Manizales y Especialista en Gerencia de Proyectos de la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Docente de matemáticas, física y estadística.

Editor Ejecutivo (EIC) de El Bastión y Revista Vottma, miembro fundador de la Corporación PrimaEvo y del movimiento Antioquia Libre & Soberana, y columnista permanente de Al Poniente y el portal mexicano Conexiones. Afiliado al Ayn Rand Center Latin America y colaborador de organizaciones como The Bastiat Society of Argentina y México Libertario.

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